Por: Nicolás Tereschuk
En lo que va de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner suele hablarse del regreso de ciertos debates políticos y de una mayor “pasión” o hasta “tensión” en torno a una serie de temas en la agenda pública.
Un elemento que explica el porqué de la mayor intensidad en los debates han sido una serie de políticas y acciones que implicaron una mayor presencia del Estado en la economía que la que se verificó durante las décadas del 80 y 90.
Otro elemento que puede ayudar a entender esta “crispación” ha sido la vigencia de políticas redistributivas. Para evaluar su impacto, resulta útil la lectura del trabajo “Gran Buenos Aires: Polarización de ingresos, clase media e informalidad laboral, 1974-2010”, de Fernando Groisman, publicada en la edición de abril pasado de la Revista de la CEPAL.
En su análisis de la situación social del conurbano bonaerense, el autor identifica dos períodos diferenciados con claridad. Por un lado, uno que va de 1974 a 2001 en el que, “el volumen de la clase baja se incrementó en cerca del 40%, pasando de albergar el 28,1% de la población al 39,5%”.
Sumado a eso, aquel “proceso de movilidad descendente en la distribución de los ingresos tuvo la particularidad de que fue acompañado de un agudo estrechamiento de la clase media, lo que redujo su volumen en algo más del 35% (del 42% al 26,1%)”.
Así, el autor indica que “el adelgazamiento de las capas medias tuvo lugar sobre todo” durante la década del 90: “En efecto, en 1991 la clase media albergaba al 36,2% de la población, mientras que en 1980 aglutinaba al 37,9%”.
En esos años, la población en la clase baja aumentó y sumado a ello se verificó “una caída en las condiciones de vida del grupo, medida de acuerdo con la evolución del poder de compra de los ingresos”.
En el segundo período, entre 2003 y 2010 se registró una dinámica distinta. En esos años, “la clase baja redujo su volumen en torno del 10% pasando del 42,2% al 38,5%”, al tiempo que las capas medias “incrementaron sus miembros en un 30% y pasaron de representar el 25,8% de la población en 2003 al 33,4% en 2010”.
En ese contexto, apunta Groisman, “la clase alta redujo su tamaño en alrededor del 15% y pasó del 32% al 28,1% entre los extremos del mencionado septenio”.
El autor destaca que persiste en la sociedad argentina “una elevada segmentación social” que se enlaza con la problemática del trabajo en negro, aunque no deja de resaltar a la vez un “novedoso proceso de engrosamiento de la clase media que mostró una incorporación en sus filas de prácticamente el 8% de la población”.
Cuando se analizan los ingresos, puede constatarse que “hubo una mejora más intensa para la clase media —su participación en los ingresos creció en torno del 50%— y algo menor para el estrato más bajo: alrededor del 23%”.
“La clase alta, en cambio, vio reducida su cuota de ingresos en 16%, una proporción algo mayor que lo que había sido la merma de sus integrantes en el mismo período. Ello constituye una evidencia relevante que permite señalar que, a diferencia de etapas previas, quienes permanecen en el sector más acomodado de la sociedad vieron reducidos los ingresos de que disponían como clase”.
Para Groisman, esta dinámica social estuvo impulsada por un “mejoramiento en la calidad de los empleos”, a lo que se suman entre otros factores, “la dinamización de las negociaciones colectivas —entre trabajadores y empleadores—”, así como “aumentos periódicos en el salario mínimo”, junto a “planes de empleo, ampliación de la cobertura de los beneficios previsionales y extensión de las asignaciones familiares para los hijos de los trabajadores informales”. Citando el discurso pronunciado ante la asamblea legislativa por la presidenta Cristina Kirchner, lo ocurrido, no parece haber sido “coser y cantar”.
La “foto” de la situación distributiva de 2010 que muestra el especialista, es decir qué proporción del ingreso se apropian el 20% más rico de la pirámide social y cuál el 20 % más pobre y el 60% que está “en el medio”, es parecida a la de 1986.
Como indicábamos al inicio, difícilmente este tipo de dinámicas se den sin algún tipo de conflicto en la sociedad. Las preguntas que surgen de la lectura del trabajo de Groisman no son pocas. Podemos cerrar esta nota con algunas de ellas. ¿Cómo están impactando en estas dinámicas una mayor inflación y el estancamiento en la creación de empleo en el sector privado? ¿Continuarán en los próximos años estas políticas de “redistribución”? ¿En qué medida una mayoría de la sociedad acuerda con ellas? ¿Estarán presentes este tipo de debates en la agenda de los candidatos presidenciales el próximo año? ¿Qué niveles de conflicto implicaría su continuación, por ejemplo, hasta que la estructura social se parezca más a la de 1974, cuando la clase alta embolsaba una menor proporción del ingreso y la clase media una mayor?