Bajo los ruidos en lo económico propios del debate precomicial extendido en curso, con definiciones que van y vienen de un lado a otro, en general dotadas de alcance superficial, subyace el verdadero y profundo quid de la marcha actual de la economía y de su futuro. Para caracterizarlo, es útil parafrasear la famosa frase de campaña de Bill Clinton, y decir: “¡Son la macroeconomía y los dólares, estúpido…!”.
La macro no es toda la economía, pero sí es su eje; y la disponibilidad de dólares –de cara a la marcha económica- es un frente clave de aquélla. Gravita la crucial categoría de la restricción externa o falta relativa de divisas. Ella siempre amenaza. En ocasiones, luce superada; en otras, como ahora, se manifiesta y aprieta. Aquella restricción es un tópico de cantidad (de dólares), y de calidad (estructura productiva y de empleo). Nuestra historia económica es captable desde su visual. Los últimos 25 años, y los por venir, no son una excepción.
La convertibilidad resolvió por un rato la restricción externa mientras funcionó la palanca del endeudamiento externo y de otros ingresos. Ligada al hipodólar real, causó duras secuelas de desintegración productiva y laboral. Al final, colapsó, escaseando los dólares.
El modelo competitivo productivo de 2003(2002)-2007, fue su reverso. La matriz del dólar alto, con mucho crecimiento y creación de empleo productivo, sumó reservas copiosamente y tuvo elevados superávit comercial y corriente. Mostró una restricción superada, y, de este modo, volver a los mercados de capitales mundiales constituía una opción meramente pragmática, de conveniencia.
Pero, el esquema macro que arranca en el 2010, de cuño populista, rota con vigor, y alienta el retraso cambiario real, instalando la restricción externa efectiva, mientras la economía padece. Derrumbándose el stock de reservas, por un momento se cree en la visión represiva de la restricción externa, ciñendo la demanda de dólares –mientras se pagan con reservas los vencimientos-; así, se enaltece el cepo cambiario, mezclado con la vana retórica de los tipos de cambio “infinitos” y la sustitución de importaciones express. Visto el fracaso de esta postura, a fines de 2013 se pega cierto giro de la política, el que, por diversos motivos, termina derrapando.
En el presente, abunda la hojarasca. Por un lado, se agudiza (con altibajos) el cepo cambiario, y, por el otro, se apela al ingreso de dólares. En lo que pesa el endeudamiento externo del Banco Central. Y, la ingeniosa movida de recompra-canje del Boden 15 -más allá de sus resultados estrictos y de cómo se reanude la puja con los holds outs (quizás encrespándose), con sus secuelas-, evidencia que Argentina, jurisdicción nacional, atisba una salida al mercado externo de capitales, pagando, claro, sobrecostos.
Es un barrunto, pero que señaliza una ruta. La macro de raíz populista, que agotó divisas, despuntaría como un factor crucial -¿dogmático?- para obtener dólares al neoendeudamiento externo. Lo que quizás calce, paradójicamente, con el imaginario operante respecto al 2016 en adelante. De paso, cada vez es mayor el atraso cambiario real; una distorsión macroeconómica brutal, con implicancias múltiples que podrían ser letales. Entonces, aviso válido para todos: “¡Son la macroeconomía y los dólares, estúpido…!”