Por: Gastón Navarro
A raíz de las respuestas de lectores a una nota publicada en Infobae por Ernesto Mattos (“A 37 años del inicio de la noche neoliberal”), surgió la reflexión siguiente.
Dicen que la inteligencia no es fuente de virtud. De ser así, ¿qué queda entonces para la ignorancia? Sin embargo, hay quienes hablan de política empleando un lenguaje completamente desnaturalizado y lisa y llanamente ignorante.
En la nota citada, el autor hace una descripción somera de las políticas de la dictadura cívico-militar, que él resume en endeudamiento, desindustrialización y represión a los trabajadores.
La reacción de algunos lectores ante el artículo demuestra el grado del daño provocado por los agentes de la ruina del lenguaje político, que son los medios de comunicación masivos, junto al sistema educativo encabezado por la universidad semicolonial. Estos lectores calificaron el pensamiento del autor, llamándolo tanto “comunista”, como “nazi-peronista”.
Lo cual nos lleva a recordar la zoncera “Nipo-nazi-fasci-falanjo-peronista”, que citando a Jauretche, más que un trabalenguas es un trabasesos. Semejante desatino merece un análisis.
Desnaturalización de la izquierda
En política, el genuino significado del término “izquierda” se origina en la Revolución Francesa para identificar al sector político en que conviven las posiciones revolucionarias y reformistas, en tanto a la derecha se ubican tradicionalmente quienes intentan conservar el status quo.
Esta designación devino en esquema, fundamentalmente aplicable a los países avanzados de Europa, donde la clase trabajadora era de “izquierda”, tanto socialdemócrata o comunista, y la burguesía que arrebató el poder a la monarquía y la nobleza pasó a ser la “derecha”.
Sin embargo, en nuestro país, la inmensa mayoría de los trabajadores, que son protagonistas decisivos de la Argentina moderna iniciada con la industrialización durante la Segunda Guerra, nunca fueron ni socialistas, ni comunistas, ni tampoco de “izquierda”, en el sentido que los partidos de esa tendencia le otorgaban al término. Por el contrario, los trabajadores siempre fueron peronistas. Y eso es lo que no encaja en el esquema europeizado.
La razón es que la “izquierda” criolla, desde el Partido Socialista de Juan B. Justo y el Partido Comunista (que era una agencia de la Unión Soviética), siempre se aliaron a la rosca oligárquica para perseguir a los peronistas.
En nuestro país, la izquierda anglófila, soviética o “progresista” a secas siempre se juntó a la derecha para enfrentar lo nacional, ya fuera Yrigoyen, Perón o Cristina. Consecuentemente, los trabajadores y el pueblo argentino siempre les dieron la espalda.
Desnaturalización de lo popular
La otra degradación del lenguaje político es hablar de “populismos“. Así denominan los profesores euro-yanquis de ciencia política y los escribas de la gran prensa a los movimientos o gobiernos populares, en especial latinoamericanos, con el propósito de desacreditarlos.
Y lo peor de todo, es que muchos apoyan a estos movimientos o gobiernos, ya sea el de Chávez, Correa o Cristina, también se autodenominan populistas, empleando así el lenguaje del adversario.
La verdad es que el movimiento popular por antonomasia en la Argentina es el peronismo, debido a su contenido. Fue popular y democrático en tanto el General logró una sociedad más justa -la más justa de la historia de la patria en términos de distribución de la renta nacional entre capital y trabajo-, y profundamente democrática, porque el gobierno peronista hizo la voluntad del pueblo, siguiendo un sólo interés: el del pueblo.
En cambio, lo realmente populista es la movilización de importantes sectores de las clases medias que la rosca oligárquica de medios, partidos, grandes sojeros, empresas transnacionales y agentes de paraísos fiscales, especuladores varios, oligopolios cerealeros, etc., llevó a cabo contra el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.
Fue una movilización populista y no popular, porque el interés defendido es el de esta rosca minoritaria de intereses concentrados, foráneos y locales, que se consideran agredidos por la política de defensa del interés nacional impulsada por Cristina.
El hecho de que una base social acompaña a los golpes y movilizaciones oligárquicas tampoco es nuevo en la historia argentina: ocurrió en 1930, 1955 y 1976. El golpe de 1976 fue cívico, además de militar.
Expropiación del lenguaje político y colonización cultural
Hoy, esta degradación de la comprensión de los fenómenos políticos argentinos y latinoamericanos, y su consecuente pauperización del lenguaje y las categorías de análisis político, forma parte de una política de colonización cultural que se dirige a expropiar la actividad política a los pueblos, para garantizar así el predominio de la corporatocracia global y la plutocracia vernácula.
Los agentes directos de esta empresa son las ONG, fundaciones e Iglesias “electrónicas”, entre otros, que están sostenidas por entes como la USAID, o sea la CIA, y funcionan ya sea vaciando de contenido a los partidos políticos, educando a la dirigencia para tener “gestores” de la cosa pública, rodeados de “técnicos” provistos por estas fundaciones, o sustituyendo la actividad política por la participación “light” en organizaciones que prohíben por definición la política.
Por ello es necesario recuperar la actividad política con su lenguaje propio y devolverle el sentido que poseen sus categorías, no pensadas desde las usinas ideológicas de los países dominantes, sino desde nuestra realidad mestiza y criolla.
Recobrar la política es imprescindible e impostergable, pues la política es el estatuto no escrito de los pueblos que luchan por su liberación y quieren alzarse con la conducción de sus destinos para vivir en una sociedad más justa.