¡Y no podía ser de otra manera! En una feliz decisión, el ministro de Cultura de la Nación, Pablo Avelluto, decidió cerrar ese engendro ideológico denominado Instituto Dorrego con el contundente argumento de que no corresponde al Estado tomar partido por una corriente historiográfica. ¡Felicitaciones! ¡Bien hecho!
Creado en noviembre de 2011 por un grupo de hombres interesados por el pasado, que procuró extender en el tiempo una visión historiográfica anacrónica nacida en nuestro país al calor de la expansión nacionalista en el mundo.
En los años ’30 del siglo pasado, el nacionalismo autoritario causaba furor en Europa. Su atractivo ideológico, más el valor atribuido a la fuerza y la voluntad, sedujo a jóvenes inquietos que responsabilizaban al liberalismo del siglo XIX de todos los males sociales y de la feroz matanza de la Primera Guerra Mundial. Un sector de la juventud argentina, fundamentalmente de clase media y alta, cayó bajo ese embrujo europeísta, rindiéndose al nacionalismo autoritario que hizo su ingreso triunfal en la política argentina con Uriburu en el golpe militar de 1930.
Valores como el intervencionismo de Estado, el industrialismo forzoso, la planificación económica, la sustitución de importaciones, la discriminación étnica, la xenofobia, la lucha contra el imperialismo y el rechazo al capitalismo de libre mercado se impusieron como verdades incontrastables. Mercados herméticos y protegidos fueron los colores y sonidos de aquellos años. El correlato ideológico de esa realidad material fue el nacionalismo. El novedoso relato tuvo una extensa vigencia a lo largo el siglo XX.
En nuestro país el Revisionismo Histórico fue la creación historiográfica del nacionalismo. Se propusieron releer la historia argentina a la luz de los valores de moda en el mundo: la fuerza, la voluntad y el accionar de caudillos infalibles que por encima de las instituciones conducían a sus pueblos al ejercicio de democracias de masas o autoritarismos plebeyos.
Defensores de las novedosas formas políticas buscaron enraizarse en nuestra cultura y demostrar que el nacionalismo más que un cuerpo doctrinario del siglo XX y europeo era un valor eterno de nuestro acervo cultural. Bucearon en el pasado para hallar vasos comunicantes y un hilo conductor que los emparentara con los ancestros. Como fórmula alcanzó ciertos logros aunque como todo cuerpo dogmático tuvo rigideces que desmerecieron la obra.
De aquellos años hasta ahora el mundo ha dado un giro copernicano. El proceso de globalización y mundialización de la economía ha hecho estallar por los aires los cuerpos de doctrina que marchan a contrapelo de las necesidades materiales actuales como es la liberalización de los mercados, la libre circulación y la industria globalizada. No veo cómo el nacionalismo ideológico pueda tener hoy respuestas para el pasado, el presente o el futuro. Sin embargo, los fundadores del Instituto Dorrego no se han dado por enterados. Repiten lo aprendido una vez y lo aplican hasta el fin de los tiempos. El nacionalismo fue la ideología de un mundo compartimentado y en guerra constante. La voluntad, la fuerza y la idea de revolución su leitmotiv. El Revisionismo apoyado en esos valores distorsionó el pasado para justificar su presente. Lo que podía ser entendible para aquellos años fundacionales es hoy un disparate anacrónico colosal. El Dorrego fue la farsa de un pasado con cierta gloria.
Por otro lado al bautizar como Dorrego a esa institución lo hicieron adrede para cavar más profundas las trincheras que en el presente el kirchnerismo realizaba. Fundando en la historia y hallando en ella la justificación de la grieta. Jamás comprendieron que la política es la herramienta para solucionar los conflictos que se suscitan en toda sociedad y no la continuidad de la guerra por otros caminos.
Finalmente, con el triunfo de la economía de mercado tras la caída de Unión Soviética y el Muro de Berlín, las democracias ganan espacio y con ella la valoración del republicanismo, las instituciones, la libertad, la justicia y los derechos humanos; en ese sentido el saber histórico demanda una nueva epistemología.