Por: Cristian Folgar
Nuestros abuelos nos enseñaron que muchas veces lo más barato termina saliéndonos muy caro. Precisamente eso es lo que nos está pasando en el sector energético, fundamentalmente en los servicios públicos de energía eléctrica y gas natural.
El Gobierno se enamoró de tarifas artificialmente bajas por esos servicios y montó un sistema de subsidios muy ineficiente para mantener esas tarifas lo más bajas que fuera posible en el transcurso del tiempo.
Como los subsidios a la energía eléctrica y el gas natural se aplican sobre el volumen consumido, los sectores de ingresos medios e ingresos altos son los más beneficiados. Como la cuenta del subsidio se paga con fondos públicos, quienes más aportan son los sectores de ingresos medios e ingresos bajos, pues nuestro sistema impositivo es inmoralmente regresivo. Como si fuera poco, la parte que no se cubre con recaudación se financia con emisión, lo que genera un impuesto inflacionario que impacta muchísimo más sobre los sectores de menores recursos que sobre el resto.
Los subsidios en sí mismos son una herramienta válida de política económica siempre y cuando los reciban quienes los necesitan y los financien quienes más recursos tienen. Lamentablemente en energía eléctrica y gas natural el cristinismo aplica subsidios a la Robin Hood pero a la inversa, les saca dinero a los pobres para dárselo a los ricos. Así nos va.
El Gobierno sostiene que esta manera de subsidiar la energía es parte fundamental del modelo. Ahora bien, los mejores años del kirchnerismo fueron los años en los cuales había superávit fiscal y los subsidios eran bajos. El descontrol de los subsidios energéticos del 2007 en adelante nos hizo perder la fortaleza fiscal y comenzó a afectar al resto de la economía (necesidad de emitir para financiar el déficit, aumento de la inflación, pérdida de competitividad de las economías regionales, caída del consumo real y de la inversión, bajas de las exportaciones, etc.).
Si, como sostiene el Gobierno, los subsidios tal como están aplicados fueran virtuosos, cuanto más altos fueran los subsidios, mejor le iría a la economía. Tomemos simplemente las estadísticas laborales. El mayor período de generación de empleos formales se produjo en el período en que teníamos superávit fiscal. En la medida en que aumentaban los subsidios la generación de empleo formal fue bajando. Hoy lamentablemente estamos destruyendo empleo formal, con el impacto social que ello tiene.
En los últimos dos años, más de 150 países crecieron más que la Argentina. El sector industrial enfrenta una de las recesiones más largas de la historia, el consumo real lleva casi dos años de caída. Antes los cortes de luz se daban solo en verano, ahora también se dan en invierno. El Estado, que quedó como el único en inversor en el sector, promete obras que no hace, da subsidios que luego no puede pagar, y todo ello se refleja en la calidad del servicio.
El Gobierno le echa la culpa a las empresas. ¿Quién las regula? El gobierno. ¿Quién fija las tarifas? El gobierno. ¿Quién aprueba y controla los planes de inversión? El gobierno. ¿Quién debe fijar un nuevo marco regulatorio para el sector adaptado a la nueva realidad macroeconómica? El gobierno. Parece que tres períodos presidenciales no le alcanzaron para definir nuevas reglas, y los más importante, cumplirlas. Este gobierno no cumplió siquiera los acuerdos provisorios que alcanzó con las empresas de servicios públicos.
En materia de servicios públicos el Estado puede prestarlos directamente, concesionarlos a un tercero o buscar un esquema mixto. En cualquier caso la responsabilidad por el servicio siempre es del Estado. La existencia de contratos de concesión le puede y debe permitir al Estado sancionar a los prestadores por fallas en la calidad del servicio, pero ello de ninguna manera le quita responsabilidad por su funcionamiento. El cristinismo pretende aplicar un modelo que nunca funcionó en la historia de la humanidad: Estatizar las decisiones y privatizar las responsabilidades y las consecuencias. Nada puede hacerse en el sector energético sin la aprobación del Estado, pero ese mismo Estado nunca se hace cargo de los problemas.
Mientras el cristinismo nos quiere convencer de que le devolvió fortaleza al Estado, resulta que el Estado no puede evitar cortes de luz en condiciones climáticas normales. Desde que tengo uso de razón, en invierno hace frío y en verano hace calor. Los cortes de luz que estamos viviendo estos días no se dan por condiciones extremas de temperatura, se dan simplemente por mala calidad de servicio.
Lo paradójico es que sobre este tema que afecta a todos los argentinos los candidatos a presidente tratan de no explayarse demasiado para no “enojar a los votantes”. Asumen que en campaña es más importante dar buenas noticias que decir la verdad, quizás tengan razón. Pero les tengo una mala noticia: en diciembre hace calor.