Por: Eliana Scialabba
Para analizar la competitividad de una economía, se suele utilizar como indicador de referencia el tipo de cambio real, que mide el poder de compra de la moneda doméstica respecto a otro país o grupo de países. Sin embargo, se trata de una medida mucho más amplia, que incluye una gran cantidad de factores institucionales, los cuales son más difíciles de estimar en el día a día.
Para tener una visión que abarque los numerosos factores que determinan la posición mundial de un país, el World Economic Forum (WEF) elabora anualmente un Índice de Competitividad Global (ICG) para 140 países, que incluye tres pilares sobre los que debe asentarse una economía: requerimientos básicos (participación del 30,3% en el indicador), potenciadores de eficiencia (50% del índice) e innovación y factores de sofisticación (19,7% del total).
El ICG es de gran utilidad, no sólo para analizar la posición del país respecto del resto de las economías, sino para estudiar con detalle la posición relativa de cada uno de los ítems que componen los tres pilares mencionados, a fin de determinar fortalezas (posiciones más cerca de 1) y debilidades (indicadores más cercanos a 140) de corto y largo plazo.
En el último informe de 2015, Argentina descendió dos posiciones, desde el puesto 104 al 106, debido a los malos resultados en diferentes indicadores de los pilares que conforman el ICG.
Sin embargo, los peores resultados se encuentran en el ítem correspondiente a instituciones, ya que el país está sumido en una profunda crisis de carácter institucional. Así, obtuvo malos resultados en los derechos de propiedad (133), la ética y la corrupción (137), la influencia indebida (135), la eficiencia del Gobierno (138) y la ética corporativa (138). La calidad de la infraestructura (122) también se encuentra entre las más bajas de la región.
La mayor desagregación del indicador permite observar que el favoritismo en las decisiones de los funcionarios del Gobierno se ubica en la posición 139 de 140, y el despilfarro del gasto público en la 138. Otros indicadores cuyos resultados se posicionan en los últimos lugares de la tabla mundial son: confianza en los políticos (137), desvío de fondos públicos (136), carga de la regulación gubernamental (135) y transparencia de las políticas del Gobierno (131).
¿Qué lectura se puede hacer? En la recta final de la campaña electoral todos los candidatos buscan dar algunas señales sobre el mantenimiento o el cambio de tendencia de las principales variables macroeconómicas (aunque sin dar demasiados detalles, ¡no vaya a ser que se escape un voto!).
No obstante, escasas son las referencias que estos (sobre todo los que están a la cabeza de las preferencias de los votantes) hacen a las cuestiones mencionadas en los párrafos previos sobre la creciente necesidad de fortalecimiento institucional. Día a día surgen nuevas denuncias de irregularidades contra funcionarios públicos de los distintos espacios políticos.
A modo de conclusión, no es novedad que si bien en macroeconomía estamos mal, en instituciones estamos peor. Por lo tanto, aunque es necesario corregir las fuertes distorsiones existentes en numerosas variables económicas para retomar la senda de crecimiento económico en el corto y mediano plazo, la viabilidad de dichas correcciones depende, en gran medida, de contar con instituciones más fuertes, ya que son las que explican parte importante del desarrollo económico de largo plazo y su calidad.