Uno de los acuerdos sustantivos de la visita del presidente de Rusia, Vladimir Putin, ha sido la posible adquisición llave en mano de una nueva central nucleoeléctrica. Una cuestión muy importante para aumentar la generación energética nacional de origen nuclear, pero que a la vez merece una cuidadosa reflexión, tanto desde el punto de vista tecnológico como político. La construcción de un reactor de potencia no es similar a cualquier otra obra industrial. Existen, en cambio, una amplia variedad de temas tecnológicos sensibles por su naturaleza geopolítica. La decisión final, por su alcance y consecuencias en el tiempo, debería ser materia de previa consideración del Honorable Congreso de la Nación.
Desde una perspectiva técnica, el hecho de que la Argentina abra una nueva línea de desarrollo tecnológico en su programa nuclear es de por si una decisión, cuanto menos, llamativa. ¿Se necesita incorporar una tercera tecnología nuclear sustancialmente diferente a las dos en operación en Embalse y Atucha I y II?
El argumento gubernamental ha sido, esencialmente, la necesidad de ganar tiempo para concluir una nueva central. Sin embargo, difícilmente sea el caso, ya que los nuevos desarrollos involucrados en la eventual construcción de un reactor de origen ruso darían por tierra con todo el esfuerzo de capacitación científica y técnica de los últimos años, que incluye a más de 30 empresas. La tecnología involucrada no es compatible con la experiencia adquirida y sería, en gran medida, un desperdicio de la capacidad instalada local. Ese nuevo proyecto requeriría de un enorme porcentaje de tecnología importada, incluso probablemente de una considerable dependencia en la obtención del combustible.
La reciente exitosa conclusión de la central Atucha II debería haber estimulado a otras visiones más estratégicas y autónomas que fortalezcan y proyecten las características del programa nuclear argentino del último medio siglo. El acuerdo con Rusia parecería ir en la dirección opuesta.
La Argentina se encuentra en el umbral de poder construir centrales nucleares por medios propios y las necesidades tecnológicas pendientes para alcanzar ese objetivo final deberían perseguirse con proveedores que, por lo menos, guarden una relación más apropiada y estrecha de complementariedad con la tecnología de que se dispone. Algunos reactores nucleoeléctricos de la India hubieran sido, entre otros ejemplos de suministro, una opción tecnológica más adecuada.
Es de esperar que el acuerdo nuclear firmado con Rusia dé lugar a un amplio debate sobre las mejores tecnologías disponibles en el mundo y permita alcanzar la mejor decisión para que la Argentina cuente con dos centrales nucleoeléctricas adicionales que estimulen el conjunto de su programa nuclear. Los apresuramientos o encandilamientos políticos pueden no ser el mejor consejero o cristal para decisiones de tanta envergadura.