Por: Walter Habiague
Siempre a las apuradas, nos visten a disgusto. ¿Por qué?
Uno creía que las discusiones de fondo de un proyecto de Nación se daban entre todos sus actores y en el plano calmado del futuro.
¿Por qué corre el Gobierno Nacional? ¿Cuál es la crisis que lo obliga al paso ligero si todo marcha bien? ¿En qué mundo nos piensan cuando la región camina a paso firme y tranquilo detrás del mundo que espera de América lo que América está llamada a ser?
¿Por qué corre el Gobierno Nacional?
Expropiación de YPF. Estatización de la ex Ciccone. Memorándum con Irán. Reforma Judicial. Blanqueo de Capitales…El promedio de tratamiento parlamentario que el Gobierno concedió para estos proyectos fue de dos semanas, pero son sólo horas tomando en cuenta el “debate” neto.
En vez de discutir cómo el futuro se construye hoy, el Gobierno Nacional dogmatiza que el hoy habría que haberlo construido ayer y como no lo hicieron, hay que hacerlo ahora a las corridas.
Y así nos apura. Nos arrastra. Nos violenta. Nos corrige sin consultarnos y se desdice sin ruborizarse. Justo en el lugar reservado al futuro, el Poder Ejecutivo, nos plantea un Hoy incesante, y nos reemplaza la posteridad con una coyuntura ad hoc. Justo por el camino reservado para la prudencia, nos arrastra a una pelea insensata, básica, primitiva y casi de subsistencia, si pensamos en términos de Razón y de Moral.
Aun cuando el debate se hubiera dado, es oportuno recordar lo dicho por Monseñor Lozano haciéndonos notar que un cambio como el de la “democratización” de la justicia, un cambio de tal importancia para la vida del pueblo y las instituciones, difícilmente pueda ser legítimo si se aprueba a libro cerrado y en una votación reñida.
Legislan a los saltos sobre el cuerpo de la República.
Por eso, y ante lo efímero de la premura: ¿por qué corre el Gobierno Nacional? ¿Hacia dónde escapa o, de qué?
“Un ejemplo suele aclararlo todo”, oí decir a Perón parafraseando a Bonaparte.
De esa forma, con un solo ejemplo Napoleón enseña la base de toda estrategia: “Vísteme despacio que llevo prisa”.
Es decir que lo principal es enemigo de la urgencia y si no hay urgencia, ¿cuál es el apuro?
El mismo Napoleón aconsejaba ocupar el espacio y después mandar a los abogados. Pero no olvidemos que para ocupar ese espacio, antes de la gloria en batalla, existieron insomnios enteros de planeación y consulta.
¿O acaso somos tan ingenuos como para creer que el Gobierno Nacional no se ha tomado en el armado de estas reformas todo el tiempo que ahora nos niega?
El Gobierno no propone debates sino que inaugura olvidos. Por eso la tarea de hoy es dejar de lado la sorpresa, anclar la realidad a los tiempos imprescindibles y obligar al Gobierno Nacional a dar el debate.
¿Cuál es la razón que justifica el apuro de votar en 15 días leyes que regirían la República? ¿Desde qué perversión de la soberbia legitiman la atropellada sobre un sistema de gobierno? ¿Qué conveniencias ocultas, qué arrogancias inconfesables los animan a prohibir que el tiempo eche luz sobre sus sentencias? ¿Con qué derecho cambian el modelo de sociedad sin consultarlo con la sociedad?
¿Dónde andará en medio de esta vorágine parlamentaria la carta que su conciudadano Francisco le envió a la Señora Presidente convidándola a trabajar por “el diálogo y el consenso”?