Por: Dardo Gasparre
Ante la sorpresa de toda la población, la doctora Cristina Fernández de Kirchner, presidenta de los 40 millones de argentinos, como se presenta en cada una de sus diatribas, ha dicho estentórea y claramente no permitirá que un Gobierno elegido democráticamente cambie lo que considere oportuno cambiar.
Ha convocado para ello a sus partidarios, a sus sembrados recientes y anteriores en el sistema de Justicia y otras áreas vitales del Gobierno, a sus gremios amigos, a los trabajadores, a los estudiantes, a La Cámpora y a todo el aparato de prepotencia y temor del que se ha rodeado siempre el peronismo, desde su mismísimo fundador.
Es decir, la Presidente de la nación ha llamado a la rebelión, si no a la sedición, y ha prometido una feroz resistencia activa a cualquier cambio que se intente hacer a lo que ella considera las conquistas logradas en su gestión.
No tiene sentido perder tiempo en analizar los déficits de personalidad y psicológicos de la mandataria, que la han llevado a tantas agresiones y a tantos dislates.
Rápidamente, la masa de sus incondicionales acusó recibo del mandato. Los docentes y los directivos-verdugos de varias universidades ya han manifestado que se opondrán drásticamente a cualquier cambio, al igual que los empleados estatales de todo tipo de repartición.
Además usaron sus ámbitos de acción no sólo para promocionar en su tiempo de trabajo y en lugares que pertenecen a toda la sociedad la elección del candidato de Cristina, sino para anticipar su rebelión ante cualquier cambio que se intente hacer que no coincida con lo que el peronismo-kirchnerismo considera adecuado.
Lo mismo han hecho sus gremialistas subordinados y también sus aplaudidores industrialistas prebendarios, por supuesto.
También ha prometido que sus funcionarios no se irán, sino que se quedarán (“Nadie nos dirá ‘Que se vayan todos’”, una extraña y peligrosa afirmación).
Para que entendamos rápidamente, se supone que la democracia es un sistema por el cual se eligen personas que llevarán adelante una propuesta, que no siempre coincidirán con las de las minorías. El resto es un mecanismo de negociación, tolerancia y comprensión.
Cristina Fernández está diciendo que la democracia no le interesa. Tampoco el resultado de las elecciones, que tan desfavorable le está pareciendo. Muchos analistas sostienen que está buscando impunidad ante la inminente debacle del relato que ha construido.
Lo grave, aun si se aceptara esa excusa, es que está llamando a la desobediencia sistemática contra gobernantes legítimamente elegidos por el pueblo.
Sus palabras fueron recogidas y ampliadas por su jefe de Gabinete y por todos sus funcionarios, no sólo en el sentido de atacar al candidato Mauricio Macri, sino al prometer una sistemática resistencia pasiva (y activa) contra cualquier medida que intenten tomar los nuevos gobernantes.
Justamente el domingo, en una videoconferencia grabada y editada, Daniel Scioli, refiriéndose a una reforma en la educación que él atribuía a Macri, indicó que no se podría llevar a cabo, porque: “Los estudiantes no lo permitirán”.
Los gobernadores, los intendentes y los funcionarios subordinados del Frente para la Victoria (FPV) han comenzado esa acción de resistencia con la táctica de tierra arrasada, que va desde la destrucción de documentos hasta el vandalismo sobre las obras públicas, que evidentemente el kirchnerismo cree que fueron costeadas de su propio patrimonio, no por el esfuerzo de la comunidad.
No sólo muchos de esos funcionarios están arrasando el terreno, sino que están diciendo abierta o solapadamente que le complicarán la vida a cualquiera que no sea de su partido que intente gobernar, como es el caso de María Eugenia Vidal.
Una de las estrategias, por ejemplo, es la que ha seguido Jesús Cariglino, el intendente derrotado de Malvinas Argentinas, atacado evidentemente por una ola de despecho y odio digna de una botinera (con todo respeto por ese subconjunto). Con notable saña, está vaciando (sic) el municipio y el lunes mismo propuso un aumento de la planta y un incremento salarial del 150%, de imposible pago y de imposible justificación.
Por supuesto que este accionar está en línea con las designaciones de apuro que ha logrado filtrar la Presidente en la Auditoría General, los más de cien jueces que intenta hacer nombrar en pocos días el derrotado gobernador de Buenos Aires, o lo que vaya a saber que ocurrirá en los 15 días de prórroga de las sesiones ordinarias del Congreso recientemente decretada.
Además de estar jugando con la gente, tales acciones implican un atentado contra la gobernabilidad, que raya el sabotaje a la democracia.
Algo parecido a lo que sucedió tantos años con la ciudad de Buenos Aires, castigada y torpedeada por la Presidente durante toda su gestión, por el sólo hecho de no ser de su riñón.
El kirchnerismo deja en todas las jurisdicciones y todos los ámbitos una serie de desastres y desmanejos cuyo arreglo, solución o reversión requerirá mucho trabajo, paciencia, esfuerzo y a veces sacrificios de los gobernantes y sobre todo de la población.
Frente a lo que ya parece una acción integral coordinada, sistemática y proyectable en el tiempo, hay una pregunta que se le debería formular en el debate a Daniel Scioli, candidato a la presidencia de la nación por el FPV y de Cristina Kirchner: “¿Usted está de acuerdo con el llamado de la Presidente a la resistencia a ultranza a un nuevo Gobierno y el sabotaje a la democracia?”.
Seguramente será interesante conocer la respuesta a esa pregunta, si el gobernador saliente decide que tiene que ver con el futuro y no la guarda en la bohardilla con el rótulo de “pasado”, donde pone todas las preguntas que le incomodan.