El 19 de abril, fecha emblemática de nuestra historia, está desvanecida. El sistema educativo le da cada vez menos valor a las celebraciones patrias y ya ni la prensa se ocupa como lo hacía antes, cuando eran tradicionales las crónicas históricas.
En nuestra generación, el suplemento dominical de El Día y los especiales de El País, despertaban el interés por el pasado, trataban de evocar con estilo periodístico los grandes momentos. Los Cuadernos de Marcha, en su momento, ofrecieron también, en un nivel más académico, enfoques de temas históricos importantes, con autores de plural extracción.
A la actual deserción ha contribuido un conjunto de factores. Por un lado, opera una tendencia historiográfica, que llega a los profesores más jóvenes, con una actitud despectiva para lo que consideran una versión heroica del pasado, en beneficio de los factores sociales y económicos, que no deberían ser contradictorios con la exaltación de los mojones de la construcción nacional. Por otro, hubo tanto abuso de las celebraciones históricas en la época de la dictadura que aún se mantiene viva una cierta reacción. También se advierte una tendencia al “presentismo”, que desprecia la mirada hacia atrás, sin entender, como decía el gran Marc Bloch: “La incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado”.
A estas razones de fondo se le añade, como en el caso, el traslado de las fechas, que las desdibuja completamente, les quita relevancia, las banaliza a un punto que ya los chicos de las escuelas y los liceos ni saben de lo que se trata.
El asunto es mucho más grave de lo que parece. Si el ciudadano no se forma desde los bancos de la escuela, como quería José Pedro Varela, difícilmente accederá a esa real condición. Podrán las personas haber nacido aquí, tener un documento e identificar su nacionalidad en el fútbol, pero con esos solos ingredientes no se construye la conciencia de los derechos y los deberes de una vida en sociedad y de un ejercicio cívico responsable.
No se propone un culto personalista de los héroes, las estatuas de bronce de valor sobrehumano. Pero esa bajada del bronce, que está tan de moda, no puede llevar a lo contrario: que no haya arquetipos humanos, ni historias ejemplares, ni la conciencia de pertenecer a una corriente de tiempo en que somos un eslabón, con todas sus consecuencias. Por ese camino no se genera el apego entrañable a la propia nación, lo que en Uruguay llamamos “la república”, expresión cargada de significado cualitativo. En la Argentina se invoca siempre a “la nación”. El banco oficial es el “de la Nación”. En nuestro país, es el “de la República”. Esto no es casual ni trivial. Es una definición de valores, que supone libertad, laicidad, igualdad ante la ley, aspiración de justicia, capacidad de gobernarnos. O somos eso o no somos nada. El Uruguay no se desgajó de las provincias rioplatenses para ser simplemente un territorio autónomo, sino que lo hizo en nombre de un pueblo que adhería a esos valores y en nombre de los cuales construyó, justamente, su particularidad nacional.
¿Por qué el éxodo? ¿Por qué las Instrucciones? ¿Por qué la independencia y la Constitución de 1830, cuyas definiciones fundamentales nos llegan hasta hoy? Nada fue casualidad. Hay una línea de pensamiento y acción coherente y sostenida en el tiempo. Eso es lo que debe irse entendiendo desde niños para luego poder comprender nuestras características, las mejores y las no tan placenteras.
En estos días se privilegia el análisis económico o la cotidianidad de la política en nombre de la necesidad. En ocasiones se advierte un cierto desdén por la historia, como si fuera pasado congelado. Nunca hubo un pueblo exitoso que no tuviera clara su misión histórica, desde la Atenas de Pericles a la Inglaterra de la reina Victoria.
Desde esta perspectiva de razonamiento, es triste comprobar que los pobres 33 orientales son, a lo sumo, la foto de un cuadro. No significan la voluntad de independencia, de autodeterminación, el culto a la libertad, la actitud heroica de quien hace fuerza de su propia debilidad. No se registran los avatares de una independencia que se construyó en pugna con las actitudes abusivas de Buenos Aires y de Brasil, por su voluntad de dominio y su confusión en esos grandes valores que reseñamos y que nos definen.
Los pobres 33 ya poco “desembarcan” en nuestras aulas y en la experiencia cotidiana. Es malo para todos. Especialmente para la conciencia ciudadana.