Por: Martín Guevara
Si no fuese por lo esperpéntico, reconocería que es muy gracioso.
Raúl Castro dice que en 2018, tras casi sesenta años de mandato autoritario y represor, dejará el poder (sin especificar en manos de qué, de quién o de cuántos), como si fuese una dádiva. Encima, atentos a lo que dice, ¡que le gustaría visitar Miami!
A esta altura hasta el Récord Mundial Guinness está por reconocer que tanto él como su hermano Fidel, además de un profuso legajo en materia de violaciones de derechos humanos, cuentan con dos de los rostros más duros de la historia de la humanidad, desde que se mide la solidificación de la cara y su relación con el desparpajo impúdico.
Sobre los dictadores y los déspotas, es poco lo que puede llamarnos la atención, sin embargo parece ser que no acerca de todos los dictadores por igual.
Conozco muchas personas respetables en su ámbito social, de sensibilidad de pseudoizquierdas, que estarían en las trincheras de la clandestinidad (o más bien detrás de la barra de algún bar) condenando la opresión tiránica y fascista del sistema si se les dijese, no ya que Barack Obama, ni que George W. Bush, ni Bill Clinton, ni siquiera que un todavía vivo Ronald Reagan tras décadas en el poder, ni Gerald Ford, ni Jimmy Carter, ni Richard Nixon, ni John F. Kennedy, sino que un Dwight Eisenhower, o sea, el presidente que había en Estados Unidos en 1959, estuviese vivo y anunciase como una dádiva, como un notición, rodeado de sus tataranietos ya adultos, que soltaría el poder absoluto en unos tres años más.
O que lo mismo lo dijese en Argentina un ya muy ancianito don Arturo Frondizi, quien era presidente en 1959 y tras el cual ha habido dieciséis mandatarios constitucionales y siete militares golpistas. O bien Charles de Gaulle en la República Francesa anunciase recién ahora, en 2015, que si está de humor y si todos se portan bien, dentro de no mucho planea dejar el poder.
¿Qué mecanismo será aquel que obra para que estos mismos conocidos de pseudoizquierda y buena parte de la opinión pública, ante el anuncio de Raúl Castro de que probablemente deje el bastón de mando tras cincuenta y nueve años de poder absoluto, sin oposición y con numerosas violaciones a los derechos humanos, reaccionen con una condescendencia que ruboriza? Lo ven en un espectro que va desde la simpatía hasta percibirlo como algo no tan nocivo para la vida de quienes no tienen más remedio que padecerlo.
Del mismo modo que hacen para no manifestar solidaridad alguna por presos de conciencia que hayan permanecido encarcelados durante décadas en países socialistas y, en cambio, les es menester metamorfosearse en la mímesis del padecimiento de otros reos, también de presidio político, aunque del signo contrario.
¿Esto entrará en el terreno de lo curioso o ya pertenece al de lo vergonzoso?