Por: Sergio Abrevaya
Incluir en la escuela es incluir en los aprendizajes y el conocimiento. Es desarrollar las habilidades, destrezas, competencias de niños y jóvenes para posibilitarles una inserción sólida y segura en la sociedad moderna. Una sociedad donde se valoran mucho más las habilidades de la mente que la capacidad de trabajo físico.
En síntesis, incluir en la escuela es promover el desarrollo integral de los futuros ciudadanos.
Otra cosa muy distinta es incluir en el edificio escolar, en aulas o patios que albergan la escuela, pero no son la escuela.
Dos desafíos se le presentan a las instituciones educativas de hoy: lograr la excelencia (calidad o buena educación), e incluir a las nuevas generaciones en el proceso educativo. De la calidad de ese proceso es responsable prioritario el sistema educativo, de la inclusión no exclusivamente.
Que los alumnos lleguen al umbral de la escuela sanos, bien alimentados, con materiales de estudio, que hayan dormido en una casa digna y se movilicen en transportes seguros y eficaces: son condiciones necesarias para la inclusión social y fundamentales para una trayectoria escolar exitosa; pero no son responsabilidades de “la escuela” sino del conjunto del Estado y de las políticas que los gobiernos generan.
Esos dos desafíos que en principio aparecen como contradictorios se resuelven en forma conjunta y simultánea, o no resuelven. No hay inclusión real sin excelencia y calidad. Sin aprendizaje, a los alumnos de hoy les espera la exclusión de la sociedad moderna.
Si bien es cierto que en otros países existe el mecanismo de evaluación que propone la provincia de Buenos Aires, también es cierto que son países que tienen un modelo pedagógico distinto al nuestro. El proyecto bonaerense propone mal esto que quieren copiar.