Por: Yamil Santoro
Hay vacas sagradas que parecen haber quedado fuera del debate, si bien es cierto que dentro de un contexto inflacionario el salario mínimo sirve para actualizarle el precio-salario a quienes ya tienen trabajo sus consecuencias son mucho más negativas de lo que se observa a simple vista. Quisiera ilustrar el asunto con una historia.
A Wilmer lo conocí en un curso de inversiones para pequeños ahorristas. Era un pibe de poco más de 20 años. Un día en un evento se me acercó y preguntó si le podía dar trabajo. Les resumo su historia.
Wilmer vino de Bolivia poco después de haber terminado el secundario. Trabajaba en el campo con su mamá cosechando papas y algunas otras frutas y verduras. Un conocido de la madre le vendió que Argentina era una tierra de oportunidades y que acá podía tener un futuro prominente. Terminó en un taller esclavo, planchando camisas por 10 centavos la unidad en algún lugar de la Provincia de Buenos Aires.
Armado de esperanzas, después de más de un año en condiciones de virtual esclavitud cumplió con el acuerdo con su esclavista y logró encontrar refugio en otro taller donde, al menos, le dejaban salir a estudiar. Trabajando de lunes a sábados por aproximadamente $1000, lo conocí. Me pidió trabajo y le pregunté “¿Qué sabés hacer?” – “Coser, planchar y cosechar papas”, bien pudo ser su respuesta, que ya no logro evocar pero recuerdo que me causó gracia por la brutalidad sincera. Era alguien que quería salir adelante y se tenía fe, eso me entusiasmaba.
Un día me decidí, lo llamé y le dije “te pago lo mismo que te pagan ahora, vení y vemos en que te puedo ocupar”. Y así Wilmer vino a trabajar sin tener idea de qué hacer. Poco a poco lo fuimos capacitando, dándole cada vez más responsabilidades hasta que fue ganándose su lugar. Estaba en negro, claro. Con el tiempo llegó a justificar su puesto y le pregunté si quería estar en blanco o llevarse el dinero en mano, dijo que prefería tener el dinero para invertir y para dárselo a su familia. El día que negociamos el aumento que lo ponía finalmente por encima del salario mínimo, al volver a la empresa nos encontramos con inspectores del Ministerio de Trabajo. Hubo que blanquearlo a la fuerza, recuerdo ver cómo lloraba cuando le explicaba que no iba a poder darle el aumento prometido y que, además, me iba a comer una flor de multa.
Pero más allá de las adversidades ministeriales pudo progresar, lo ayudé para que se venga a vivir conmigo a un departamento compartido. También se anotó en la universidad para comenzar sus estudios. Un día me vino a avisar que ya no iba a trabajar en la empresa, que había conseguido algo mejor. Las buenas nuevas continuaron y poco después vino a avisarme que ya no iba a vivir con nosotros: se mudaba solo por primera vez en su vida. Invertir en él valió la pena y pude regalarle a alguien un poco más de libertad.
Si me hubiera tenido que regir por lo que dictan las leyes de algunos burócratas iluminados y mafiosos sindicalistas que establecen exigencias absurdas y arbitrarias para dar empleo, Wilmer seguramente seguiría en un taller. El salario mínimo sólo sirve para excluir a los menos calificados de acceder a puestos de trabajo. Si vemos al mercado como una escalera, el salario mínimo quita los primeros escalones robándole a muchos la posibilidad de empezar a subirla o volver a subir.
Es insensato pensar que por prohibir algo eso va a dejar de existir. Lo nefasto es convertir en ilegal o criminal una relación que beneficia a dos personas de común acuerdo. Aun perdiendo plata a favor de Wilmer, como fue mi caso inicialmente, estaba cometiendo un ilícito. Las leyes me llevaban a realizar una acción injusta (dejarlo sin trabajo en un taller esclavo) o a infringirla por cumplir con aquello que me dictaba mi conciencia.
Existen muchísimas leyes que sirven para perpetuar situaciones injustas. Así como existen muchos empresarios y empleados malparidos hay gente valiosa que se ve impedida de hacer todo lo bueno que pudiera hacer o ayudar a todos aquellos que pudiera ayudar. La lógica del salario mínimo, junto con otras medidas proteccionistas, sirven para aumentar la dependencia de la sociedad en grupos de presión (sindicatos, cámaras de comercio, etcétera) para poder obtener favores y reconocimientos por parte de un gobierno corruptible.
Sin perjuicio de mi profundo repudio y asco por las formas de esclavitud lo cierto es que entre el trabajo en situaciones infrahumanas y de cautividad y un salario acordado libremente (aunque pueda resultar bajo) hay un universo de diferencias que reflejan la complejidad de la sociedad que resulta imposible de plasmar en un decreto, una paritaria o cualquier decisión centralizada.
El salario mínimo es una de las principales causas de que en Argentina el acomodo sea la principal forma de acceso al primer empleo. Quien llega sin experiencia suele ser improductivo, ¿pretendemos que la empresa absorba su costo o se lo tiene en negro un par de meses hasta que aprenda? Debemos abrirle las posibilidades a que todos los que están parados se sumen a trabajar por una Argentina mejor. Hablemos acerca de cómo mejorar su salario real, de cómo darles herramientas para progresar, de cómo ayudarlos a llegar a fin de mes y terminemos con las mentiras que llevan a perpetuar la mediocridad y la dependencia.
Si el salario resulta insuficiente hablemos de otorgar un ingreso compensatorio como en Chile, hablemos de capacitar a la gente para que pueda elegir no trabajar en lugares por necesidad, facilitemos las condiciones para que cualquiera pueda abrir un negocio y que podamos expulsar a miserables del mercado. Ayudemos a las personas a mejorar su condición, brindándoles herramientas genuinas para el desarrollo y dejemos de destruir el valor de la moneda con políticas monetarias irresponsables.
El salario mínimo no termina con el problema de los salarios bajos ni resuelve el tema de la pobreza, sólo lo esconde y convierte en criminales o víctimas excluidas a quienes muchas veces no tienen más alternativa que hacer lo que pueden.