Por: Nicolás Cachanosky
Llevar adelante reformas de manera gradual o mediante shock es un debate que va ganando presencia entre los candidatos presidenciales. Si bien ninguno es explícito sobre este tema, algunos candidatos hablan de, por ejemplo, quitar el cepo y eliminar la inflación rápidamente, otros, de tomarse varios meses o toda una gestión presidencial para bajar la inflación a un dígito. En síntesis: “shock” versus “gradualismo”.
La oposición a las políticas de shock suele basarse en que las mismas imponen un costo innecesario a la sociedad. Bajar el gasto público de golpe, por ejemplo, puede generar desempleo y desaceleración de la actividad económica. Por el otro lado, el gradualismo suele quedar a medio camino y las reformas, al quedar incompletas, son inconsistentes y nuevos problemas económicos aparecen en el mediano plazo. El gradualismo, por lo tanto, busca minimizar los costos sociales y económicos durante la transición. La crítica a las reformas en shock, sin embargo, obvia que las mismas también pueden hacerse con un plan de transición que hace justamente del gradualismo una opción innecesaria. Y dado que, de intentar hacer reformas de manera gradual, se corre el riesgo de que las mismas queden inconclusas, un shock bien planeado sería preferible al gradualismo.
Una analogía puede ilustrar el punto. Una muela que causa dolor es retirada en el momento (shock), no de forma gradual, por el dentista. Si el shock no es una mera medida económica aislada, sino un plan económico cuidadosamente planeado, entones antes de quitar al muela se aplica anestesia o algún calmante. Si el plan de shock no es cuidadosamente planeado y se hace porque la realidad se lo impone al político, entones es como quitar la muela sin anestesia o calmante. El problema que enfrenta la próxima administración no es sólo encarar las reformas apropiadas para Argentina, sino diseñar un claro plan de transición hasta que las reformas hagan efecto. Esto es distinto al gradualismo donde las reformas se hacen lento, paso a paso, esperando que sus efectos se materialicen gradualmente.
Hay, por lo tanto, dos tipos de políticas de shock. Las que poseen un plan de transición (plan bien diseñadas) y las que no (plan mal diseñadas.) La crisis del 2001 dejó impregnado en la opinión pública que un ajuste fiscal y cambios fuertes (shocks) implican altos costos económicos y sociales. Sin embargo, el manejo que hizo la política Argentina podría ser ejemplo de haber hecho todo lo importante mal: (1) pesificación asimétrica, (2) corralito y corralón, (3) aumento de impuestos, (4) creación de nuevos impuestos, (5) evitar un ajuste racional del gasto público cayendo en default, (6) congelar tarifas sin un plan de salida subsidiando a la oferta en lugar de la demanda, etc. A su vez, estas medidas fueron impuestas por la realidad; Ricardo López Murphy tuvo que renunciar por proponer un ajuste fiscal notablemente inferior y más ordenado que el que se terminó realizando por persistir en el mismo camino de desequilibrios económicos y fiscales.
Las políticas de shock se inspiran en el caso del milagro alemán, donde Ludwig Erhard tuvo un papel central. Luego de fracasos en la administración por parte de los aliados de la economía alemana, Erhard lleva adelante una reforma monetaria dando fin al Reichmark para dar origen al marco alemán. El mismo día que se anuncia esta medida se informa la eliminación de los controles de precios y la flexibilización de los programas de racionamiento en contra de las recomendaciones de Estados Unidos y los aliados. Estas reformas fueron el origen del milagro alemán, cuya economía ya se encontraba en recuperación para cuando el Plan Marshall entró en vigencia.
Chile (1975) y Bolivia (1985) son otros dos conocidos ejemplos de políticas de shock. Chile abre su economía a inversores externos llevando a los productores locales a competir en igualdad de condiciones con el mercado externo. Estas reformas pueden haber sido llevadas a cabo durante el gobierno de Pinochet, pero el resultado fue estabilizar la economía en el corto plazo y un ritmo de crecimiento de su economía mayor al de países vecinos en el mediano y largo plazo. En Bolivia las reformas que pusieron fin a la hiperinflación se llevaron adelante en los primeros 100 días de gobierno por Gonzalo Sánchez de Lozada. Entre otras medidas, Lozada liberó el tipo de cambio, eliminó los controles de precios y subsidios a empresas públicas, redujo en dos tercios los empleados públicos de empresas estatales en el sector energético, y negoció un canje de deuda con el FMI. En sólo unos meses la hiperinflación cayó a valores en torno al 15% anual. Si bien se percibe un aumento en la tasa de desempleo, este indicador ya tenía una tendencia creciente desde 1978. A estos casos podría agregarse que, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos reduce el gasto público en términos del PBI del 80% al 30% en 3 años, junto a una desregulación general de la economía, sin producir una recesión ni aumento del desempleo (ver : Alto gasto público: ¿callejón sin salida?).
El caso de Polonia (1989) luego de la caída de la Unión Soviética presenta resultados más ambiguos. En el caso polaco, sin embargo, si bien se eliminaron regulaciones y control de precios, no se avanzó de manera decidida en la privatización de empresas públicas. Una cuestión central en un país satélite de la Unión Soviética. No obstante se redujo la tasa de inflación y se redujeron faltantes de productos. En el mediano y largo plazo Polonia incrementó el ritmo de crecimiento de su economía.
Los casos exitosos de shock muestran que las medidas económicas no fueron tomadas de modo aislado, sino que se implementaron planes integrales. Por ejemplo, una política de shock no se limita a levantar el cepo de un día para el otro, sino que tiene que estar acompañada de una serie de medidas que todas juntas conforman un plan. En contra ejemplo de las políticas de shock se puede mencionar a China, que ha llevado adelante reformas graduales. Y si bien los resultados no son negables, tampoco se puede ignorar la gran cantidad de ciudadanos chinos que siguen viviendo en pobres condiciones de vida por no llevar adelante las reformas a todo el país en lugar de concentrarlas principalmente en la zona costera de China.
Discutir políticas de shock versus gradualismo es útil en la medida que esto implique un plan de transición para navegar las reformas que tarde o temprano van a tener que hacerse, especialmente en lo que respecta desequilibrios fiscales. Si en lugar de medidas aisladas lo que hay es un plan completo de reforma, entonces correr el riesgo de dejar las reformas a medio hacer al elegir el camino del gradualismo parece ser un riesgo innecesario. Es decir, si su dentista es un estadista y le aplica un calmante, ¿para qué quitar la muela gradualmente en lugar de hacerlo en el momento?