Por: George Chaya
El premier ruso Vladimir Putin continúa promocionando activamente un “acuerdo de paz” que detenga el conflicto sirio como parte integral de una solución a la guerra civil, pero que al mismo tiempo mantenga en el poder a su socio Bashar Al-Assad. Ello, a pesar de que la única solución buscada por Assad desde marzo de 2011 ha sido huir hacia adelante, al ordenar mayor represión, violencia y asesinatos, todo lo cual al día de hoy ha llevado a la destrucción absoluta de lo que alguna vez se llamó República Socialista Árabe Siria.
Lo cierto es que el camino elegido por el régimen de Assad ante el levantamiento popular sirio ha quedado perfectamente claro en los últimos días con el asesinato -con coche bomba- de Sheikh Wahid Al-Bal’ous, líder de la sublevación de la comunidad drusa en la provincia de Sweida, además de las muertes de cientos de refugiados desesperados ahogados en el mar, como fue el caso del niño Aylan Kurdi, su hermano y su madre, y hoy, al momento de escribir este artículo, otras 25 personas se han ahogado en cercanías de la misma isla griega.
Mientras tanto, Irán está encantado redibujando un mapa demográfico de Siria, el Estado Islámico (ISIS) está profundizando sus crímenes en el devastado país, destrozando cualquier vestigio cultural de su pasado y demoliendo su presente y su futuro, además de infiltrar células propias dentro de las masas de refugiados en Europa.
Ante este cuadro de situación, es comprensible que la desgarradora tragedia del niño Aylan, de tan solo tres años de edad, sacudiera a Occidente en general y a Europa en particular para cambiar su postura inicial y declarar la voluntad de acoger a los refugiados sirios.
En general, toda Europa ha reaccionado a la imagen conmovedora del niño kurdo, lo cual, en combinación con el material fotográfico de la prensa mostrando una avalancha de refugiados cruzando vallas fronterizas de alambres de púas, tuvo resultados similares. A pesar de los comentarios sectarios y desvergonzados de ultraderechistas como el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, y del uso intercambiable y no tan inocente de la palabra ‘migrantes’ por la de ‘refugiados’ de los círculos europeos tradicionalmente hostiles a los “inmigrantes económicos”.
Como sea, la mayoría de los países de Europa se las arregló para absorber el impacto de decenas de miles de refugiados sirios que acuden a través de sus fronteras y, al menos temporalmente, las voces racistas y xenófobas se han mantenido en silencio permitiendo que la Aylan Storm retrase su combate racista contra los inmigrantes por algún tiempo. Nada más por eso algunos dirigentes europeos han exigido que se facilite y permita el ingreso de los refugiados para brindarles un marco de cobijo. Sin embargo, el impulso que aún falta debe ser el tratamiento eficaz y decisivo del problema que genera esta ola de refugiados desesperados.
Hay que recordar que el sufrimiento de los judíos no terminó en el centro de Europa después de la derrota final de los nazis. Del mismo modo, el sufrimiento de los sirios nunca terminará y oleadas de refugiados no dejarán de llegar a menos que se haga algo acerca de la raíz de la causa que genera su sufrimiento, que debería ser, ni más ni menos, la neutralización del régimen responsables del genocidio en curso y el final del fanatismo islamista de movimientos como ISIS, Al Nusra y Hezbollah.
Usted como lector podrá o no estar de acuerdo conmigo, no es mi problema si no lo estuviera. Sin embargo, para quien lo quiera ver despojado de la miopía que generan las gafas ideológicas antiestadounidenses, antisionistas o anti cualquier imperialismo real o imaginario, donde la retroprogresía hueca internacional ha naufragado con su discurso por los últimos 30 años, le guste o no esta, es la verdad cruda y dura que nos muestra la realidad sobre el terreno.
Admitir refugiados sirios es sin duda un paso necesario y una obligación moral para la comunidad internacional ante el problema humanitario. Sin embargo, la crisis que lo está generando tiene una dimensión política fundamental, lo que significa que debe abordarse como tal, no solo como un desastre humanitario, como si se tratara de una hambruna, un terremoto o una inundación.
Lo que muchos colegas occidentales soslayan es que el problema es político y, en consecuencia, la solución debe ser política. Esta es la condición principal para una estrategia adecuada e integral que tenga como objetivo en primer lugar la reconstrucción de Siria y lo que queda de su tejido social y nacional dañado. En segundo lugar, librar, profundizar y ganar la guerra contra el terrorismo y el extremismo religioso que están causando el problema, y que ha surgido como una reacción contra la represión de Gobiernos laicos déspotas mucho antes de encontrar malignos patrocinadores que han utilizado y abusado de los pueblos árabes islámicos explotados por sus propios dictadores.
No es ni jamás será suficiente ayudar solamente admitiendo refugiados. Mientras que la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán apoye a Hezbollah, no se puede ignorar tampoco al despliegue de combatientes de varias nacionalidades del ISIS que está llevando a cabo una limpieza étnica y sectaria, como sucede en la ciudad de Zabadani y las inmediaciones del Valle de Barada, al oeste de Damasco y en los enclaves chiítas de Fou’a, Kefraya, Nubbul y Zahraa en el norte de Siria. Esto, de hecho y en la práctica, significa continuar ayudando al régimen de Assad y a sus aliados iraníes en lograr el objetivo de dividir Siria.
Para describir la gravedad de la situación actual y que el lector de este lado del Atlántico comprenda su exacta dimensión, no encuentro en la historia nada más acertado que las palabras pronunciadas en su tiempo por el comandante musulmán Tariq Ibn Ziyad en el Estrecho de Gibraltar, cuando sus naves estaban en llamas de camino a la conquista de España y, ante la resistencia ofrecida por los europeos, dijo a sus hombres: “Señores, no hay escape de la guerra, el mar está detrás de ustedes y el enemigo delante. ¡No hay opción ni retorno!”.
Claro que Tariq Ibn Ziyad perdió esa batalla, sus naves fueron hundidas, centenares de sus hombres perecieron y ello a la postre marcó la liberación de España del Califato musulmán.
Hoy, son los gobernantes europeos quienes deben comprender que tampoco hay retorno ni opción. Occidente tiene sus enemigos delante y claramente identificados. Y es absolutamente suya la decisión para evitar el sufrimiento no solo de los refugiados sirios, sino también el genocidio en curso de las minoras religiosas del Oriente Medio.