Por: Fabián Báez
El ejercicio de pensar la historia ayuda a vivir. El mero transcurrir del tiempo no configura historia sino que es la reflexión, ese cierto volverse espejadamente sobre sí, lo que transforma el tiempo en historia.
La crisis del mundo es global. Abarca todos los rincones de la tierra.
La crisis del mundo es integral. Abarca todos los temas que incumben a la sociedad.
La crisis del mundo es humana. Una crisis que afecta a todo el hombre y de alguna manera a todos los hombres.
En una de las crisis más profundas de la historia de la Iglesia Católica (o al menos la más conocida globalmente en tiempo real por la inmediatez de la comunicación) irrumpe el acontecimiento histórico del papado de Jorge Bergoglio.
Francisco y Francisco
Hasta hace dos años en la Iglesia hablar de Francisco era inequívocamente pensar en el Santo de Asís. El hombre que desde la pobreza, el amor y la fe, sintió el impulso de transformar la Iglesia para hacerla menos poderosa y más fiel al mensaje del Evangelio. No lo logró.
Su figura fue y es un gigantesco llamado al origen del cristianismo; su mensaje fue y es admirado y comprendido por todos como genuinamente cristiano –de lo más cristiano que se haya conocido-; su legado fue y es abrazado por millones de creyentes que encuentran en ese modo simple y pobre de vivir el mejor camino para seguir los pasos de Jesús de Nazareth. Pero la Iglesia como institución siguió siendo más una estructura de poder que una comunidad mística movida por la espontaneidad del Evangelio. A los fines prácticos una mirada cínica podría decir que Francisco de Asís fracasó. Quizás la Sevilla del Gran Inquisidor de Dostoievsky haya sido en realidad Asís. O Roma. Pero la semilla quedó impregnada para siempre en el deseo de la Iglesia. La semilla de una iglesia pobre para los pobres, de una Iglesia más genuinamente cristiana.
Ocho siglos después (¡ocho!) un Papa elige ese nombre. La reforma de Francisco de Asís quiere pasar de la mística a la estructura institucional.
Hay muchas razones que podrían explicar el impacto profundo que produce el Papa Bergoglio en la Iglesia y en el mundo, pero creo que el factor determinante que hace que todo sea posible es un anciano intelectual llamado Joseph Ratzinger.
Ratiznger proclamó la necesidad de una “hermenéutica de la reforma” en la Iglesia ya desde su primer discurso a la Curia Romana el 22 de diciembre de 2005. Bergoglio asume ese mensaje y lo traduce a comunicación gráfica, gestual y hasta incluso en gestión de gobierno de la Iglesia. Pero el gesto disruptivo de la renuncia al papado es la primera gran reforma en la estructura eclesial.
A los dos años del inicio del pontificado de Bergoglio se intuyen en sus palabras y gestos el deseo de una Iglesia más lúcida en sus estructuras y en sus formas. Un deseo que vive desde los inicios en el corazón de la Iglesia: anunciar al mundo el mensaje de amor universal de Jesús de Nazareth. En sus gestos y enseñanzas, el Papa Francisco le dice al mundo que Dios es bueno y quiere abrazar a todos. Y le enseña a la Iglesia que esa “impostergable renovación eclesial” tiene un fin: volverse una Iglesia en salida, es decir llena de amor hacia todos los hombres y con una mejor capacidad de comunicarles su mensaje de fe. La iglesia no debe estar enemistada con el mundo sino que debe amarlo y anunciarle el amor de Dios manifestado en Jesús. No se puede hablar de amor sin amor.
Dos años de Francisco. Dos años de viajes, gestos, fotos, palabras, metáforas, mensajes que interpelan y desinstalan. Dos años de admiración y de resistencias. Creo que hoy el desafío es mirar el norte que él nos indica más que la mano papal cuyo dedo señala el rumbo. El horizonte al que Francisco nos invita es en definitiva la vida y las enseñanzas de Jesús de Nazareth, que vivió pobre entre los pobres con la vida siempre abierta a los otros y al Padre del cielo.
El fracaso real sería sólo admirar al Papa y aplaudirlo. El desafío de la Iglesia sigue siendo animarse más aún a renunciar a toda forma de poder y de autoritarismo que nos aleje del mundo y del Evangelio de Jesús.
Todavía hay mucho por hacer en este sentido.