Los desafíos culturales de las colectividades asiáticas

Kyore Beun
Por: Kyore Beun

La Argentina se construyó en base a muchas colectividades de inmigrantes que vinieron para buscar un futuro mejor. Las más recientes son las colectividades asiáticas: la japonesa lleva un siglo en el país, la coreana medio y la china unas décadas. Es decir, las tres colectividades transitaron el traspaso generacional y tienen hijos que nacieron, se educaron y crecieron siendo argentinos; que compartieron con la Argentina el caudal de una vida en común y se nutrieron con hábitos, costumbres e ideas compartidas.

A pesar de esto, las nuevas generaciones asiático-argentinas mantienen dos desafíos culturales con los cuales tienen que lidiar frecuentemente. La primera se refiere a la palabra ”chino”, utilizada en la Argentina para definir a cualquier persona con rasgos asiáticos, sea de la ascendencia que sea. La segunda reside en la falta de ejercicio de la sociedad para acostumbrarse a un paisaje urbano con “nuevos argentinos” de ojos rasgados.

Es cierto que China, Corea y Japón comparten ancestros en algún punto remoto de la historia. No obstante, son tres naciones profundamente diferentes que toman como ofensa la falta de apreciación de sus respectivas identidades. Está claro que no todos los asiáticos son necesariamente chinos, ni China es el único país de Asia. Sin embargo, muchas veces la gente recurre a una simple generalización, probablemente obligada por una ignorancia natural y no malintencionada. Basta con entender que hay grandes diferencias entre China, Corea y Japón, para saldar este desafío.

Resolver el segundo desafío cultural es una responsabilidad compartida por ambas partes: la sociedad argentina y los “nuevos argentinos”. Emigrar significa muchísimas cosas, entre ellas, renunciar. Cuando uno emigra a otro país, deja un pedazo de su historia, cultura, tradiciones y costumbres detrás, para avanzar. En cuanto llega al nuevo lugar, comienza a “negociar” cuánto de lo nuevo va a absorber y cuánto de lo viejo va a resignar.

A la generación que le sigue a ésta que se abrió paso en el nuevo país le toca un rol diferente porque le tocan condiciones diferentes. La última tiene la generosa oportunidad de permitirse ser genuinamente parte de su país natal y al mismo tiempo ser parte del país de sus padres.

La necesidad de ejercicio de ambas partes se refiere a que, en primer lugar, la nueva generación debe esforzarse para integrarse completamente a la sociedad argentina, sin excusas. Y en segundo lugar, a que la sociedad debe permitir fluir ese esfuerzo sin mayor resistencia. Esto es, aceptar este nuevo paisaje urbano, en donde no sólo tenemos argentinos con rasgos occidentales, sino que también tenemos argentinos con rasgos orientales.

Me gusta mucho una frase del legislador Iván Petrella, para quien trabajo, que va en este sentido: “La Argentina, en verdad, se resiste a ser un país de la identidad estática porque le sienta mucho mejor ser un país de la diversidad: distintos orígenes, religiones, historias y lenguajes coexistiendo en paz”.

A la Argentina que viene me la imagino cosmopolita e integrada al mundo como un ejemplo a seguir de convivencia cultural armoniosa. Pero para esto no podemos esperar pasivamente a que la inercia del cambio generacional y la globalización acomoden los prejuicios a su gusto. Aportar a la integración es una decisión diaria de cada uno de nosotros y cada momento es una oportunidad para afianzarla o fracturarla.

Hay un refrán coreano que dice que uno llega a apreciar hasta donde conoce. Conocer y entender al prójimo es la tierra fértil que luego da lugar al respeto, una de las virtudes que tenemos que afianzar para marcar el sendero ideal que queremos transitar en nuestra democracia.