Por: Claudia Peiró
El presidente de Ecuador, Rafael Correa, sorprendió la semana pasada a propios y a extraños con una enérgica defensa de la vida, llegando incluso a asegurar que renunciará al cargo si el parlamento de su país legaliza el aborto.
Correa dijo que mientras él sea jefe de Estado no permitirá la “eutanasia prenatal”. Enojado con los que, dentro de su propia fuerza (Alianza País) y contradiciendo su programa, quieren promover una ley en ese sentido, declaró con contundencia: “Jamás aprobaré la despenalización del aborto”. Y para que no quede ninguna duda, agregó: “Por defender la vida, estoy dispuesto a renunciar a mi cargo”.
La semana pasada, en este mismo espacio, escribí sobre la obsesión de la izquierda con el que llama “aborto libre”, un fanatismo que la convierte en contracara de ciertos sectores eclesiásticos, obsesionados “sólo” con eso y a los que el papa Francisco ha condenado por esa actitud.
Es inexplicable que quienes dicen estar preocupados por los más desposeídos, y se consideran portadores de una sensibilidad social que les niegan a todos los demás, no tengan otra respuesta a los dramas de la pobreza que el control demográfico. También es la solución que conciben para “salvar al planeta”. Ya que está de moda Greenpeace, vale recordar que fue una de sus “activistas” –la feminista Rebecca Gomperts- la que conducía un barco abortero, que recorría el mundo practicando esas “operaciones” en alta mar, para eludir las legislaciones nacionales. La conclusión sobre esta doble militancia ecológica y abortista es que en la jerarquía de valores de esta gente es más importante proteger a un pingüino empetrolado que a una vida humana en gestación.
El aborto -su legalización- es por otra parte LA vara con la cual clasifican lo revolucionario y lo reaccionario. Por eso no puedo menos que preguntarme qué harán con Rafael Correa, a quien consideran “del palo”, frente a la herejía que el hombre acaba de cometer. Debo decir que me sorprendió el coraje del presidente ecuatoriano, porque hay que tenerlo para remar contra la corriente; para enfrentarse a la dictadura de lo políticamente correcto que crucifica sin piedad a cualquiera que se salga del canon.
Que lo diga si no Jorge Bergoglio que, por oponerse al matrimonio homosexual y al aborto, fue acusado de “genocida”. Los progres no se andan con chiquitas. Desataron en su contra una campaña de desprestigio que duró años y que no se detuvo frente a nada. Enceguecidos, no vieron al hombre, al pastor, ni al político (al “fino político”, como lo calificó la prensa mundial poco después de su consagración papal), hasta que un cónclave histórico desnudó la miopía y la mediocridad que los llevó a hacerse detractores de un argentino que hoy maravilla al mundo.
Cabe recordar también que a Juan Pablo II le negaron el premio Nobel de la Paz por su oposición al aborto que para cierta izquierda equivale a un crimen. Su inclaudicable oposición a la guerra en Irak era una nimiedad para un progresismo obsesionado “sólo” con tener las manos libres para regular la natalidad a como dé lugar. Lo mismo sucedió con el científico francés Jerôme Lejeune, descubridor de la anomalía cromosómica Trisomia 21 que permite el diagnóstico precoz del síndrome de Down. Su oposición al aborto lo volvió persona non grata para el comité del Nobel.
Durante una conferencia en los años 70, Lejeune acusó a una reconocida institución internacional de salud –ante la cual había expuesto su pensamiento sobre la defensa de la vida- de ser una “institución de muerte”. Y esa misma tarde, le escribió a su esposa: “Hoy me jugué el premio Nobel de Medicina”.
Correa se acaba de jugar no sólo la adulación del progresismo sino, más en general, la enemistad de los cultores del laissez faire en todos los órdenes de la vida.
A la izquierda actual le interesa más hacer prevención contra el embarazo -es decir, la vida-, que contra la droga -es decir, la muerte-. ¿Qué campaña hubo en los últimos años para desalentar el consumo de estupefacientes, en particular entre los jóvenes? Ninguna, no es un problema que les preocupe. En cambio, hay un constante machacar con los eufemísticamente llamados “derechos reproductivos”.
Antes, las campañas contra la droga no eran las mejores, algunas incluso eran muy malas. Pero ahora directamente no las hay. Más grave aún, existe un desembozado aliento al consumo de drogas. “No pasa nada”, es el mensaje. Cada cual tiene derecho a “darse” con lo que se le antoje, aseguran, desde un enfoque sorprendentemente “liberal”.
Cabe concluir por lo tanto que la izquierda de hoy sólo combate el “liberalismo” (entendido como individualismo a ultranza) en el plano económico, mientras que lo promueve en todo lo demás.