Por: Diego Rojas
Finalmente, después de un año y medio de corte de ruta, el pueblo de Famatina doblegó al gobierno kirchnerista de Luis Beder Herrera, que anoche firmó un decreto que deroga el convenio con la Osisko Mining Company, tal cual lo exigían los famatinenses.
El significado de este triunfo es inmenso. Siete mil habitantes de un pueblo perdido en la cordillera derrotaron a un gobernador que -desmintiendo el programa con el que había sido votado- decidió que se instale una empresa saqueadora en esa región. Un gobernador que acusó a sus habitantes de “hippies violentos”, que trasladó a un policía porque su esposa participaba de las asambleas ambientalistas, que era repudiado masivamente cada vez que llegaba a la región y que impulsó causas judiciales contra cincuenta miembros de la asamblea popular de Famatina. Un gobernador que, mientras tanto, realizaba con el condenado ex presidente Carlos Menem para que juntos apoyaran a la presidenta Cristina Fernández y que, incluso, llegó a inaugurar un monumento en su honor. Ese gobernador que parece salido de una caricatura medieval fue derrotado por la decisión inconmovible de un pueblo decidido a no morir por la megaminería.
No sólo Beder Herrera. La presidenta Cristina Fernández es la más firme impulsora de la actividad minera a cielo abierto en el país. A tal punto de mostrarse junto al presidente de la Barrick Gold -una compañía denunciada por muertes alrededor de todo el mundo- bajo la bandera de la empresa, en una postal que ni hubiera soñado Eduardo Galeano al escribir Las venas abiertas de América Latina. El pueblo de Famatina derrotó un proyecto estratégico del gobierno kirchnerista que manifestó su disposición a entregar los recursos naturales del país a cambio de los dólares que le permitan pagar su deuda externa.
No sólo CFK. Sino a una compañía multinacional radicada en Canadá.
Es un triunfo repleto de significados. La lucha de Famatina aglutinó a todas sus clases sociales con el objetivo de defender su tierra. Hasta el cura del pueblo Omar Quinteros y el intendente Ismael Bordagaray se unieron a la decisión de no dejar pasar a la megaminera. Es un triunfo contra el escepticismo.
Los adalides más extremos del posmodernismo señalan que ya no hay lugar para las epopeyas. Los desmienten siete mil habitantes de ese pueblito perdido en las montañas riojanas que, impulsado principalmente por sus mujeres, acaba de derrotar a una compañía minera. Tomen nota, descreídos de toda orbe.