“Si no se quiere al pueblo, si no se quiere al prójimo, es imposible querer a la patria. La patria es el otro, la patria es el prójimo”; con esas palabras en el 31 aniversario del inicio de la guerra de Malvinas, la presidente Cristina Fernández de Kirchner dejó sentada una frase que, recortada, es usada –aunque cada vez con menos entusiasmo- por sus militantes como eslogan. Profundizando en el significado que tendría este concepto encontramos la explicación de José Pablo Feinmann -uno de los intelectuales preferidos del kirchnerismo- quien en un artículo del diario oficialista Página 12 sostuvo, basándose en el pensamiento de Emmanuel Levinas, que “es imposible edificar una democracia sin una ética de la alteridad que haga del otro lo presente en mí, completándome”, para luego rematar que “nadie puede creerse la patria. La patria es una urdimbre de otredades que se requieren las unas a las otras”. Pero como José Pablo tiene capacidad para observar lo que sucede (aunque pueda encontrarle luego algunas explicaciones algo antojadizas), acepta que el concepto vertido por la Presidente incluye el conflicto y por lo tanto “la patria es el otro, pero no todos son el otro”, y así termina concediendo que el lema es una utopía porque “ellos, el poder, el establishment, los monopolios, jamás pensarán que la patria son los otros”.
¿Qué sucede con todos aquellos que somos críticos del kirchnerismo y que tampoco somos todo aquello que describe en la frase que antecede? Ciertamente no nos han dado esa respuesta aunque podemos inferir que todo lo que no se reconoce como kirchnerista es la antipatria.
En ese permanente ninguneo del otro, se inscribe el reciente discurso que Máximo Kirchner pronunció en el acto organizado por La Cámpora en el estadio Diego Armando Maradona y que sirvió como presentación pública del heredero del clan. Si bien no caló el intento del mayor de los hijos de la presidente, seguido por el cuervo Larroque, Carlos Kunkel y otros, de instalar la idea re reeleccionista de Cristina, sí permite constatar el rechazo que genera en el oficialismo cualquier cosa que suene a alternancia, divergencia y alteridad. En rigor de verdad, ni Máximo ni ninguno de sus adláteres plantearon la posibilidad reeleccionista como algo real. En los más desprevenidos, el tema prendió hasta que tomaron una calculadora y comprobaron que el kirchnerismo no tiene la más mínima posibilidad de ir por una reforma constitucional. Para aquellos que leyeron el concepto entendiéndolo como artilugio para fortalecer a un gobierno que viene muy golpeado por la realidad y demostrar al mismo tiempo que puede conservar la inicitativa política, también resultó algo verdaderamente efímero. Un ejercicio simple de proyecciones demostraría que la Presidente perdería en segunda vuelta la elección de 2015 contra cualquier rival que le pongan enfrente. En cualquier caso, la instalación del debate no prosperó porque una alta inflación, la inseguridad y la brecha cambiaria entre otros problemas de una extensa lista se llevaron puesta incluso la novedad política de que Máximo Kirchner, después de un largo coaching con la actriz Andrea del Boca, había decidido aparecer para dar un discurso público y masivo.
En la fallida búsqueda de este objetivo, el kirchnerismo no dudó en utilizar los mismos argumentos de Carlos Menem, a quien declaró su enemigo político y a cuyo gobierno culpa por todos los males -aún no extirpados del todo según el oficialismo- de la sociedad argentina. Les hubiera bastado repasar las declaraciones de María Julia Alsogaray, Rodolfo Barra y Alberto Kohan a fines de los 90’ para, por lo menos, no repetir los mismos (y falsos) argumentos.
Detrás de toda esta espuma política, la cual abona cada día el Jefe de Gabinete en sus conferencias de prensa matinales, hubo también a posteriori algunas declaraciones de altos dirigentes del oficialismo que ponen una luz de alerta acerca de las intenciones que a futuro pueden marcar el accionar de un grupo político que seguramente perderá el gobierno pero que puede instalarse como grupo de presión y poder para intentar marcarle la cancha a su sucesor. El secretario general de La Cámpora, el mencionado Larroque, se preguntó sin sonrojarse “¿qué legitimidad puede tener un próximo gobierno que no compita con quien concita la mayor adhesión de nuestro pueblo?”. Teniendo en cuenta todo lo antedicho y sabiendo que la Constitución Nacional le prohíbe a la actual presidente competir en busca de un nuevo mandato, se nota que hay un claro y explícito intento de debilitar de antemano al futuro gobierno. Así las cosas, está claro que las fuerzas de la oposición y del oficialismo “light” –léase Scioli- ya deberían estar pensando en cómo relacionarse con un grupo político que tiene el explicitado objetivo de socavar a un próximo gobierno, al que ven sin siquiera legitimidad de origen.
En última instancia, los sectores de la oposición deberían agradecerle al gobierno haber instalado la idea de que existen fuerzas destituyentes que tienen como objetivo vaciar de poder al gobierno de turno hasta debilitarlo al punto de hacerle imposible la gobernabilidad. Este concepto, tan estudiado desde la Ciencia Política y tan ligado a la legitimidad, es lo que de manera explícita el kirchnerismo puro y duro ha reconocido querer socavar en el futuro.