Por: Walter Habiague
Si alguien quisiera embarrar la influencia moral de Francisco en la política nacional con miras al 2016, seguramente empezaría por meter a Bergoglio en la discusión de coyuntura.
“Metamos a Bergoglio hoy en la pelea para que Francisco no influya mañana” podría ser el slogan oficial.
Y el reciente documento de la Conferencia Episcopal les vino de maravillas a los sectores del oficialismo que se quedaron colgados de la nostalgia por el “enemigo Bergoglio”. Parecen eufóricos por recuperar la dinámica del enfrentamiento que, por una vaticana fuerza mayor y orden presidencial, se vieron obligados a cambiar por genuflexiones.
Levantar la mirada
Pero es muy poca cosa discutir a Francisco o usarlo como figurita política. Involucrar a Francisco en nuestro día a día es consagrar el personalismo y la foto. Es sucumbir a la chicana y no ver el horizonte que representan sus valores.
Conviene entonces salir de la discusión planteada y pensar en cómo y a través de quién la agenda argentina de Francisco se expresa políticamente en nuestro país.
El documento de los obispos tiene una innegable coherencia con las preocupaciones de Su Santidad a nivel mundial. Tanto es así que el documento cita al Evangelii Gaudium, la exhortación apostólica que Francisco suele regalar a los líderes políticos mundiales que lo visitan.
Siguiendo la línea de las denuncias papales (que ya desde la Catedral Metropolitana venía haciendo el Cardenal Bergoglio), el documento habla de violencia delictiva, violencia social, pobreza, “bullying”, exclusión, falta de justicia, narcotráfico, deserción escolar, corrupción, impunidad, sistema carcelario, etc.
La Iglesia apura al arco político nacional y le cambia la agenda. Pero no lo corre por izquierda o derecha, sino desde el paradigma aceptado por todos: la Justicia Social. Nos recuerda que lo imprescindible, por básico e insatisfecho, es lo realmente urgente.
La Iglesia marca la cancha en la que se tiene que jugar la política pública. La Agenda es de Francisco.
Reacciones diversas
El relato oficial, por sistema, pone en tela de juicio al mensajero. Siempre. Es la política del chimento. La Doctrina Prontuarial, sin sustancia.
Pero como el documento de la Conferencia Episcopal remite a Francisco, logró generar saludables divisiones en el bloque del discurso oficial.
Desde Presidencia se acusó a la Iglesia de agitar “viejos enfrentamientos”. Uno piensa que los enfrentamientos que se agitan en Presidencia no sean tan viejos, tal vez se remonten solo a un par de Tedeums.
Estela de Carlotto, por su parte, reclamó por el silencio de la Iglesia durante la última dictadura militar de hace 30 años, omitiendo la verdad de lo que la Iglesia denuncia hoy.
Menos sutil, el titular del CELS, Horacio Verbitsky, le recordó al gobierno la ingenuidad de haber creído que Bergoglio cambiaría por ser Francisco. Tal vez Verbitsky esté confundiendo ingenuidad con oportunismo y error de cálculo.
Desde el “sciolismo” en cambio, se optó por compartir el mensaje de fondo en líneas generales sin dar mayores precisiones.
La Enfermedad
“Constatamos con dolor y preocupación que la Argentina está enferma de violencia”. Dice el texto de los obispos en su primera parte.
Lo que hemos violentado, hasta el límite del absurdo, es la verdad. Todas las violencias han venido por añadidura y se han agravado en su ocultamiento.
“Urge en la Argentina recuperar el compromiso con la verdad, en todas sus dimensiones. Sin ese paso estamos condenados al desencuentro y a una falsa apariencia de diálogo”.
Ese compromiso lo encarna y define Francisco. Su Agenda Argentina los estructura. Configurar su aplicación es tarea de la dirigencia política.