A pocos días del ballotage, las nuevas autoridades enfrentarán una complejísima situación económica, con componentes tanto objetivos como subjetivos.
Lo objetivo gravita en lo hondo, un marco macroeconómico —el eje de la economía— que presenta un desalineamiento radical, cuyo epicentro es la enorme distorsión de los grandes precios relativos (una severa sobrevaluación cambiaria, sin olvido del desajuste de otros precios), el que calza con los desvíos en otras variables claves (fiscal, monetaria, tasas). A eso se suma una inflación alta, sólo algo contenida por la artificial ancla cambiaria. La restricción externa emblematiza la instancia, incluyendo el negativo cepo cambiario, y el resumen lo da un stock de reservas internacionales muy expuesto.
El llamado Plan Verano cumplió su circunscrita misión, con cierta mejora de la actividad y del consumo y evitó traumatismos mayores. Pero, su fondeo en dólares se desgastó y, sin chances de reciclarlo en forma, el Banco Central enfatiza ahora una mera línea de defensa a través de distintos resortes, apostando al aguante —hasta el cambio de Gobierno— sin que tallen cambios de portafolio ruidosos.
La dialéctica económica sobre qué hacer, por debajo de las consignas de campaña —muchas veces sobreactuadas o con eslóganes faltos de referencias concretas—, tendió a dividirse entre gradualismo y shock-choque.
Tratamos esto muchas veces. El gradualismo opta por medidas dosificadas, algo notorio respecto de la cuestión cambiaria y de la del cepo; busca así ceñir costos iniciales. O cree que los desajustes son leves o que, aun siendo grandes, igual pueden tratarse homeopáticamente. Sin embargo, si el gradualismo se precia de serio, no puede obviar cierto disciplinamiento en materia de políticas fiscal, monetaria y de ingresos. A la postre, su propio minimalismo en el plano cambiario-cepo lo obliga a estimar al financiamiento externo como un factor estratégico intrínseco para legitimar sus enfoques. Esto le exige, primero, una etapa de puente de divisas, juntando de algún modo aportes privados y algunos créditos de organismos que puedan estar disponibles, hasta empalmar, en hipótesis, con una senda más articulada de endeudamiento.
Por el contrario, el choque conceptúa que el sinceramiento del desvío cambiario y el cese del cepo hacen, de entrada, a la solución. Sin duda, las tensiones pueden ser mayores y, por ende, también deberían operar cables a tierra. Lo lógico es que el rigor de las políticas fiscal y monetaria se acentúe, requiriéndose —al procesar el traspaso de aquel sinceramiento— una política de ingresos bien activa, que compute y descuente la devaluación implícita que ya existe en muchos precios. Por su carácter, la postura de choque tiene más a mano los aportes del FMI —vía fórmulas diversas—, los que, en definitiva, condicen con el tenor de la situación.
Si en lo objetivo el reto pinta muy arduo, quizás es peor en lo subjetivo. Hay exiguos días a partir del ballotage para los preparativos formales de asunción del gobierno. Los equipos ya habrán tomado previsiones al respecto, pero el dato no deja de molestar. Y lo crucial: parecería que ni los argentinos promedio ni muchas dirigencias estamos avisados del real peso de la situación. En medio de esto, armar acuerdos políticos para gestionar puede no ser fácil.