Por: Diego Guelar
Perón murió hace 40 años. En ese tiempo no pudimos ni hacerle su merecido monumento ni colocarlo definitivamente al lado de otros estadistas de su tiempo – Getulio Vargas, Charles de Gaulle, Mao Tse Dong, Nehru y otros – en ese “Olimpo” que les corresponde a las grandes figuras que marcaron la historia de sus naciones.
Es justamente la “dimensión histórica” lo que nos permite procesar el pasado en una suerte de “archivo” para que no sigamos viviendo en el presente los acontecimientos que nos trajeron hasta aquí, pero que no pueden seguir condicionándonos ni, mucho menos, hacernos repetir ese pasado en forma perpetua.
El ciclo Radical-Peronista ocupó todo el siglo XX – desde 1905 hasta el 2001 – desde los primeros alzamientos insurreccionales de Hipólito Yrigoyen hasta el derrumbe de Fernando de la Rúa, pasando por las dos presidencias de Juan Perón, la de Raúl Alfonsín y las dos de Carlos Menem.
Pero es todavía el Peronismo quien aparece como el fantasma “sin el cual Argentina es ingobernable”.
Perón ascendió al gobierno “tardíamente” en 1946 con un ideario que se inspiraba en los nacionalismos de los años 30’s que ya habían sido derrotados en la Segunda Guerra Mundial y “precozmente” frente al nacimiento del “Tercer Mundo” propio de los 60’s y los 70’s con Nasser, Mao o Nehru a la cabeza , las guerras de Vietnam y Argelia y la aparición de la Revolución Cubana.
Quedamos así presos de una falta de sintonía entre nuestras fuerzas políticas locales y los acontecimientos globales.
La superficialidad de la interpretación menemista del “pensamiento único” de los 90’s fue un intento fallido que sólo nos llevó a sumergirnos nuevamente en el pasado una vez que la burbuja explotara en nuestras narices. Yo fui un equivocado que creyó en ese error.
Lo sucedió el relato kirchnerista, que volvió a poner en valor el obsoleto planteo de la “sustitución de importaciones” (que nunca se cumplió en la práctica, aumentándose nuestra dependencia externa) así como un falso “desendeudamiento” (se pagaron U$200.000 millones en la década y hoy tenemos U$250.000 millones de deuda) que nos ha puesto nuevamente en la puertas de un default.
Argentina puede y debe “exorcizar” su pasado y lanzarse con decisión a diseñar el futuro que podemos construir y que nos merecemos.
Dejemos a nuestros muertos descansar en paz y abramos las compuertas de un destino promisorio para las nuevas generaciones que legítimamente están hartas de tanto engaño.