Poncio Pilato invitado a la VII Cumbre en Panamá

Leonardo Pizani

“América no puede lavarse las manos como Pilato labólasdél”.

                                      Agudeza venezolana

 

En los últimos 50 años, uno de los continentes que más ha adelantado en materia de democracia y Derechos Humanos ha sido América Latina. En un proceso zigzagueante y paradójico, pero en general con una tendencia tan de avanzada que en varios aspectos ha llegado a ser ejemplo en otras partes del mundo, el continente ha realizado aportes invaluables.

Entre los muchos avances que se lograron en la materia, hay tres que merecen ser destacados: la construcción del Sistema Interamericano de protección de los Derechos Humanos (SIDH) al que se incorporó la sociedad civil como elemento fundamental, la aceptación explícita por parte de los países de la región de la jurisdicción interamericana en materia de DDHH (con excepción de EEUU) -lo que significó para todos los países concesiones muy importantes en materia de soberanía- y la conceptualización de la democracia como un sistema que, más allá de los procesos electorales, se caracteriza por la promoción y protección de los derechos humanos”, tal y como expresamente se señala en la Carta Democrática.

Cada uno de estos logros significó duras batallas en el seno de una organización como la OEA, claramente dominada por los EEUU que en plena Guerra Fría, de manera unilateral y enfrentado a la organización, promovía invasiones y golpes de estado contra gobiernos democráticos y sostenía dictaduras que muchas veces enarbolaron la bandera de la soberanía y el principio de no intervención para evitar ser investigadas cuando eran denunciadas por violaciones a los DDHH.

Durante esos años, las fuerzas democráticas -entre ellas Venezuela jugó un papel preponderante- lograron deslindar claramente lo que significaba la injerencia de un país en los asuntos internos de otro de lo que era la jurisdicción internacional y la vigilancia que los países de la región debían ejercer para ayudar a garantizar los principios democráticos y de respeto a los DDHH que todos se habían obligado a cumplir, dejando muy claramente establecido que el principio de no intervención no era equivalente a lavarse las manos cuando una democracia estaba en peligro.

En lo que ya se veía como el anuncio de una nueva escalada antidemocrática, en el año 2011 el Tte. Cnel. Hugo Chávez -entonces presidente- retiró a Venezuela del SIDH y, a pesar de las denuncias de lo que eso significaba por parte de muchas organizaciones defensoras de los DDHH, fueron muy pocos los gobiernos que mostraron preocupación al respecto.

Entre 2011 y el día de hoy, las denuncias por violaciones de principios democráticos y de los DDHH en Venezuela se han multiplicado. Los muertos, heridos, presos y torturados por razones políticas se han convertido en algo diario y escandaloso frente a un silencio atronador de muchos países del hemisferio que, aduciendo el principio de no intervención como hacían las dictaduras de antaño, han pretendido lavarse la manos y están llegando al límite de la complicidad frente a una situación que se hace inocultable.

El encabezado de la Orden Ejecutiva del presidente Obama es inaceptable aún cuando el mismo fuera -como dice el gobierno norteamericano- un formulismo legal, pero la Orden misma permite plantear un interrogante importante: ¿se habría producido un exabrupto como ése si el continente se hubiera expresado antes?

La VII Cumbre de las Américas reunida en Panamá es una oportunidad para que los gobiernos democráticos del continente den claras muestras de su madurez y se manifiesten diferenciando sin lugar a dudas el principio de no intervención unilateral en los asuntos internos de otros países de la responsabilidad que tienen de contribuir a vigilar y salvaguardar los principios y valores democráticos y los Derechos Humanos en Venezuela.

Venezuela está atravesando una crisis de incalculables dimensiones donde la pobreza, la escasez, la inflación y la inseguridad están agobiando a la población. La obligación de los gobiernos de América es para con los pueblos, como ellos mismos dicen constantemente. El silencio en este momento pasa a ser complicidad. Ni son ni pueden jugar el papel de Poncio Pilato y lavarse las manos tomando como excusa el respeto a la soberanía. La historia ha demostrado sobradamente que esas inconsecuencias políticas nuestros pueblos las pagan muy caras.