Por: Sergio Abrevaya
“El mundo ha cambiado. Es hora de que cambie la educación de nuestros hijos”, propone el Consejo Económico y Social de la ciudad de Buenos Aires en su nueva campaña de difusión de los Pilares para la Secundaria 2020.
Los cambios tecnológicos que nos están llevando a inéditas y cambiantes formas de relación, de trabajo, de producción y de disfrute, deben llegar a la escuela. La digitalización de la enseñanza secundaria no refiere a algo meramente pedagógico o formal, ni a una simple actualización de métodos de enseñanza. En el mundo vertiginoso de hoy el manejo de las nuevas tecnologías -que a su vez se renuevan y superan incesantemente-representa un contenido en sí mismo, indispensable para una educación de excelencia.
Pero el vértigo de este mundo cambiante acarrea también un drama social: el crecimiento descomunal de la brecha entre incluidos y excluidos, una realidad que cuestiona la idea básica de nuestra cultura, la del progreso civilizatorio. De un lado están las personas con capacidad personal, contextual o familiar para interactuar con su destino, para elegir vocaciones laborales o profesionales, para decidir cuándo mudarse del hogar materno a una primer vivienda propia o alquilada, para confirmar los mandatos familiares o elegir otras opciones vinculares, afectivas o culturales. Del otro lado están aquellas otras personas que han llegado a este mundo en una situación de pobreza que parece imposible de ser socialmente remontada. Salvo excepciones, desde un punto de partida tan desfavorable, el itinerario de la vida limita las elecciones del futuro, trunca rápidamente los sueños y el horizonte se va tornando de supervivencia.
Como se lee, la enseñanza secundaria enfrenta entonces un desafío titánico. Debe atacar en simultáneo dos problemas: por una parte, aplicar las nuevas tecnologías en la búsqueda de la excelencia; por la otra, incluir en la escuela a miles de jóvenes para frenar el ensanchamiento de la fractura social.
¿Alcanza con la obligatoriedad de la enseñanza secundaria? El título secundario es importante pero aprender es lo decisivo. Un diploma escolar secundario por sí solo no alcanzará para torcer el destino de un chico que vive en condiciones económicas desfavorables o de exclusión. Para saltar la brecha este chico necesita el impulso formidable e igualador de una nueva escuela pública, de calidad. No tendrá otra posibilidad de acceder a un empleo remunerado o de emprender cualquier tipo de actividad legal sustentable.
La única oportunidad del nieto de un desocupado crónico e hijo de alguien que no ha trabajado de modo formal es que le brindemos una escuela de excelencia, que sepa escucharlo, recoger su experiencia de vida y su imaginario comunitario. Y que lo seduzca, tanto agasajándolo con el confort edilicio que no puede disfrutar en su casa, como con las atractivas herramientas informáticas, para ingresarlo a la aventura del conocimiento, al hábito regular del aprendizaje y a la capacidad de acceder a la información que busca y evaluarla críticamente.
Estamos muy lejos, sí. No es una cuestión de técnicos, ni sólo de docentes o padres, ni de un ministerio. Es una tarea titánica de toda la sociedad, que deben liderar estadistas honestos. La deshonestidad, está visto, es socia del corto plazo.