Un nuevo documento y un nuevo cimbronazo con el que Francisco nos sacude ante realidades que nos interpelan a todos. La temática propuesta en Laudato Sii no es una novedad, pero sí es la primera vez que la ecología es tapa, y no por apenas un reclamo verde. Hoy recogemos el reclamo, como él mismo nos transmite, de muchos jóvenes que piden un cambio para poder pensar en un futuro libre de crisis ambientales y sin excluidos.
Francisco nos pone frente a los ojos una realidad que a veces tocamos de oído o adjudicamos a los océanos o la capa de ozono, pero hoy la entendemos desde otra óptica. El centro no son más los “aerosoles dañinos”, nosotros somos parte de la solución y el papa nos pone en ese lugar.
El cuidado y la relación con nuestra casa común es parte de nuestro desarrollo integral y como tal uno de los puntos sobre el que nos invita a sumarnos. A dejar de lado la cultura del descarte, haciendo referencia tanto a los excluidos de nuestras sociedades como a aquellas cosas que al poco tiempo de uso quedan obsoletas o se convierten en basura.
Como parte de este diagnóstico y de la relación del hombre con su entorno es importante mencionar la concepción del trabajo donde el hombre es autor, centro y fin de la vida económica y social, siendo también ámbito de su desarrollo personal. Nos invita a reconocer la importancia de las tecnologías como herramientas que han producido cosas valiosas, pero no podemos desconocer la importancia de que estén acompañadas de responsabilidad, valores y conciencia.
En este sentido, la encíclica destaca que la educación es parte de la solución a los problemas planteados, pero no la mera información sobre la ecología. La existencia de normas y leyes no es suficiente, sino que es necesario el desarrollo de hábitos. Así, Francisco nos invita: “Es muy noble asumir el deber de cuidar la creación con pequeñas acciones cotidianas, y es maravilloso que la educación sea capaz de motivarlas hasta conformar un estilo de vida”. Esta tarea no solo involucra a la escuela, sino también a los medios de comunicación y sobre todo a la familia, centro de la cultura de la vida, que se trasluce en pequeñas acciones como puede ser algo tan sencillo como racionalizar el consumo de agua.
No tenemos que mirar la ecología solo desde la perspectiva ambiental, sino comprender que cuando hablamos de esta también puede ser económica, social, cultural, de la vida cotidiana, humana.
Esta última es inseparable del concepto del bien común, donde prima el respeto por el ser humano, por sus derechos y que busca el desarrollo integral. Es un llamado a la solidaridad, a poner la mirada en los más vulnerables, entendiendo que todos buscamos un destino y un futuro común, los que más tienen al servicio de los que tienen menos, porque aquí se juega el porvenir de las generaciones futuras.