Un mar de diferencias

Fernando Morales

Al igual que los incrédulos cuarenta millones de argentinos y argentinas, usted, yo y buena parte de la opinión pública internacional escuchamos (¿o creímos escuchar?) a la presidente de la Nación efectuar una curiosa comparación entre nuestro país, Canadá y Australia.

De acuerdo con los guarismos tomados como base para el análisis descripto por la primera mandataria (no primera mandante), somos ganadores natos por paliza. Nuestro triunfo en todos los campos contrastados son casi más aplastantes que el triunfo electoral del oficialismo en la Antártida (sin contar la base Marambio -la del problema de aprovisonamiento- donde sobre 54 personas votaron sólo 3).

Las contundentes afirmaciones presidenciales generaron reacciones que abarcaron todo el espectro de lo posible. Desde el autoconvencimiento de las cada vez mayores virtudes del “modelo” hasta una abrumadora ola humorística que desplegó todo el potencial del tradicional humor vernáculo, capaz de tomarse en broma al mayor de los percances o tragedias.

Pero ante tanta convicción a la hora de subir al podio y concitar la atención nacional e internacional para pronunciar su discurso, es necesario creer que un presidente no hace frente al pueblo de la nación sin armarse de consistentes datos, provistos por un verdadero ejército de colaboradores y asesores que pulen cada detalle de lo que el “jefe” va a decir, de tal suerte de no dejar resquicios posibles para que analistas políticos, miembros de la oposición o malintencionados varios encuentren la forma de atacar lo dicho y minar la credibilidad de quien lleva sobre sus hombros las riendas de la Nación. Por otra parte, hacer afirmaciones a la ligera podría incluso ser tomado como una falta de respeto a la sociedad. ¿O me equivoco?

Siguiendo esta línea de razonamiento, cualquier argentino “bien nacido” debe resistir la crítica burlona y fácil, intentando por todos los medios a su alcance desentrañar detrás de las palabras y de la catarata de cifras y estadísticas arrojadas sin solución de continuidad su veracidad. La razón, motivo o circunstancia que dan fundamento a las expresiones vertidas y a su porqué. En definitiva, estudiar, analizar, informarse, invertir tiempo y esfuerzo como paso previo a emitir luego (sólo luego) un juicio de valor que permita avalar o retrucar lo que nuestra máxima representante hacia adentro y hacia afuera nos contó hace algunos días.

Qué bueno sería que cada uno de nosotros se tomara el trabajo de profundizar la novedosa comparación presidencial, profundizando el análisis desde el campo de acción que es propio de nuestro trabajo o profesión, buscando tal vez el hilo conductor que nos lleve a apoyar o descartar con fundamento cierto, lo que tomado a la ligera nos causó tanta gracia.

Digamos que para predicar con el ejemplo, intenté hacerlo tomando en principio datos oficiales sobre las actividades, presupuesto, equipamiento, personal y demás aspectos de las Armadas de Canadá y Australia para compararlas con mi querida Armada Argentina, que es la que obviamente conozco desde muy joven.

Y bueno… La verdad es que los resultados no nos dejan muy bien parados. Para tomar por caso al país del norte de nuestro continente, sus destructores, HMCS Iroquis, Athabaskn y Alginkin, sus doce patrulleros oceánicos, sus cuatro submarinos, sus fuerzas de despliegue en el Atlántico y en el Pacífico (MARLANT Y MARPAC) sus planes de ejercitación y capacitación, la cantidad de horas en el mar, la antigüedad media de sus buques… En fin, todo, todo, absolutamente todo nos deja como decía mi abuela “a la altura de un poroto”. Si nos vamos a la nación de los canguros, la cosa no varía mucho: no tenemos ni para comenzar a hablar, con nuestros vetustos barcos (algunos ya eran viejos en la Segunda Guerra Mundial) nuestro escaso presupuesto para entrenamiento y mantenimiento de unidades navales y de superficie, y ni qué hablar los aviones.

Incluso considerando la “ventajosa” compra de aviones usados a España que estamos a punto de encarar y por la cual su majestad nos venderá aeronaves con 38 años de antigüedad… Pero en un afán desmedido por darle la derecha a las autoridades de mi país, podríamos también afirmar que las comparaciones de fuerzas navales entre países que tienen escenarios geopolíticos totalmente diferentes no debería considerarse como muy afortunada. Vaya uno a saber qué amenazas están afrontado por estos días estos dos países, rodeados seguramente de hipótesis de conflicto complejas, a diferencia del verdadero “mar de la paz” en el que vivimos aquí en el lejano sur, donde esas hipótesis son inexistentes ya que desde hace años cultivamos cada día una mejor relación con nuestros vecinos, los que no hacen más que agradecer cómo nuestras políticas de integración derraman bienestar a diestra y siniestra.

Sirvan como ejemplo Uruguay con las restricciones al turismo y el cepo al dólar; Brasil con las restricciones al comercio bilateral, y obviamente esta semana a nuestros hermanos chilenos, felices de la vida por las gentilezas que le prodigamos a sus aviones comerciales. Como ven, no es lo mismo.

Pero sin sacar los pies del agua, dejé de lado a corbetas, destructores y submarinos y me dediqué a refrescar los números de la actividad marítima. Hablamos de la marina que genera ingresos a las arcas de una nación por los fletes que cobra al exportar sus ventas en buques propios, o al ahorro de divisas que produce al importar sus compras en buques nacionales.

Acá la cosa se me complicó aún mas. 184 buques integran la Marina Mercante canadiense totalizando una capacidad de bodega de casi 2.200.000 toneladas (esto es, la suma de la capacidad de las bodegas de todos los buques que enarbolan el pabellón de la “hojita roja”: 66 buques de carga aptos para cereal contra cero buques similares en nuestro país, 12 de carga general, con 2 portacontenedores de última generación, 14 buques para transporte de productos químicos, doce petroleros, 6 de pasajeros, 64 mixtos -carga y pasaje-). En fin, comparados con los pocos miles de toneladas que suman la decena de pequeños barcos que aún mantienen la celeste y blanca flameando en sus popas, no tenemos ni para arrancar.

Por su parte la “decaída” Australia tiene apenas 8 buques aptos para carga a granel, 4 gaseros, 6 mixtos (carga y pasaje), 6 petroleros, 5 barcos del tipo Roll on/Roll off. Además, capitales australianos registran 45 buques bajo pabellones de otros países (banderas de conveniencia).

En cuanto al ránking mundial de marinas mercantes, mientras Canadá se ubica en el puesto 38Australia lo hace en el 70. Argentina, en tanto, ocupaba en 2012 el puesto 74 pero si se consideran como argentinos los buques que por cuenta y orden de armadoras u operadoras locales lo hacen con bandera de otros países.

Abrumado por estos contundentes números (no abundo sobre los datos obtenidos para no aburrir al lector en demasía) me propuse a mí mismo “ponerle una ficha” a la actividad de la industria naval (astilleros, diques y talleres navales) pero con dos astilleros canadienses que visité se me borraron las ilusiones de poder traerles buenas noticias.

Propuesta para columnistas

Como consuelo me queda concluir que al no haber mencionado la arenga presidencial en ningún párrafo algún aspecto relacionado con el mar y sus cosas, “Ella” sabía positivamente que en este aspecto nos pasan por arriba y por ello prefirió rumbear para otro lado. Es por ello que se me ocurre efectuar a los colegas columnistas una interesante propuesta: Qué ocurriría si cada uno en el área específica que domina (economía, política, cultura, ciencia, tecnología, arte, etcétera) hace un análisis parecido al que acabo de efectuar, ilustrándonos entre todos en una suerte de doble rol de alumnos y profesores a efectos de poder encontrar finalmente esos datos que nuestra presidente nos arrimó desde Río Gallegos y que tanto nos cuesta creer. Podrían incluso sumarse los distinguidos lectores, aportando datos cuando postean sus comentarios.

Propongo que sólo luego de haber realizado este ejercicio, nos animemos a sacar conclusiones sobre la veracidad de sus dichos. Seguramente nos daremos cuenta que somos muy mal pensados y que emitimos juicios de valor injustificados. ¿No les parece?