Por: Sergio Abrevaya
Argentina atraviesa la más crítica de las etapas de la larga transición de la dictadura a una democracia plena. Aquella con la que soñamos, y que nuestra constitución asegura con un norte llamado “bienestar general” en su preámbulo; creímos que se educaba y se comía, también que se trabajaba.
Algunos de nosotros tenemos la suerte de estar bien, nuestros hijos reciben una buena educación y no han tenido privaciones. Pero la mayor parte de los argentinos vive otra realidad, con una inmensa mayoría expulsada del sistema productivo. Muchos son “beneficiarios” de planes sociales, que deben ser inclusivos, brindar trabajo pero que en definitiva los somete a un círculo del cual no pueden salir.
La política ha tenido gran responsabilidad de ello en estos últimos 30 años. Quienes gobiernan, en la quintaesencia del corto plazo y del sálvese quien pueda, han alimentado a rajatabla el repetido esquema de Martínez de Hoz, Cavallo y Kirchner: viaje al exterior, auto importado y TV nueva, mero consumismo, con dólar en tablita, financiados siempre por el agro que exporta.
Esa Argentina del despilfarro de muchos, dejó de invertir en transporte público, que es comunicación, comercio y desarrollo, energía que sostiene la industria y la producción. Una Argentina que prefirió gastar en “Futbol Para Todos” antes que en revolucionar una educación tan atrasada. Es el capitalismo feroz de consumo, promovido desde el Estado.
La oposición abandonó gran parte de su potencialidad en peleas estériles, se refugió en la permanente denuncia de la indignante corrupción. No tuvo el coraje ni el espíritu constructivos para una alternativa cultural y poder democráticos, maduros que gobernasen mejor y para todos.
Los personalismos y los egos individualistas, propios de esta era, impiden la construcción del poder democrático que nos conduzca a un gobierno diferente.
Lamentablemente, como símbolo de la liviandad, los candidatos son más conocidos por su actividad en la farándula, un vodevil que alimentan el segundo a segundo de un rating ficticio, inmediato, contando con cierta complicidad mediática.
Esto los convierte en integrantes de un gran show, en el que se confirma que la Argentina es lo que parece y no lo que es.
La década perdida por gobernar para pocos y por ser opositor para pocos.
En este panorama, donde la liviandad de la política es moneda corriente, muchos temas importantes que aquejan a los argentinos no se difunden porque no venden ni dan rating. Es nuestra obligación tratar de cambiar este mundo tan pobre de espíritu, en el que nada se agita por ideal alguno, pero que nuestros hijos y nietos van a heredar.
UNEN nace como una oportunidad , pero sólo sí nos dedicamos a ese camino largo camino y abandonamos la búsqueda mágica de salidas electoralistas. No todos en esta fuerza entienden que altos fines nos convocan, aquellos que comprenden lo importante son nuestra esperanza. UNEN por definición no es una fuerza personalista. Eso la convierte en la piedra angular de una nueva cultura democrática. Los personalismos que la integran, que no están dispuestos a poner por encima los altos fines a lo que hemos sido convocados, van a quedar en el camino.
Nuestro país necesita una fuerza cívica en la que podemos tener la esperanza de una argentina definitivamente diferente, culturalmente reflexiva, que piensa en el mañana, en sus hijos, y en un mundo mejor para todos.