Ha muerto Eduardo Galeano y el progresismo está de luto. El autor de las “Venas abiertas de América Latina” se bajó de la vida a consecuencia de un cáncer de pulmón ocasionado por el cigarrillo.
El eximio escritor fue uno de los más importantes intelectuales de una corriente ideológica que con bases fuertes en el marxismo abordó la historia de América Latina. Claramente identificado con la “izquierda nacional”. El progresismo en todas sus variantes lo llora. Desde el áspero chavismo -su jefe le regaló un ejemplar a Obama-, pasando por “Pepe” Mujica, Evo Morales, el kirchnerismo, la izquierda light del progresismo argentino y un núcleo fuerte de intelectuales “bien pensantes” que en universidades, radios, diarios y revistas le han rendido los correspondientes honores como a uno de los más brillantes pensadores de la década del 70. Rarezas de la cultura política argentina y de ciertos intelectuales, que enfrentados fuertemente al kirchnerismo, sin embargo, coinciden con él en la admiración y ponderación de Galeano. ¿Acaso alguien duda que el autor de las “Venas abiertas” es uno de los responsables ideológicos del progresismo latinoamericano y del kirchnerismo?
Que Página/12 haga de él un prócer va en la línea de la lógica, ahora que La Nación, el grupo Clarín y tutti quanti se sumen al coro de seducidos por la revolución imaginaria habla a las claras de por qué la Argentina jamás se apartará de su decadencia inmemorial mientras dure la admiración por los hombres “buenos que piensan bien”.
No hay dudas que Galeano fue un intelectual cargado de buenas intenciones, que pintó con los colores más vivos la historia de un continente fatigado de injusticias. Fue sin duda un gran escritor, de frases cálidas y elegantes, de metáforas austeras y sencillas que con ritmo poético se afirmó en una historia conspirativa de malos contra buenos, de explotadores contra explotados, dejando en el lector cierto regusto amargo por el fracaso y la victimización permanente. Ahora ¿de qué sirven las buenas intenciones cuando se está equivocado? Creyó en la revolución y creyó en la utopía totalitaria del marxismo en el poder. ¿Lo hacen esas ideas, acaso, el mensajero de un mundo mejor, como he leído y escuchado por estos días de manera recurrente?
Su libro más famoso se enmarca en la atmósfera de toda una época, con diferencias, claro, respecto de otros historiadores que con similar orientación ideológica jamás abrazaron la violencia elitista de la guerrilla que asoló a América Latina. Su imprudente apoyo a Castro, a la guerrilla del “Che” y su coqueteo con Tupamaros y Montoneros hacen de él un responsable de la confusión a la que se sometió a un sector de la juventud ávida de saberes, y que equivocadamente marchó a la guerrilla, a la violencia y finalmente a la muerte. Su historiografía es rupestre. Su eje discursivo descansa en la maldad de los grandes Imperios succionando la riqueza nativa y en un in crescendo de injustica que finalmente explotará en un mundo igualitario controlado por el Estado, siempre justo si está en manos de una dictadura nacional y popular.
Estatismo, dictadura, lucha de clases y violencia popular han sido sus paradigmas. Muchos de sus admiradores deberían replantearse la defensa que han hecho de él. Incluso sospechar como poco cierta la sibilina crítica que realizó a su obra al afirmar que no la releería pues desconocía de economía y política.
Lo que le ha pasado a Galeano, como a muchos otros, ha sido que su proyecto estratégico su hundió con la caída del Muro de Berlín. Si eso es desconocer de política y de economía, ahí podemos estar de acuerdo.