Las disyuntivas de los jóvenes ante la catástrofe social

Damián Melcer

La noticia del suicidio de una joven en Estados Unidos, motivado por las agresiones verbales y el hostigamiento reiterado de varias de sus compañeras, reinstaló el tema del bullying, el hostigamiento, el comportamiento de los jóvenes y sus posibles consecuencias, como así también las penas supuestamente merecidas. El suicidio de la joven se debería, según los medios que han informado el caso, al hostigamiento reiterado y la incitación a que se quitara la vida por parte de un grupo de compañeras que, a través de las nuevas tecnologías, hacían que el maltrato se difundiera más allá del ámbito propio de las jóvenes.

Sin embargo sigue sin cuestionarse el aumento de situaciones de maltratos entre los jóvenes como también la tendencia creciente en donde terminan en actos de tamaña significancia. Y es aquí que debemos interrogar al mundo que rodea al joven. El mundo del que provienen, en el que se encuentran y al que se dirigen los jóvenes. Porque ya no es el comportamiento de un individuo, sino la reiteración de episodios violentos. El recurso a una solución definitiva y extrema como ser el suicidio habla, a las claras, de los límites y de la falta de posibilidades que se les ofrecen a los jóvenes en su cotidianeidad. Que se ve agravada si se toma en consideración las posibilidades de futuro.

En un informe publicado en la prestigiosa revista de ciencia British Medical Journal equipo de investigadores demostró que en Estados Unidos el suicidio es una de las principales causas de muerte entre los jóvenes cuya edad oscila entre los 15 y 25 años. La “depresión, ansiedad, problemas con el alcohol e incluso suicidio” son los indicadores que aumentaron a partir de la crisis de 2008, evidenciando una relación directa con la época de crisis sistémica. Lo que puede observarse, también, en los períodos de crisis de 1929 en Estados Unidos y de 1997-1998 en Asia. El suicidio se torna, así, una forma más de aniquilamiento de las potencialidades humanas.

Mirando el mundo que les espera a los jóvenes encontramos las razones de la depresión, de la angustia y del suicidio. Qué expectativas puede ofrecer a los jóvenes un régimen social que culmina dejando una ciudad como Detroit, cuna del desarrollo industrial del capitalismo, a merced de los perros semisalvajes mostrando sólo una parte de una quiebra más generalizada de estados, expresión del cierre del Estado norteamericano a principios de mes y la amenaza del default del coloso mundial.

En Estados Unidos, cuyo régimen educativo se encuentra descentralizado, donde las escuelas han recurrido a involucrar a los padres en las decisiones institucionales, donde han instalado penas a los padres por acciones de hostigamiento que realicen sus hijos (por ejemplo en Wisconsin), incluso con la instalación de cámaras y detectores de armas al interior de los colegios vemos que, a pesar de todo esto, se reiteran los informes sobre matanzas escolares, hostigamiento y el último caso de suicidio. Semejante situación, el maltrato, la violencia y el suicidio (que no es el primero que acontece por estos motivos), nos interpela como miembros de una sociedad que muestra síntomas de índole fatal. Los jóvenes, nuestros jóvenes, se matan.

En Estados Unidos con una educación generalista (no especifica), con títulos intermedios y posgrados pagos se profundiza la desigualdad social en el conocimiento. Es, en definitiva, un régimen social y político que impulsa a miles de jóvenes a la desocupación y la precarización laboral.

Es la política de ese mismo Estado la que envía a miles de jóvenes a participar en aventuras guerreras al otro lado del mundo, es esa política que salva la vida de los grandes bancos a costa de aumentar el desempleo y el desfinanciamiento de los servicios sociales. Es la que ofrece diversos niveles de educación y sistemas escolares donde los jóvenes son registrados para evitar la portación de armas. Es ese régimen político que penaliza a los menores de edad a quienes juzga como mayores al otorgarles penas de hasta cadena perpetua.

Esa política rápidamente detuvo por instigar al suicidio a las jóvenes que hostigaban a su compañera. Lo que resulta una simplificación de los acontecimientos y la instalación de una práctica de sospecha sobre la juventud. En definitiva, el árbol ha tapado el bosque y logra que se desconsidere al régimen político y económico que produce estás situaciones. Lo que constituye el escenario para la portación de armas y masacres en el interior de las escuelas. Estos jóvenes interpelan al mundo del encierro y la condena mediante el suicidio o las matanzas manifestando un hartazgo y desorientación. No encuentran salida ante la catastrófica realidad. Los jóvenes estallan y los que no son presionados mediante leyes represivas.

Sólo comprendiendo estas características se puede empezar a entender cómo se ha ido construyendo un abismo alrededor de las perspectivas de los jóvenes. Sólo hace falta alguien (o algo) dispuesto a darles un empujón. Sin embargo también, frente a este abismo, están los propios jóvenes que se organizan, que se sienten interpelados por el mundo y lo enfrentan, participan y buscan los modos para cambiarlo porque saben que su futuro y nuestro presente es lo que está en el centro de la escena. Jóvenes que se indignan, se expresan y se organizan. Paradójicamente, esos jóvenes al cuestionar el mundo en el que viven, son cuestionados por algunos “de los adultos” que defienden este modelo de mundo.

El dilema plantea en qué mundo estructuramos el desarrollo de las posibilidades de nuestros jóvenes. Entre un mundo real donde se los precarice, se los criminalice y los oprima, o un mundo posible en donde logren expresar sus capacidades y potencias creativas valorando la vida humana.