El 16 de abril de 1961, poco antes de finalizar un encendido discurso pronunciado durante las honras fúnebres a las víctimas de bombardeos que marcaron el preludio de la invasión de Bahía de Cochinos, Fidel Castro exclamó: “Compañeros obreros y campesinos, ésta es la Revolución socialista y democrática de los humildes, con los humildes y para los humildes. Y por esta Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, estamos dispuestos a dar la vida. Obreros y campesinos, hombres y mujeres humildes de la patria ¿juran defender hasta la última gota de sangre esta Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes?”.
Esas palabras fueron dichas en la esquina de 12 y 23, en la barriada habanera del Vedado. 52 años después, a menos de diez kilómetros de aquel lugar, todas las noches, al filo de la madrugada un trío de pordioseros comienzan su faena en una desvencijada escuela abandonada en el barrio de La Víbora.
Armados con cincel y una pequeña mandarria, de las paredes despegan casi un centenar de ladrillos fabricados antes de 1959. “Por su calidad, los vendemos a dos pesos cada uno. La gente compra estos ladrillos recuperados y los utiliza en la construcción de sus casas o para hacer un closet. Trabajamos por encargo”, explica uno de los mendigos.
Posteriormente, con la ganancia obtenida se sientan en un amplio y fresco portal, a beber alcohol doméstico filtrado con carbón industrial, el trago de los olvidados. El trío de indigentes pide a gritos un buen baño y atención medica. Son alcohólicos al cubo. Demacrados y sucios, beben a pulso el infame ron casero.
“Me baño una o dos veces a la semana. Cuando un tipo importante visita La Habana -como el Papa Benedicto XVI, en 2012- nos recogen y nos meten en un campamento donde tenemos dos comidas al día. También podemos asearnos con más frecuencia. Una vez que el personaje se ha marchado, nos vuelven a tirar a la calle. Nosotros dormimos en el patio de la Casa de Cultura del municipio 10 de Octubre o en un edificio en peligro de derrumbe frente de la Plaza Roja de La Víbora. De salud andamos bien. Nunca nos enfermamos”, confiesa otro mendigo.
Los pordioseros han transformado la céntrica esquina de Carmen y 10 de Octubre en una quincalla de artículos viejos.
René, 32 años, vivía hacinado junto a ocho personas en una habitación sin baño de un solar en Centro Habana. “Decidí vivir como un nómada. Gano algún dinero chapeando canteros y jardines. Almuerzo de las sobras que la gente tira en la basura. Recojo latas vacías de cervezas y refrescos. Cuando acumulo varios sacos, voy a una oficina de materias primas donde me pagan de acuerdo a los kilos que llevo. Vivo al día. Si tengo dinero como en una fonda. Si estoy ‘arrancao’, forrajeo la cena en los latones de basura. Antes me daba vergüenza, me gritaban ‘león’, pero cada día somos más los mendigos en la capital. ¿El servicio social? Ésos ni se acuerdan que existimos”.
Cuando el sol calienta, varios menesterosos ponen una manta mugrienta con objetos antiguos y libros de uso. Por unos pocos pesos, usted puede adquirir un radio VEF 206 de la era soviética. Unas sandalias destartaladas de la desaparecida Alemania del Este. O novelas del realismo socialista como Así se forjó el acero, Nadie es soldado al nacer o Agosto del 44, de escritores rusos. También ejemplares ajados sobre el marxismo-leninismo y recopilaciones de discursos de Fidel Castro. Arnaldo, habitual de los portales de la Calzada de Octubre, dice que las ventas andan en mínimos. “Las personas los compran por ayudarnos. Pero estos libros soviéticos tienen menos salida que los discursos de Fidel”.
Colindante con la calle Vento se ubica el Casino Deportivo, perteneciente al municipio Cerro. Antes de la llegada de los barbudos al poder, era un reparto de clase media alta. Sigue siendo una atractiva urbanización, a pesar de los edificios de cinco plantas mal diseñados después de la revolución y chapuceramente construidos al lado de residencias de vistosa arquitectura.
En el Casino Deportivo, a plena luz del día, tres vagabundos registran la basura. “En los sitios donde viven personas con recursos y ‘mayimbes’ del gobierno, se encuentran gratas sorpresas dentro de los latones. Restos de camarones o carne de res, ropa casi nueva, piezas de computadoras y revistas extranjeras. Estos tennis que tengo puestos me los encontré en uno de esos tanques”, señala uno de ellos.
Según los mendigos habaneros, los mejores barrios para ‘luchar un baro’ (hacer dinero) o conseguir buenos alimentos dentro de los contenedores de desechos, son Miramar, Nuevo Vedado, Vedado y Casino Deportivo.
“Lo que pasa es que en esos barrios la policía nos echa. Antes, nos llevaban a la unidad y nos bañaban con una manguera de agua a presión. Nos daban comida y pasábamos la noche en un calabozo, que a mí se me antojaba un palacete. Pero de un tiempo acá, te tienen unas horas retenido y luego te sueltan sin darnos nada de comer”, cuenta un indigente. Otros prefieren pedir limosna y con lo recaudado adquirir alimentos. En los alrededores del Capitolio Nacional, ancianos con limitaciones físicas imploran monedas a los turistas. Unos japoneses que tiran fotos dan la espalda cuando una señora se acerca y les pide para comprar un litro de aceite.
“Se hace dinero. Hay turistas tacaños, pero la mayoría te sueltan ‘chavitos’. A veces hasta un billete de cinco o diez pesos convertibles. Gracias al limosneo, puedo comprar jabones y enlatados en las tiendas por divisas”, confiesa una anciana con las manos temblorosas por el Alzheimer. Forzados por sus padres, también se ven niños pidiendo dinero a turistas y transeúntes. Pero es en la concurrida calle Obispo, en la parte vieja de la ciudad, donde mendigar se ha convertido en un negocio. Proliferan las mujeres limosneras.
Las autoridades policiales y políticas parecen no tener una respuesta efectiva a ese flagelo que azota La Habana. Aquellos años de la revolución, donde los mendigos se podían contar con los dedos de una mano hace tiempo terminó.
Mientras decenas de habaneros caminan portando móviles inteligentes, ajenos a la realidad, cientos de coterráneos sobreviven hurgando en la basura, sin ayuda social del Estado. De una revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, anunciada por Fidel Castro en 1961, hoy tenemos una mala copia del peor capitalismo: del sálvese quien pueda.