No hay dudas que por el progresismo.
El domingo, gane quien gane, la Argentina será otra.
El kirchnerismo se retira en el marco de un fracaso estrepitoso. Inflación, caída de las exportaciones, descenso de la producción industrial, déficit fiscal, cepo, falta de inversiones, aumento escandaloso del delito y el narcotráfico, magros salarios, industria no competitiva, caída dramática de las reservas monetarias, presión impositiva como jamás tuvimos, declinación educativa, justicia maniatada por la política, garantismo y puede agregarse a esta extensa lista infinidad de problemas cotidianos que, como los apagones, las rutas intransitables, los hospitales sin provisiones, los cortes de calles y de autopistas, hacen de lo usual un infierno que los argentinos soportamos vaya a saber por qué insondable maleficio.
Se aprecia claramente que el estatismo ideológico del gobierno ha agravado los males heredados sin hallar en su mochila ideas capaces de darnos una solución realista. Bajo otras circunstancias y en otras latitudes, el estatismo, al igual que en la Argentina, fatigó a su población. Me refiero a la Unión Soviética que implosionó por su cruel ideología y un Estado ineficiente. Chernobyl fue su emblema. Nosotros, en menor medida, hemos tenido nuestro Chernobyl, esto es, la muerte de argentinos por ineficacia del Estado. Caemos como moscas a manos del delito y la droga como también por la corrupción de funcionarios irresponsables. Cromañón y la estación de Once son nuestro Chernobyl. Lo que los soviéticos entendieron, dándole la espalda a ese régimen. los argentinos aún lo ignoran. Llegarán, posiblemente, tiempos mejores.
Lo importante a comprender es que ha sido el progresismo como cuerpo doctrinario el que ha fracasado y no el populismo que es una categoría de otra etapa de la historia universal, por más que cierto periodismo interesado e intelectuales de escasa lectura continúen insistiendo en el asunto.
Los populismos han sido movimientos de masas que, por encima de las instituciones y en contra de ellas, arrasaron con la democracia y las libertades. Apoyados en las Fuerzas Armadas hicieron de la violencia, la voluntad y la fuerza sus principios fundantes, tanto como la jerarquía y la autoridad. Contaron con líderes mesiánicos no contenidos institucionalmente y fueron portadores de una concepción totalitaria del Estado. La vida vivida a todo o nada era concebida como una épica heroica. Su sistema puede ser definido como dictaduras plebeyas donde todos tiranizan a todos. Los derechos humanos jamás fueron su preocupación. El enemigo era el extranjero y no sus connacionales. Exaltaron la naturaleza y desvalorizaron la intelectualidad.
Los populismos defendieron la familia tradicional, la diferencia de género, la educación regimentada y la condena al vago y al delincuente. La voluntad general y la comunidad nacional fueron su objetivo principal. Naturalmente no soy defensor de estos regímenes dictatoriales. Ahora… ¿qué tiene que ver esto con el progresismo, con lo que ocurre en la Argentina, que defiende a las minorías homosexuales, travestis, delincuentes, presos, por encima de las mayorías? Que hace de la igualdad de género y del matrimonio igualitario la esencia de su revolución. Para el progresismo el enemigo está adentro: la oligarquía, los poderes concentrados, las corporaciones, alentando la fractura de la comunidad nacional y el conflicto social. La educación es light y facilista. Denigran a las Fuerzas Armadas y de seguridad. En fin la lista sería interminable. El progresismo que dejará de gobernarnos luego de las elecciones del domingo es un cuerpo doctrinario con componentes liberales, marxistas y anarquistas con ciertos toques nacionalistas que hacen de esta mezcla, un todo indigerible.