La liturgia diplomática sobre el reclamo de soberanía sobre las Islas Malvinas, Sándwich del Sur y Georgias del Sur vuelve al ritual anual del Comité de Descolonización de Naciones Unidas a medio siglo de la primera resolución adoptada por la Asamblea General. Fue el 16 de diciembre de 1965 cuando, por mayoría y sin ningún voto en contra, se reconoció de manera “formal y expresamente” la existencia de la disputa de soberanía entre Argentina y el Reino Unido y se instó a estas dos únicas partes a encontrar una “solución pacífica, a la mayor brevedad, a través de negociaciones bilaterales y teniendo en cuenta los intereses de los habitantes de las islas”. El conflicto de 1982 no alteró la naturaleza de la controversia, que continuó pendiente de negociación y de solución, tal como lo reconoció la Asamblea General de la ONU ese mismo año.
No es fácilmente comprensible que el proceso diplomático solicitado por las Naciones Unidas esté aún en el limbo y que los reclamos a la negociación sean ignorados por el Reino Unido, a pesar de haber compartido los fundamentos del mandato de la Asamblea General. A la falta de voluntad política para el inicio del diálogo bilateral, se agregan diversos comportamientos británicos que contradicen lo expresamente señalado por la ONU en la resolución 31/49 de 1976, que exhortó a las dos partes en disputa a que “se abstengan de adoptar decisiones que entrañen modificaciones unilaterales en la situación”.
Es previsible que el Comité de Descolonización vuelva a recibir, una vez más, los insistentes pedidos argentinos de conformidad con la resolución 2065 y que el Reino Unido haga oídos sordos con argumentos que van más allá de lo dispuesto expresamente por las Naciones Unidas. Terminadas las exposiciones, el clima de vacío será el mismo, caracterizado por una diplomacia ausente entre dos países que mantienen relaciones formales y que se ignoran mutuamente. El cuadro, de confirmarse, no puede ser más decepcionante.
Es hora que argentinos y británicos cambien de lógica, así como de aproximación diplomática. No es razonable que unos y otros no encuentren la forma ni los medios creativos para iniciar una atmósfera capaz de generar el ambiente bilateral que dé lugar al proceso previsto en la resolución 2065. También es momento de dejar de lado reproches y acusaciones mutuas para permitir, en su reemplazo, encontrar bases elementales de coincidencia y oportunidades. Ni la intransigencia ni la efervescencia son los mejores caminos en la búsqueda de un diálogo diplomático.
La larga experiencia de los últimos cincuenta años debería servir para no repetir ni caer en antagonismos que, en definitiva, solo perjudican a argentinos y británicos. Todos merecemos una respuesta de mayor responsabilidad de nuestros respectivos gobiernos. Al mismo tiempo, sabemos, argentinos y británicos, que cuando hay voluntad política hay siempre un camino. Quizás se ha llegado al punto de hacer realidad diplomática la frase de J. R. R. Tolkien. Para eso, solo falta encarar el futuro con un mínimo de imaginación y disposición diplomática.