Por: Claudia Peiró
Si alguna causa ha gozado de un consenso prácticamente unánime en estos años, ésa ha sido la de las familias que buscan a sus niños –hijos, nietos, sobrinos- robados durante la dictadura, tras nacer en cautiverio o ser secuestrados juntos con sus padres.
El siniestro crimen que estuvo en el origen de estas apropiaciones hace imperativa la restitución de identidad, incluso más allá de la voluntad –definitiva o pasajera- de la propia persona robada.
Es por eso que, a pesar de la excesiva partidización de algunas de sus referentes en la última década, la causa de las Abuelas de Plaza de Mayo sigue gozando de un amplísimo apoyo.
Sin embargo, en las últimas semanas, se está difundiendo un spot televisivo que la desvirtúa.
Una joven lleva a su hijo recién nacido al control pediátrico. La acompaña su madre, es decir, la abuela del niño.
Tras las preguntas de rigor, la doctora indaga: “¿Algún antecedente familiar importante que me quieran comentar?, ¿un caso de muerte joven en la familia?”
-No, no (responde la abuela)
- ¿Enfermedades?… ¿de padres, de abuelos?
-No, nada (vuelve a responder la abuela, esta vez consultando a su hija con la mirada)
- Papá es diabético, (le recuerda entonces la joven madre)
-Pero, ¿tiene importancia eso? (pregunta la abuela, volviéndose hacia la pediatra)
-Sí, para el bebé es fundamental (responde ésta categórica)
A continuación, una voz en off dice (mientras se sobreimprimen las palabras): “No le dejes a tu hijo la herencia de la duda. Resolvé tu identidad ahora”.
El spot se cierra con el logo de la ONG Abuelas y sus coordenadas.
El mensaje del aviso sería: averiguá tu identidad para estar prevenido ante posibles enfermedades, tuyas o de los hijos que vayas a tener.
Además de que el ejemplo usado en el spot ni siquiera tiene demasiado sustento médico, una causa elevada como lo es la reparación de un crimen y el restablecimiento de lo que es justo, porque es justo y eso basta, o sea, la devolución de un niño –aunque hoy sea adulto- robado a su familia, queda reducida a un tema de conveniencia, formulado incluso en un tono de advertencia y hasta con un dejo de extorsión: si no averiguás tu identidad, la salud de tu hijo puede verse comprometida…
Un absurdo del que tal vez haya que responsabilizar al publicitario contratado; pero con el spot circulando por las pantallas desde hace ya varias semanas, ¿es posible que no se haya reparado en esto?
¿No basta para convocar a la reparación de esta injusticia con la contundencia de la denuncia de lo sucedido, que hay que apelar a subterfugios de esta índole?
Pero hay otro concepto que aparece bastardeado en este mensaje.
“Resolvé tu identidad”, dice el spot, antes de que uno sepa que se trata de una publicidad de las Abuelas de Plaza de Mayo, por lo cual el mensaje parece ir dirigido a todas aquellas personas que desconocen la identidad de sus progenitores, hayan sido o no apropiados, es decir, incluye a quienes fueron adoptados legalmente o de buena fe.
En la polémica desatada recientemente cuando una actriz reveló involuntariamente que había adoptado a una niña en el año 1975, sin pasar por el juzgado, quedó de manifiesto que se ha instalado en la opinión pública la idea de que, conocer la propia “identidad” es una obligación de todo individuo.
Sobre esto, hay varias cosas que decir.
Una, que el concepto de identidad al que se alude de este modo –y que es el del spot publicitario- queda reducido a la filiación biológica, cuando la identidad es mucho más que eso. Si la identidad estuviese sólo en los genes, seríamos víctimas de un determinismo biológico terrible. Pero la identidad también es la historia personal de cada uno, el ambiente, las relaciones construidas, lo que cada uno de nosotros hace de su propia persona…
Segundo, se desconoce el derecho de quien ha sido adoptado a sabiendas, legalmente, a decidir si quiere o no conocer a su familia biológica. No es una obligación; sí es un derecho.
Tercero, el hecho de que haya habido robo de bebés durante la dictadura, no significa que todos los niños adoptados hayan sido robados a sus padres. Existe, lamentablemente, el abandono de niños; también el maltrato. Hay padres a los que es mejor perderlos que encontrarlos.
Habría que evitar, por el bien de los muchos niños en condiciones de ser adoptados y de las muchas familias que ansían darles un hogar, el bastardeo del acto de adopción que es uno de los más nobles de que son capaces los seres humanos.
Ya que hay quien quiere parecerse a Napoleón –autor de un Código Civil que no fue nada chapucero considerando que, a más de dos siglos de promulgado, sigue vigente en casi todo Occidente- recordemos lo que Bonaparte escribió una vez, precisamente durante los debates de ese código: “¿Qué es la adopción? Una imitación por medio de la cual la sociedad quiere remedar a la Naturaleza. Es una especie de nuevo sacramento… El hijo de la carne y de la sangre pasa, por voluntad de la sociedad, a la carne y la sangre de otro. Es el acto más grande que imaginarse pueda. Da sentimientos filiales a quien no los tenía y, recíprocamente, da sentimientos paternales. ¿De dónde debe, pues, emanar este acto? De lo alto, como el rayo”.
Las familias que fueron brutalmente separadas de sus hijos o nietos tienen el inalienable derecho de recuperarlos, de comunicarles a éstos la verdad sobre su pasado y reconstruir los lazos perdidos.
Pero habría que evitar el reduccionismo sobre el concepto de identidad porque, entre otras cosas, echa un manto de sospecha sobre la noble institución de la adopción.
El spot que está actualmente en el aire, no sólo degrada la causa de Abuelas sino también la noción de identidad.