Dr. Carlos S. Fayt
De mi consideración:
Siento por Ud. un inmenso respeto. Una gigantesca admiración. Desde muy joven, siendo estudiante de la carrera de abogacía en la querida Universidad Nacional de La Plata, sus obras fueron el faro que iluminaban el sendero de mi vocación.
Secretamente, me imaginaba -algún día- impartiendo Justicia como Usted. En un escaño tribunalicio considerablemente menor, claro.
Ya graduado, leer sus fallos fue la confirmación de aquella temprana admiración juvenil. Entonces, su obra jurisprudencial era parte de mi formación diaria como abogado, siguiendo los consejos del gran maestro rioplatense Eduardo Couture, quien nos instaba a estudiar todos los días, so pena de volverrnos -por cada día de no estudio- un poco menos abogados.
En cualquier país del mundo, Ud., estimado Doctor Fayt, sería venerado como una leyenda viviente. Por sus jóvenes 97 años y por su lucidez. Por su experiencia y por su compromiso republicano. Por su sabiduría y por su legado…
Pero a Ud. le tocó nacer en la República Argentina. Tierra de grandes hombres y mujeres. Pero, también, tierra de necios y mediocres.
Le toca a Ud. soportar, en el otoño de su vida, el agravio, la calumnia, la ingratitud…
Le toca a Ud. demostrar que es una persona honorable. Que conoce la ley. Que sus facultades están intactas. Que puede seguir honrando el cargo para el cual fue elegido.
¡Diabólica paradoja del destino le ha tocado en suerte, insigne maestro!
Desde mi humilde lugar, le deseo paz y serenidad. Para tomar todas la decisiones que considere oportunas. Desde su sillón de la Corte Suprema o desde el sillón de su living.
Lo que usted decida será lo correcto. Y seguirá aumentando mi admiración y respeto…
Y presumo que lo mismo sucederá con millones de argentinos de buena voluntad. Que también existen, pese a su anonimato.