El día 7 de agosto, el Gobierno anunció medidas de intención reanimante. Algunas, como las ligadas al REPRO y a un sistema de pasantías, son de corte “ofertista”; pueden otorgar un cierto paliativo en un mercado laboral que viene rengueando. Se añade un proyecto más impulsivo, como el programa de renovación de la flota de colectivos (con tasas de interés subsidiadas), y una adecuación del régimen de CEDIN, buscando un mayor compromiso de los bancos y una mayor entrada de dólares por esta vía.
Los anuncios no definen demasiada “masa crítica”. Pero, fundamentalmente, el quid es que ellos se enmarcan en un error de diagnóstico, y, por ende, los enfoques de política lucen limitados. Por de pronto, se imputa a pleno la seria desaceleración interna con la debilidad de la economía mundial. Ciertamente, ésta no rebosa; los países del continente, también presentan mellas. No obstante, la Argentina viene figurando entre los países de más bajo crecimiento comparado; en más o en menos: estancamiento. Y, cuando se dice que esa debilidad hace caer exportaciones, en rigor, hay países (por razones varias) que suben sus exportaciones: vgr., EE.UU., Alemania, Irlanda, Portugal, España.
En síntesis, dentro de un contexto mundial grisáceo, el país arrima sus propios factores que signan un desempeño aun más flojo. Y que, en esencia, no son enteramente cíclicos, sino ligados a los pliegues profundos del marco macroeconómico.
Este marco arrastra un plexo de deficiencias claves interactuantes: restricción externa o escasez relativa de dólares, alta incertidumbre global, y estanflación. Estos resortes no se confunden con una instancia puramente cíclica; por eso el diferencial negativo respecto del mundo.
La restricción externa fue autogenerada por el mórbido esquema macroeconómico de 2010-2013, vía el fomento de retraso cambiario, sumados otros eslabones, imponiendo limitantes de oferta. La estanflación une recesión e inflación aun pronunciada. La estanflación se asocia con la elevada rotación actual y potencial de los distintos precios relativos -incluidas diversas rigideces- que mantiene en tensión el promedio de precios, y, dada la incertidumbre en los animal spirits inversores empresarios por los bemoles de las señales económicas, golpes activistas de la demanda interna –instigados en buena medida por la vía fiscal-, pueden deparar efectos problemáticos. Con poco aporte en el flujo productivo (se enfatiza más el guarecerse ante aquella rotación), y con un mayor impacto en la inflación.
Justamente, el gobierno –mientras liquidaba el parcial repunte habido de paridad cambiaria- optó últimamente por acciones que lo reposicionaran en materia financiera internacional, pensando en la cuenta capital para el ingreso potencial de dólares. Se buscaba relajar la restricción externa y dañar menos la oferta. Pero, las duras secuelas derivadas del fallo de Griesa, están quebrando el camino emprendido.
Por su parte, las tasas de interés, a la postre, deberán compadecerse del contexto perfilado, sin olvidar al respecto la incidencia del déficit fiscal y de su dominancia sobre lo monetario, afectando la demanda de dinero y presionando sobre la inflación. Resumiendo: la cuestión trabante sobre nuestra economía, es menos de tenor cíclico que de macroeconomía profunda.