Por: Claudia Peiró
El oficialismo tiene la caprichosa costumbre de interpretar toda mala noticia proveniente del exterior como una legitimación del relato. La crisis de deuda europea, la quiebra de Grecia, la desocupación en cualquier lugar del mundo, la pobreza en tierras lejanas, etcétera, etcétera; sistemáticamente, los voceros oficiales y oficiosos de este gobierno consideran que todos esos eventos son otros tantos espaldarazos al modelo y a una década de supuesta prosperidad, a un presente ideal y a un futuro venturoso que serían el legado de 12 años de gestión.
Sin que la realidad avale semejante actitud, se consideran con autoridad moral y política para pontificar sobre todo lo que sucede en el mundo.
¿Por qué extraño mecanismo mental la masiva llegada a Europa de personas que huyen de países asolados por la guerra y el hambre representaría un aval a la política del kirchnerismo en esta larga década? Es un misterio para la psicología. La Argentina, luego de 12 años de errática política exterior, ni siquiera ha incrementado su poder de palabra en el escenario mundial. Todo lo contrario.
Sin embargo, en estos últimos días, varios representantes del oficialismo se dedicaron a exponer, con verdadera impudicia, esa rara ecuación por la cual los supuestos fallos ajenos son demostraciones de aciertos propios.
La referencia de la Presidente a “los países que dejan morir chicos en las playas” –el mismo día en que la violencia delictiva que su gobierno jamás combatió baleó en la nuca a un nene de 5 años- fue la cumbre de una escalada hacia el cinismo.
Antes que ella, hubo que escuchar a un ex ministro, hoy senador, hablar del “cinismo” de los europeos que se llenan la boca con los derechos humanos pero son insensibles ante el dolor ajeno. Al tiempo que otro miembro del Gabinete mentía sobre un supuesto ofrecimiento argentino para recibir a refugiados sirios, que demostraría que esta administración sí es sensible al drama.
El ventilado Programa Siria de nuestra Cancillería data de octubre de 2014, y consiste en que los ciudadanos sirios que tengan parientes en Argentina –y sólo ellos- pueden solicitar asilo político en nuestro país por el plazo de dos años. Traducción: “solidaridad” oficial con esa población perseguida pero con fecha de vencimiento y a cargo y costa de la comunidad siria local. Desde el anuncio del programa, es decir hace casi un año, vinieron unas 60 familias.
Si Evita viviera, como tanto les gusta decir, hace rato habrían zarpado los envíos de mercadería y ropa hacia los campamentos de refugiados –de Medio Oriente o de Europa- como lo hizo la esposa de Juan Perón cuando España pasaba hambre tras la guerra o cuando los judíos europeos llegaban en masa y con lo puesto a un naciente Israel (como lo recuerda el historiador israelí Raanan Rein en su último libro).
Juran todo el tiempo por el Papa Francisco, pero a ningún kirchnerista se le ocurrió ofrecerle al pontífice argentino ayuda concreta para lidiar con esta crisis, a pesar de que los cristianos son los que más riesgo corren en este momento en Siria e Irak y a pesar de que la colectividad de descendientes de sirio-libaneses es la tercera en número en la Argentina.
Finalmente, si no bastaba con esto para ejemplificar el doble discurso oficial, el gobierno argentino se lució avalando la expulsión por parte de Venezuela de ciudadanos colombianos de su frontera, al abstenerse de votar cuando Colombia pidió a la OEA la convocatoria urgente a los cancilleres. Un posterior ofrecimiento de “mediación” no borra la ignominia de no haber condenado la acción arbitraria y violenta de su socio bolivariano. Las imágenes de familias colombianas echadas a patadas por soldados venezolanos no impactaron la falsa conciencia de los funcionarios argentinos.
Esto significa que, en el país del Papa y de Eva Perón, al gobierno de Cristina Kirchner la única cosa que le inspiró el drama humanitario de los refugiados en Europa es una chicana política.