Por: Gastón Navarro
“Esta contienda es de tanta trascendencia como nuestra emancipación de España”
José de San Martín en carta a Juan Manuel de Rosas (1846)
La opinión del libertador exime de mayor comentario. Sólo los agentes históricos del coloniaje educativo, intelectual, periodístico y universitario -que detentan el monopolio oligárquico liberal sobre la historia- intentan avergonzarnos de defender nuestra soberanía: desde la Vuelta de Obligado a la Guerra de Malvinas, vestidos con un liberalismo anglófilo o un vago progresismo democratoide, siempre justificaron las invasiones inglesas. Tal escuela ideológica de la sumisión no persigue fines “científicos”: sólo quiere que los latinoamericanos aceptemos mansamente la dominación imperialista.
Pero en esta segunda década del siglo XXI, el poderío estadounidense se ha reducido, así como el de sus decrépitos socios de la UE e Inglaterra. Lo admiten hasta los mismos asesores del presidente Obama como Brzezinsky.
Es un cuadro muy distinto al de 1845, cuando el capitalismo atravesaba la era de la exportación de manufacturas; las principales naciones industrializadas, Inglaterra y Francia, recurrían a la fuerza armada para conquistar mercados y colocar su producción. La Guerra del Opio, la ocupación de Argel o la Vuelta de Obligado lo demuestran. La ideología del colonialismo mercantil era el librecambismo.
En cambio, en la actualidad, la crisis del sistema capitalista a escala global -y no su expansión- impone el ajuste interno y el saqueo exterior para apropiarse del control de los recursos naturales y los capitales de los países periféricos. Pero siempre es la lucha de lo exótico contra lo genuino, o dicho de otro modo, de la opresión contra la libertad. La libertad es la tendencia “incorregible” del alma humana y la aspiración, junto a la justicia, más cara de los pueblos y las naciones.
Mas la liberación nacional de la nación latinoamericana y el pueblo de América Latina es inalcanzable sin la defensa de la soberanía. El presente nos encuentra mejor que el pasado que evocamos. Si en 1845 sólo dos gobernantes resistían el librecambio en la región del Plata, hoy son varios Estados más agrupados fundamentalmente en la Unasur. Argentina (Cristina Fernández de Kirchner), Venezuela (Nicolás Maduro), Ecuador (Rafael Correa), Bolivia (Evo Morales), Brasil (Dilma Rousseff) y Uruguay (José Mujica).
En aquel entonces, Carlos Antonio López cerró el Paraguay al tráfico extranjero y promovió la industrialización, en tanto que Juan Manuel de Rosas dictó la Ley de Aduanas para proteger la producción preindustrial de la Confederación Argentina y estableció un sistema económico muy diferente al ruinoso librecambismo rivadaviano y mitrista posterior. En tiempos de la Unasur, los gobiernos que mencionamos han intervenido con el Estado en la economía nacionalizando algunos aspectos de ella; han tomado una parte de las rentas de productos primarios (petróleo, gas, cereales, etcétera) e incentivado la producción industrial, además de mejorar el nivel de vida del pueblo, multiplicando los puestos de trabajo, defendiendo los salarios y auxiliando a los más necesitados con ayuda social. Pero los adversarios de la integración suramericana son algo más que los vergonzosos exiliados unitarios de Montevideo agrupados en la “Comisión Argentina”: el Departamento de Estado norteamericano ha prohijado la “Alianza del Pacífico” -una integración de mercado orientada a crear consumidores y no ciudadanos latinoamericanos- que componen México (Peña Nieto), Chile (Piñera), Colombia (Santos) y Perú (Humala), y que no está orientada a construir ciudadanos de Latinoamérica, sino consumidores. Este eje apunta directo a la desintegración nacional latinoamericana y a cerrarle el océano más importante del mundo al Mercosur y a la Unasur.
Ante todo esto, es menester la defensa política y el esclarecimiento cultural de los problemas de la unidad nacional latinoamericana que tiene principio posible en América del Sur. Y las obras de la soberanía, que no se agotan en Malvinas, sino que incluyen la independencia económica, científica -técnica y cultural del continente, deben ser discutidas y sostenidas por medio de la única vía histórica idónea que es la actividad política. Si el planteo estratégico es un Estado nacional latinoamericano, la integración requiere de logros concretos para alcanzarlo. Hablamos de la salida al mar para Bolivia, la recuperación de los ferrocarriles y el trazado suramericano de nuevas vías de comunicación ferroviarias, la construcción de oleoductos y gasoductos, así como la nacionalización del comercio exterior en los países y de sus respectivos sistemas financieros, entre otras medidas. Si en 1844 el proteccionismo rosista motivó que los diez mayores centros fabriles ingleses, junto con 1500 industriales, banqueros y comerciantes, elevasen indignados un memorial al gabinete real para que se una a Francia y ponga fin a las “limitaciones del comercio en el Plata”, podemos advertir la irritación que provocan en Washington y Wall Street las actuales políticas de los gobiernos como el de Cristina Fernández de Kirchner.
Justamente, la presidenta, ha promovido la ampliación de los derechos políticos de la ciudadanía (ley PASO), democratizado la comunicación pública (ley de servicios de comunicación audiovisual), nacionalizado YPF y las AFJP, entre otras medidas de tradición peronista. Incluso se puede entrever que las nuevas designaciones en su gabinete, colocando en Economía a Kicillof, fustigado por “estatista” desde los monopolios mediáticos, es un signo de la “profundización” en sentido nacionalista e intervencionista, con orientación latinoamericanista, del rumbo del gobierno argentino, que coincide con los mejores gobiernos del continente, y que cuenta con la simpatía de Francisco, el “papa de los pueblos”, enfrentado con el imperialismo. Para concluir, la defensa actual de la soberanía nacional es inseparable de la lucha por la integración suramericana y la recuperación de la actividad política. Es el único camino para la LIBERTAD.
Malvinas volveremos.