Por: Claudia Peiró
Lo dijo Francisco en su primera misa pública en Brasil, donde preside la XXVIIIª Jornada Mundial de la Juventud. El Papa rezó frente a la imagen de la Virgen de Aparecida, patrona del Brasil.
“Cuánta alegría me da venir a la casa de la madre del pueblo brasileño”. Así inició Francisco su homilía, pronunciada en un lugar de mucha significación para el Brasil pero también para él, porque fue allí donde se hizo conocer Jorge Bergoglio por el conjunto de cardenales que más tarde se inclinaron por su candidatura al papado.
Así lo expresó al comienzo de su mensaje: “En este santuario, 6 años atrás, cuando se realizó la V Conferencia pude darme cuenta personalmente de algo bellísimo: los que trabajaban aquí (…) eran animados, acompañados, en cierto sentido inspirados por los millares de peregrinos que diariamente llegaban al santuario”.
“Puedo decir que el documento de Aparecida nació de este encuentro entre el trabajo de los pastores y la fe simple del pueblo, bajo la protección maternal de María”, afirmó.
Puso entonces a todo el pueblo latinoamericano y a la jornada que tiene lugar en Río de Janeiro, con la participación de cientos de miles de jóvenes de todo el mundo, bajo protección de esta Virgen en su monumental basílica ubicada a 240 kilómetros de Río.
“En vez de una pesca infructuosa, aquí surgió un santuario donde todos los brasileños se sienten hijos de la misma Madre; ¿quién lo hubiera imaginado?”, dijo el Papa, en referencia a la historia que dio origen a Aparecida. La pequeña y sencilla imagen de María fue “pescada” en el mar por pescadores que se habían encomendado a la Madre de Jesús antes de embarcarse. Posiblemente provenía de un naufragio.
Francisco usó este ejemplo para una exhortación: “Dejémonos sorprender por el amor de Cristo“ que todo lo transforma, dijo. “Lo que parece agua fría, dificultades, pecado, se convierte en vino de amistad”, para el que confía en Jesús, señaló, en referencia a una de las lecturas bíblicas previas a la homilía, el pasaje bíblico conocido como Las bodas de Caná, en el que Jesús convierte el agua en vino, haciendo así su primer milagro.
Este concepto fue en realidad la segunda de tres actitudes en las cuales basó su homilía. Había dicho en el comienzo de su mensaje que venía a “llamar a la puerta de la casa de María, que amó a Jesús y lo educó” para pedirle ayuda para sí y para todos los pastores, padres y educadores, a fin de que puedan transmitir a los jóvenes “los valores que los hagan artífices de una Nación y de un mundo más justo, solidario y fraterno”.
En función de ese objetivo, anunció que señalaría los que llamó “tres sencillas actitudes: mantener la esperanza, dejarse sorprender por Dios y vivir con alegría”.
La primera actitud que predicó Francisco, basado en un pasaje dramático del Apocalipsis en el que un dragón que representa el mal, el demonio, intenta devorar al hijo de una mujer, que simboliza a María y a la Iglesia, fue la de “mantener la esperanza”.
Dios transforma una escena de muerte en escena de vida, explicó el Papa, del mismo modo, ante las dificultades de “la vida de cada uno, por grandes que parezcan”, hay que tener confianza, porque “Dios nunca deja que nos hundamos”. “Dios camina al lado (de los padres y madres de familia), en ningún momento los abandona. Nunca perdamos la esperanza. Jamás la apaguemos en nuestro corazón”, insistió.
Y, volviendo a una costumbre que suele sorprender a los observadores, advirtió sobre la acción del Diablo, un tema recurrente en sus homilías.
“El ‘dragón’, el mal, existe en nuestra historia, pero no es el más fuerte. El más fuerte es Dios, y Dios es nuestra esperanza”. Y en ese sentido, anticipando lo que será seguramente uno de sus leit motiv en esta Jornada, advirtió que los jóvenes de hoy “sienten la sugestión de tantos ídolos que se ponen en el lugar de Dios y parecen dar esperanza: el dinero, el éxito, el poder, el placer”.
“Con frecuencia se abre camino en el corazón de muchos una sensación de soledad y vacío, y lleva a la búsqueda de compensaciones, de estos ídolos pasajeros”, advirtió.
Por ello exhortó a los presentes a ser “luces de esperanza”, a tener “una visión positiva de la realidad”, a ayudar a los jóvenes “a ser protagonistas de la construcción de un mundo mejor: son un motor poderoso para la Iglesia y para la sociedad”.
“Ellos no sólo necesitan cosas. Necesitan sobre todo que se les propongan esos valores inmateriales que son el corazón espiritual de un pueblo, la memoria de un pueblo”, agregó.
“Si caminamos en la esperanza, dejándonos sorprender por el vino nuevo que nos ofrece Jesús, ya hay alegría en nuestro corazón”, continuó el Papa, en referencia a la tercera de las actitudes. El cristiano es alegre “porque el pecado y la muerte han sido vencidos”.
“El cristiano nunca está triste. Dios nos acompaña, y tenemos una Madre que siempre intercede por nosotros (y) nos dice que debemos hacer lo que pide Jesús”, dijo Francisco. Y a continuación exclamó: “Sí, Madre, nos comprometemos a hacer lo que Jesús nos dice. Y lo haremos con esperanza, confiados en las sorpresas de Dios y llenos de alegría”.