Es hora de pisar el freno. ¿Cuántas muertes, cuánto sufrimiento, cuánta impunidad, cuánta corrupción más será necesaria aún para que comprendamos y nos decidamos a actuar?
La experiencia abolicionista ha llegado ya demasiado lejos y contabiliza en su haber innumerable cantidad de víctimas inocentes como resultado indiscutible del proceso de impunidad que ocasiona al invertir el concepto víctima-victimario y monopolizar en los últimos los favores emergentes de los derechos humanos, en absoluto desmedro de los primeros.
El avance alocado de este pensamiento fundamentalista necesariamente termina mal. No se pueden visualizar los derechos humanos tan sólo desde la óptica del delincuente. Se lo debe hacer también desde el ángulo de la sociedad que, ante el desamparo propiciado por el abolicionismo se advierte librada a su suerte y sus propias fuerzas.
El crecimiento de los crímenes cometidos a diario por reincidentes en ocasión de delitos contra la propiedad revela que la práctica abolicionista lejos está de mejorar las cosas. Ni hablar desde ya de los casos de resolución violenta de los conflictos interpersonales, como resultado de la falta de respuesta oportuna por parte de las autoridades competentes, neutralizadas por el ideario abolicionista.
La consecuencia natural e ineludible del abolicionismo es la impunidad, y la impunidad no es más que pura injusticia, la cual se hace intolerable y presagia venganza. Los linchamientos que se suceden frecuentemente como reacción espontánea y brutal, evidencian una realidad que debe ser debida y responsablemente interpretada.
Los derechos humanos van mucho más allá del debido proceso que ampara a todo imputado, pero en modo alguno su torcida manipulación justifica tanto despropósito como resulta del abolicionismo. Asimismo, no debemos olvidar que el delincuente bien puede evitar la sanción respetando la ley. Es él en definitiva quien elige violarla y de este modo se autoselecciona para hacerse adjudicatario de la pena.
Si no se actúa rápida y razonablemente llegará el día en que el rebote será inevitable y sus consecuencias mucho más dolorosas.
Sentido común es lo que se necesita.