Ahora que se apaga un poco el brillo de las noticias trágicas sobre el Mediterráneo -hasta nuevo aviso, otra descomunal tragedia mediante- es momento de pasar en limpio lo sucedido.
La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) pronosticó que si la situación continúa descontrolada en el Mediterráneo, que el año pasado fue tumba de no menos de 3.400 inmigrantes según datos de ACNUR, este año podría serlo de 30.000. En efecto, cierto grado de conmoción internacional se vivió en los últimos días a causa de la sumatoria de naufragios. Hay 30 veces más muertos en lo que va del año que a igual período de 2014, superando en el presente 1.750 víctimas (frente a 56 hace un año), en su mayoría el producto de los dos naufragios referidos en el párrafo siguiente.
El domingo pasado una embarcación precaria, como todo medio en el cual se desplazan miles de inmigrantes a diario, quedó varada cerca de la costa libia y, mientras se informaba sobre el inicio de su hundimiento, nadie movió un pelo para rescatar temprano a alrededor de 950 infortunados pasajeros, incluyendo 50 niños y 200 mujeres; mientras otros hacían de la cifra 700 un hashtag. Cuando ya era tarde, el rescate arrojó la cifra de solo 28 sobrevivientes y la culpabilidad homicida del piloto tunecino, un producto del accionar de las mafias que operan en el negocio de las migraciones, ofreciendo a ciertos inmigrantes pilotear las embarcaciones, como al infortunado capitán de este viejo y saturado barco que colapsó.
Esta situación caótica, de patrullas buscando a las víctimas entre cadáveres anónimos flotando en el mar, tuvo un antecedente el 15 de abril cuando otro buque se hundió en el Canal de Sicilia, con 400 inmigrantes a bordo.
Este último siniestro fue el primer destello en las luces de alerta para las autoridades europeas después de que casi 350 murieran en las costas de la isla italiana de Lampedusa en octubre de 2013, siendo un punto de inflexión en la política europea hacia el tema de los refugiados cuando se implementó el operativo Mare Nostrum, que rescató a más de 150.000 personas por apenas un año.
El tema dejó de ser una prioridad informativa de primera línea y dicho operativo reemplazado por otro más indiferente (de mero patrullaje marítimo), pero el drama volvió con todo a partir de 1.100 víctimas en apenas cinco días. En realidad, solo se ve parcialmente. Los naufragios se están haciendo cosa de todos los días, pero solo se informa sobre los que más decesos generan o los que provocan fuertes “notas de color”.
Esto último fue el caso de un gran gomón que partiera el 14 de abril desde las costas de Libia. El punto de partida no es una novedad, puesto que este cuasi país se ha transformado en un punto de redireccionamiento importante de flujos migratorios hacia, principalmente, Italia. Si bien no llevaba tantos migrantes como los dos casos referidos con anterioridad, unos 80 migrantes fueron testigos de cómo otros 15, de credo musulmán, tras una discusión originada por cuestiones religiosas, echaron por borda a 12 cristianos. O al menos de eso se los acusó, gracias al aporte de los testigos, a su llegada a Sicilia. En suma, la lucha de pobres contra pobres y un horror más dentro del horror más grande.
Los dos últimos naufragios superaron en cantidad de víctimas al más grave hasta el momento, que fuera el ocurrido en Lampedusa en 2013. El del domingo 19 de abril fue la peor hecatombe en el Mediterráneo jamás registrada. Y se puede temer que no sea la última. Sobre todo si se piensa en que las medidas de la Unión Europea consisten más en amurallar, prevenir el ingreso de foráneos, que en prestar ayuda al desprotegido y conceder el asilo a refugiados, gente de bien, que no tiene más posibilidad que la de huir, víctima de guerras, hambre, desempleo, pobreza y otros males. Pese a que convivan posibles malos elementos entre los migrantes, como integrantes del temido Estado Islámico (ISIS), no quita que la mayoría desee el bien y una segunda oportunidad. Tal vez no sea una casualidad que aflore de nuevo un flujo enorme de migrantes siendo que el ISIS amenazó en febrero con inundar Europa de inmigrantes camuflando yihadistas. La semana pasada estremeció la ejecución de 30 cristianos etíopes a manos del grupo. Éstos se encontraban en Libia como vía de tránsito para alcanzar Europa.
El desastre libio explica en buena parte el flujo migratorio y un importante punto de embarque, pero los libios no son los únicos migrantes entre esta anónima masa. También hay sirios, palestinos y, fuertemente, africanos de países de la región subsahariana. Todos buscan posibilidades como merece cualquier ser humano pero Europa se empecina en demostrar que el Mare Nostrum no es precisamente de ellos.
Apenas producida la noticia del naufragio del domingo 19 comenzó a circular un hashtag en Twitter, #700esgenocidio. Sin embargo, pronto, como forma de réplica, crearon #28.000esgenocidio. Es que la referida tragedia puede ser pensada como la punta del iceberg de un drama que retrotrae a los comienzos, hace 14 años, desde que los naufragios producto de la migración ilegal en el Mediterráneo generaran 28.000 muertes. Si este año pronostican 30.000 y se cumple, la palabra hecatombe quedará pequeña. El empleo de la palabra genocidio denota intencionalidad y responsabilidad. La política europea lo ha hecho posible. Pero es más fácil mirar para otro lado o reforzar la seguridad como se plantea por estas horas, frente a las citadas mafias, entre otras medidas. No augura nada bueno.