A propósito del llamado del presidente Santos a “desescalar” el lenguaje, vale la pena reflexionar sobre la relación entre comunismo y terrorismo. En teoría, el dogma comunista condena el uso del terror como medio para alcanzar sus fines. Sin embargo, los hechos históricos muestran una sistemática recurrencia al terror sin darle ese calificativo.
Desde Lenin, pasando por Stalin, Mao, hasta Fidel, Kim y otros déspotas, los comunistas cometieron y justificaron crímenes horrendos antes de la toma del poder y luego, siendo ya gobernantes omnipotentes.
Parece un contrasentido que para alcanzar una meta tan encomiable como la igualdad entre los hombres se causen tantos desastres. Tiene validez preguntarnos si la doctrina es ajena a tales atrocidades, si estas son el fruto de conductas desviadas o “consecuencias desagradables” de la lucha revolucionaria o si esta justifica todo tipo de medios y métodos, por crueles que sean. O, como suelen despachar algunos dogmáticos, se trata de campañas infames del enemigo de clase para desacreditar la lucha revolucionaria.
Para responder acertadamente a estas inquietudes, es menester recordar que la doctrina comunista es de naturaleza mística, sus seguidores creen estar cumpliendo una misión sagrada, salvar a la humanidad de las cadenas de la explotación capitalista y realizar el destino señalado: la sociedad sin clases. A dichos objetivos supeditan su accionar, que puede incluir el sacrificio de la propia vida.
Para conquistar sus metas, esta doctrina justifica el uso de la violencia de clase acorde con el aforismo marxista: “La violencia es la partera de la historia”. En sus tácticas vale ser camaleónicos, cambiar la retórica, los énfasis, esperar sin impacientarse, combinar distintas formas de lucha, usar las instituciones del enemigo burgués, ir a elecciones, aunque no se crea en ellas, reclamar libertades que luego, desde el poder, arrasarán, jugar con la semántica como llamar retención al secuestro, tributo a la extorsión, daños colaterales a sus crímenes y crear organizaciones con otros nombres. Consiguen aliados y amigos de los que después se deshacen por incómodos.
Los comunistas de todas las tendencias, en todas partes, actúan bajo el principio maquiavélico “El fin justifica los medios”.
Los comunistas colombianos no son ajenos a ese talante. En los años sesenta, aprovecharon una coyuntura crítica para crear las FARC y lanzar un proyecto de toma revolucionaria del poder. Jacobo Arenas, miembro del Comité Central del Partido Comunista fue designado comisario político de esa guerrilla, él educó en la línea estalinista a dos generaciones de jefes, algunos de los cuales aún viven, hacen parte del Secretariado y se encuentran en Cuba negociando la paz.
Las FARC, pues, tienen origen e inspiración comunista, su líder Manuel “Tirofijo” Marulanda también fue miembro del Comité Central. Los jefes de hoy lo reconocen abiertamente, aunque para consumo interno presentan un programa reformista democrático. Los comunistas piensan que antes de llegar al socialismo es necesario atravesar una fase de transición democrática, estando ellos a la cabeza del Estado o con una alta cuota del poder. Ejemplos de tal experiencia se dieron en Camboya, Corea del Norte, Cuba, Vietnam.
En lo que respecta a los medios utilizados para alcanzar sus fines, los comunistas no tienen reatos morales. ¿Por qué son así? Porque salvar a la humanidad justifica todo tipo de sacrificios. Un comunista auténtico tiene que ser inclemente sobre todo en momentos revolucionarios. La dirigencia guerrillera, por ejemplo, actúa con una mentalidad que justifica el secuestro, el reclutamiento de menores, los atentados terroristas, la afectación de la población civil, en cuanto sirven a la conquista de su fin primordial: la toma del poder.
Ahora bien, ¿por qué es importante tener presente que las FARC son comunistas? En primer lugar, para entender que dicho dogma extiende una patente de corso a sus militantes para cometer crímenes sin sufrir conciencia de culpa. Su violencia es “revolucionaria”, por tanto, legítima, como legítimo es instaurar la dictadura del partido, eliminar al “enemigo burgués”, forzar el colectivismo, eliminar las libertades burguesas, etc. No hay, pues, divorcio entre teoría y práctica, ni es una desviación ni es mala prensa.
Los comunistas buscan debilitar a sus enemigos moralmente, ideológicamente, militarmente. Tratan de dividir el campo enemigo, utilizan todas las formas de lucha, y poseen un enorme aparato de propaganda con el que realizan campañas, en cuerpos ajenos, sobre causas justas en las que no creen, para golpear éticamente al rival, como los derechos humanos, la democracia y las libertades.
Así pues, acertar en la caracterización de la guerrilla con la que se negocia en La Habana no es asunto trivial. Hay quienes piensan que hacerlo es caer en una visión complotista, pero, basta revisar la historia de los regímenes y los caudillos comunistas para saber el agua que nos puede mojar. Ellos no necesitan ser mayoría para llegar al poder, no les importa tener mala imagen y poca acogida, pues una vez en él, su colosal aparato de propaganda hará ver el sol a medianoche y justicia por doquier. La democracia “burguesa” será desnaturalizada, pues ellos contarán los votos al estilo Hugo Chávez y Nicolás Maduro.
Conviene saber que tienen una misión clavada en su cerebro, a la que no han renunciado y quieren realizar al precio que sea, incluso untados de sangre, petróleo y pantano, pues el camino al paraíso está lleno de espinas.