Por: Claudia Peiró
Autoproclamados herederos de una generación que -equivocada o no- se inmoló por una idea, los muchachos camporistas demostraron una vez más la distancia moral que los separa de aquella “gloriosa” Jotapé de los 70.
Pasemos piadosamente por alto el triste nivel intelectual y discursivo exhibido por su jefe, Andrés “Cuervo” Larroque, en cada ocasión en que interviene en público, y concentrémonos en lo más importante: el espíritu con el cual encabezó la “solidaridad” con los inundados, en un operativo consistente en ponerle el sello de “La Cámpora” a las donaciones espontáneas y anónimas de la gente.
Los chicos de la agrupación juvenil oficialista no se sumaron desinteresadamente a las tareas de ayuda. Fueron a sacar ventaja electoral, como el más corrupto de los políticos que alguna vez criticaron. Instituyeron el Operativo de Usurpación de la Solidaridad de los Argentinos.
Hubo un tiempo en que cundió la indignación por gobernadores que ponían su firma en las zapatillas que entregaban a los carenciados.
Pero hoy deja aún más estupefacto el ver con qué grado de excelencia La Cámpora ha desarrollado todos los vicios de la política “liberal burguesa”, contra la cual se levantó la generación cuyo ejemplo dicen seguir.
La ecuación esencial del peronismo ha sido invertida por el neocamporismo: primero los hombres, después el Movimiento y, por último, si queda algo, la Patria.
Donde ayer hubo un proyecto colectivo, hoy hay “escalafón”.
Donde hubo coraje y sacrifico, hoy hay ambición y prosperidad personal.
Ayer, entrega desinteresada; hoy, cargos.
Ayer, solidaridad; hoy, individualismo.
Ayer, luchaban por los derechos de los demás; hoy, en defensa del privilegio faccioso y la prebenda personal.
Los muchachos de la Jotapé actuaban con desprendimiento, ponían plata de su bolsillo, si la tenían, o entregaban su tiempo y hasta la vida; la vanguardia kirchnerista hace política con la billetera del Estado. Y con riesgo cero.
Los chicos de Larroque hacen obscena exhibición de un coraje módico, acorde a los tiempos que vivimos. Aprietan, amenazan e intimidan. Escrachan. Se envalentonan; total, están amparados por el Gobierno.
Nadie los persigue pero igual se victimizan.
El diálogo de Larroque con un periodista del canal oficial desnuda otro aspecto revulsivo en estos pretendidos herederos de glorias pasadas -glorias que pretenden usurpar, al igual que usurpan la solidaridad de la gente-, que es la vocación autoritaria.
Persiguen a tal punto al periodismo independiente que no pueden tolerar el menor margen de dignidad en un trabajador de la Televisión Pública.
“¿Quién me está preguntando, cómo es tu nombre?”, fue la réplica intimidante del vigilante Larroque a la pregunta de Juan Miceli: “¿Por qué trabajan con pecheras partidarias con estas donaciones anónimas que se han hecho?”.
A la Jotapé de ayer la perseguía la policía por levantarse contra el autoritarismo y la proscripción. Los “pibes de Cristina para la Revolución” persiguen y amenazan con el desempleo a un trabajador que no piensa como ellos.
La Cámpora no se aburguesó; nació como una agrupación de aspirantes a burócratas, de “hijos de papá”, que traen de cuna todos los vicios de la mala política: individualismo, sectarismo, electoralismo y clientelismo esclavista.
Es la triste farsa que remeda la tragedia de ayer.