Pasan los días y aunque la sociedad uruguaya ha reaccionado ante el asesinato de David Fremd con la debida sensibilidad, sigue siendo más necesario que nunca reflexionar sobre el mal generalizado que hay detrás del episodio y que no es otro que el prejuicio antijudío (antisemita, como suele decirse).
Aun una sociedad laica y tolerante, como la nuestra, alberga en su seno islotes de ese maligno sentimiento, que si no se expresa con más virulencia es porque la institucionalidad cívica y la prensa no lo permiten. Sin embargo, en los últimos años el prejuicio se ha disfrazado, se ha mimetizado y opera públicamente de otro modo.
En la ocasión, realizó una interesantísima exposición el escritor Marcos Israel, que historió el recorrido del prejuicio antisemita, desde sus orígenes medievales en el cristianismo, pasando por el comunismo y finalmente el islamismo.
Eduardo Kohn, por su parte, trazó un panorama del tema en América Latina, con sus altibajos. Especialmente, mostró cómo los países de la Alianza Bolivariana para los Pueblos Libres (ALBA: Venezuela, Bolivia, etcétera) asumieron estos años una actitud antiisraelí que esconde un real prejuicio. Destacó el retroceso que marcó en Argentina el acuerdo con Irán, felizmente hoy echado atrás por el nuevo Gobierno, así como la valiente actitud asumida por el Gobierno del presidente Horacio Cartes en Paraguay.
Fue una muy importante jornada de esclarecimiento, porque en nuestro país nadie se atreve a hablar de antisemitismo, pero sí de anti-sionismo o, por lo menos, de asumir una postura crítica del Estado de Israel más allá de lo que puedan ser las naturales discrepancias sobre sus políticas en temas tan espinosos como su convivencia con los vecinos.
Hay gente en el Uruguay, y desde las alturas de los Gobiernos frentistas, que hasta han llegado a calificar de “genocidio” la política israelí sobre Gaza, cuando es Israel quien renunció a ese territorio voluntariamente y sólo ha logrado a cambio la constante agresión desde ese vecindario. Los ricos países árabes no ayudan a desarrollar Gaza con inversiones productivas; a la inversa, proveen de armas al Gobierno de Hamas, que allí domina y realimenta el histórico conflicto.
El prejuicio funciona de otro modo y responde a otros resortes. El más tradicional es el antiyanquismo. Luego de que Israel fuera creado por Naciones Unidas en los primeros años de la posguerra en que la Unión Soviética y Estados Unidos aún se entendía, bastó que apareciera la Guerra Fría para que, instantáneamente, buena parte de los movimientos de izquierda en el mundo asumieran una actitud de sospecha, o aun hostilidad, contra Israel. Ser aliado de Estados Unidos producía ese alineamiento lamentable, que por cierto ocurrió también en nuestro país.
El correr de la vida hizo, además, que el pequeño David, sobreviviente a los ataques del nazismo, primero y del reaccionario mundo árabe, más tarde, comenzara a ser mirado de otro modo. Su fuerza, su capacidad de resistencia, sus victorias militares lo ubicaron ya en la posición del poderoso Goliat, que abusaba de algunos enemigos más débiles. Esto ocurrió con los palestinos, ignorando que en 1948, cuando se creó el Estado de Israel, también se creó el Estado Árabe que rechazaron sus vecinos. El pecado fue no dejarse derrotar y destruir por quienes aun hoy proclaman su destrucción.
A ello se fue añadiendo más tarde la inmigración musulmana a Europa, que por su magnitud instaló el temor de que pudiera ser un foco de rebelión. Eso hoy es ya evidente, cuando vemos cientos, miles de hijos de sirios, iraquíes, paquistaníes, palestinos, nacidos en Europa, al amparo de sus leyes sociales y su excelente educación pública, que han pasado a ser crueles combatientes en contra de la sociedad occidental que acogió a sus padres y a ellos mismos. Cuesta aceptarlo, pero es así: la prédica del encono, la difusión de un odio irracional, a través de escuelas islámicas y predicadores radicales está instalada en vastos sectores de esa inmigración. Naturalmente, en Francia hay seiscientos mil judíos y seis millones de musulmanes, desbalance numérico que pesa seriamente en los gobiernos y en la opinión pública.
La oleada actual de atentados en Occidente y la persecución de cristianos en países musulmanes ha vuelto a producir un revelador viraje en el tema. Nadie podría hoy dudar de que el ataque radical es contra todo Occidente y sus valores, y que el tema no es la disputa Israel-Palestina, presentada en ocasiones como la base del encono. El desafío es mucho más profundo y no cesaría aunque hubiera paz en toda Palestina. Nos lo están gritando en todos los tonos y de todas las maneras. Desgraciadamente, hay todavía quienes no asumen que le han declarado la guerra a todo el Occidente y que ya no hay arreglo posible. Asumamos también que esa guerra está llegando al Uruguay, del mismo modo que llegó a la Argentina con todas sus maldades.
Es muy triste decirlo, pero —una vez más— se nos ha impuesto la lucha. Y ella empieza por el esclarecimiento constante, por la difusión de la verdad, por la batalla contra el prejuicio y el odio que se expanden desde las escuelas musulmanas.