Por: Claudia Peiró
Causa gracia que tantas personas hayan esperado las condolencias del Gobierno por la muerte del fiscal Alberto Nisman.
¿Cómo puede esperarse empatía de quienes no se conduelen con la muerte de ningún argentino? Corrijo: ¿cómo puede esperarse empatía de quienes sólo reaccionan ante las muertes que creen posible usufructuar políticamente? De quienes no se cansan de usar a los muertos del pasado para justificar cualquier tropelía del presente.
El día en que se refirió por primera vez en cadena nacional al caso Nisman, Cristina Kirchner no se mostró dolida. En cambio, habló de las condenas a autores de crímenes de hace más de 30 años, para autoelogiarse una vez más. Y, para victimizarse, eligió recordar la ya célebre frase de su hijo Máximo: “La bala que mató a Mariano Ferreyra rozó el corazón de Néstor”.
En estos días febriles de revelaciones, desmentidas, rumores y elucubraciones sobre el caso –impactante por cierto- del fiscal Nisman, una nena de 14 años fue asesinada en Avellaneda durante un asalto en una verdulería en la que trabajaba. Cuando entraron los ladrones, armados, ella se asustó y empezó a gritar. La callaron con un balazo en la cabeza que no rozó el corazón de ningún político y, como es evidente, tampoco el de la Presidente, aunque ésta insiste en hacerse presentar como “de los 40 millones de argentinos”. Una fórmula que día a día suena más socarrona.
En la semana en que murió esta pequeña, hubo varios casos fatales más: otra nena, ésta de 4 años, en un fuego cruzado en Laferrere, Matanza; un empleado textil en Moreno, cuando intentaron robarle el utilitario en el que trasladaba material de trabajo; un padre de familia, baleado en su propia casa, en Villa Tesei, mientras preparaba la cena; un policía federal en Lomas de Zamora, también en el intento de robo de su vehículo…
¿Hace falta seguir para ilustrar la masacre cotidiana que padecemos ante la más absoluta indiferencia de autoridades cuyos corazones impenetrables no se conmueven por nada? Son “homicidios en ocasión de robo”, como minimizó, cínicamente, la TV Pública: son “imprevistos”.
¿Es normal que una nena de 14 años muera en un asalto?
¿Todas las personas que cayeron víctimas de la violencia delictiva en estos días eran ricos que se lo merecían, como insinúa siempre el discurso oficial? Que esta adolescente estuviese trabajando en una verdulería, cuando debió haber estado en la escuela, habla a las claras de su condición social. Basta ver las fotografías del local donde un disparo acabó con todos sus sueños para comprender que la inseguridad no es, como hipócritamente dicen los voceros gubernamentales, una preocupación de ricos.
Es notorio además que, quienes sostienen que los grandes medios de comunicación se ocupan de la inseguridad sólo cuando afecta a residentes de zonas “elegantes”, no dedicaron ni una sola línea a cubrir o comentar estos hechos que sí fueron reflejados por esa prensa que, según el inefable doctor Zaffaroni, “trata de crear mediáticamente una realidad mucho más violenta que la letalidad registrada”.
Son los medios oficialistas los que silencian los hechos de inseguridad que tienen como víctimas a vecinos de barrios más humildes, que por otra parte son la mayoría de los casos, porque la inseguridad, la violencia delictiva, afecta antes que nada a los pobres.
Sinceramente, me cuesta creer que la bala que mató a Ferreyra haya rozado el corazón de un hombre que, siendo presidente, cuando murieron casi dos centenares de jóvenes argentinos –detengámonos un instante en la estremecedora magnitud de esa cifra- en el incendio de Cromañón, no se condolió en lo más mínimo. Mientras el mundo entero le enviaba mensajes de pesar, el Presidente de los argentinos estaba recibiendo el Año Nuevo en el sur.
Lo que sí creo es que el caso Mariano Ferreyra fue para Néstor Kirchner un dolor de cabeza, no de corazón. Y esto porque no había modo de culpar a terceros ajenos a su sector por el asesinato del joven militante del Partido Obrero. Después de un intento –fallido- de cargarle el muerto a Eduardo Duhalde, no hubo más remedio que encajar el golpe y sacrificar una pieza.
Pero en el caso de los miles de muertos de estos años por un accionar delictivo descontrolado, el Gobierno ha logrado des-responsabilizarse, lo que habla de nuestra falla como sociedad. No hemos sabido encauzar el reclamo hacia quien corresponde y con demasiada frecuencia las víctimas han sido dejadas solas, a merced no sólo del olvido sino de algo incluso más canallesco: la manipulación y la división.
Es como si la ineficacia represiva del Estado, la proliferación descontrolada de armas y drogas y el garanto-abolicionismo, que siempre siente compasión por el delincuente y jamás por la víctima, fuesen fenómenos desencadenados por fuerzas naturales y no responsabilidad de quienes ocupan cargos.
Hoy nos impacta la muerte sospechosa de un fiscal de la República. E impacta aun más por la reacción del Gobierno que hace evidente hasta qué punto muchas instituciones básicas de nuestra Nación han caído en un desmanejo alarmante.
Pero en los primeros años de la indiferencia oficial hacia el drama de la inseguridad, la sociedad se autocomplacía en la idea –repetida hasta el cansancio por muchos analistas- de que la gestión de Néstor Kirchner estaba reconstruyendo la autoridad del Estado, cuando en realidad lo único que estaba consolidando era el manejo arbitrario de su poder.
Más de diez años después, resulta evidente que esta gestión no conduce ni siquiera instituciones tan verticales como las fuerzas del orden, una herramienta indispensable del Estado para proteger la vida y los bienes de los ciudadanos.
Por todo ello, esta larga década nos deja una sociedad en la cual los argentinos de bien temen salir a la calle, apropiada por los delincuentes, ante la indiferencia de un Gobierno al que la vida de los argentinos solo le interesa el día de votar.