Gradualismo obsesivo compulsivo

Cristian Folgar

Los niveles observados de inflación a comienzos de 2016 no deberían sorprender a nadie en función de la coyuntura macroeconómica en que asumió el actual Gobierno y el programa fiscal y monetario gradualista que está aplicando. Mauricio Macri, Daniel Scioli, Sergio Massa y Margarita Stolbizer durante sus campañas electorales propusieron (cada uno con sus matices o sus diferencias) la conveniencia de aplicar medidas gradualistas para evitar las tan temidas medidas de shock.

La inflación ya se había acelerado en los últimos meses del Gobierno saliente, el Gobierno entrante (cualquiera fuera su signo) tenía que resolver el atraso del tipo de cambio del peso frente al dólar y solucionar de alguna manera el problema que implicaba el cepo cambiario para la economía. ¿Cómo se iba a lograr todo ello sin impacto sobre los precios nominales?

No es cierto que el Gobierno no tenga un plan antiinflacionario. Lo tiene, pero puede que no guste, no conforme o no sea eficaz. Recibió un déficit fiscal de no menos del 7% del PBI y su intención es bajarlo a cerca del 5% del PBI durante este año. Recibió un ritmo de aumento de la oferta monetaria del orden del 40% anual y su intención es bajarlo al orden del 30% anual.

La unificación del tipo de cambio y la flexibilización del cepo cambiario se hicieron, hasta ahora, sin que la situación se descontrolara; el traslado a precios del ajuste del tipo de cambio fue superior al previsto por el Gobierno, pero menor al generado por la devaluación llevada adelante a fines de 2013, principios de 2014.

El déficit esperado y el nivel de emisión previstos son todavía altos, por eso la inflación para este año también será alta. Aun si se cumpliera la expectativa inflacionaria de la actual administración y la inflación 2016 se situara en la banda del 20%-25%, nos ubicaría entre los países con mayor nivel de inflación del mundo.

El Gobierno espera poder financiar parte del déficit con financiamiento y que ello le sirva de puente para no tener que recurrir en mayor medida al Banco Central, pero también sabe que es muy probable que la cantidad de dinero que consiga en los mercados no sea suficiente para financiar tanto el déficit como el programa de obras públicas. Con ello, no le quedaría más remedio (según su visión) que seguir financiando parte del déficit con emisión.

Si todo esto era previsible, ¿por qué el Gobierno se sintió tan incómodo con la difusión de los índices de inflación de la ciudad de Buenos Aires, de San Luis y del Congreso? Quizás la explicación sólo la pueda dar el Gobierno, pero asumiendo el riesgo de ser temerario podría suponerse que se combinaron varios factores: i) En el mismo momento en que el Gobierno reducía los subsidios a la electricidad, se otorgaban subsidios a las petroleras que exportan crudo y se le quitaban retenciones a las empresas mineras, ii) Las negociaciones paritarias no se estarían encaminando dentro de los parámetros deseados por la administración, debido a las expectativas inflacionarias, y iii) el Gobierno terminó siendo más permeable de lo previsto a la lógica reacción mediática frente a las primeras medidas “antipáticas” anunciadas.

Creo sinceramente que al Gobierno le va mucho mejor con la opinión pública que en los medios, pero, en cualquier caso, más temprano que tarde se está enfrentando con uno de los principales problemas de los programas graduales: al no tomarse medidas “drásticas”, los resultados tampoco son inmediatos y esa falta de resultados “contundentes” puede socavar el apoyo social al Gobierno en cuestión.

No sería lógico esperar que un programa gradual obtenga resultados de shock, pero se sabe que las expectativas sociales no necesariamente se alinean con la lógica. ¿Con base en qué se espera que la inflación baje rápido si las medidas para controlarla se toman gradualmente? Cómo y por qué una sociedad le quita o le da el apoyo a determinado Gobierno o a determinadas medidas no puede medirse con la precisión de una fórmula matemática.

El problema con los programas graduales es que si no tienen el éxito esperado, la administración en cuestión luego debe tomar las medidas que quiso evitar, pero con menos capital político.

No estoy de acuerdo con la visión drástica de quienes suponen que esta gestión se juega todo su capital en los próximos dos meses. No creo ni me gustan los pronósticos apocalípticos, pero quizás algo nos está mostrando nuestra sociedad en estos días: no estaría dispuesta a soportar ni los problemas que enfrenta, ni sus potenciales remedios. Si así fuera, ahí tenemos un problema.