Por: Iván Petrella
El pasado lunes se encontraron los cuerpos sin vida de los tres adolescentes israelíes perdidos desde el 12 de junio. El caso mantuvo en vilo al país durante las últimas semanas y alcanzó una enorme trascendencia a nivel internacional. Israel, y particularmente el primer ministro Netanyahu, responsabilizaron a Hamas, la organización terrorista palestina.
Este hecho, sumado al reciente pacto entre Hamas y la Autoridad Palestina, refuerzan la idea simplista de que estamos ante los dos bandos tradicionales en el conflicto: Israel versus Palestina. Sin embargo, al adentrarse en lo sucedido y en la relación entre las partes, la situación que se presenta es aún más compleja: Palestina, e Israel en algún punto, están lejos de ser actores homogéneos.
Después de siete años, los dos principales grupos políticos de Palestina, Hamas y Fatah, formaron un gobierno en conjunto. El pacto es un intento de unificar Cisjordania y la Franja de Gaza, tras un largo período de división política y social de la Autoridad Palestina. Mohammed Abbas, perteneciente a Fatah y presidente de la Autoridad Palestina en Cisjordania, pasó a ser presidente del nuevo gobierno de reconciliación. La decisión de lograr un gobierno apoyado por Hamas fue mal recibida por el Primer Ministro israelí, quien rechazó cualquier tipo de alianza con un grupo terrorista. Uno de los principales desafíos de esta nueva unión era, justamente, mantener la cooperación palestino-israelí en materia de seguridad.
Desde el final de la segunda Intifada y especialmente desde que Hamas ocupó la Franja de Gaza en 2007, la relación entre las fuerzas de seguridad de Israel y del gobierno de Abbas se intensificó. Esta cooperación tiene altibajos y aunque ambos gobiernos se benefician prefieren cultivar un bajo perfil. Aparentemente, abarca reuniones, intercambio de inteligencia y comunicación sobre lo que cada uno está haciendo. Sin embargo, no realizan operaciones en conjunto e Israel no pide permiso antes de enviar soldados a las áreas palestinas. Esta cooperación permitió disminuir la violencia previniendo y evitando ataques terroristas.
Hasta el mes pasado. El secuestro de los tres adolescentes israelíes puso en jaque a las partes involucradas y a este fuerte vínculo en el tema de seguridad. Abbas condenó los secuestros y declaró que los culpables, sean quienes fueren, serían castigados. En la misma conferencia admitió que sus fuerzas de seguridad estaban trabajando con Israel ayudando en la búsqueda de los secuestrados, además de llamar a ambas partes a abstenerse de la violencia.
Por su parte, Hamas no se responsabilizó por los secuestros, pero los elogió y tildó a Abbas de traidor por colaborar en asuntos de seguridad con Israel. En particular Sami Abu Zuhri, un referente de Hamas, criticó las declaraciones de Abbas sobre la cooperación entre ambas partes: “Son injustificables y perjudican la reconciliación palestina y están en contra del consenso palestino”. Además, agregó: “Nosotros enfatizamos el derecho de nuestro pueblo de defenderse por sí mismo y contrarrestar la ocupación por cualquier medio”.
Israel también cuenta con divisiones, que van desde cómo resolver el histórico conflicto con Palestina hasta la cuestión de la separación Estado-Religión. Los asesinatos de los tres adolescentes sirven para unificar al país en torno a un enemigo común, justificando las acciones armadas en blancos palestinos. Con los últimos sucesos, el primer consenso entre los líderes israelíes es un pedido a Abbas para que se separe de Hamas y rompa el pacto de reconciliación.
Como se ve, ambos bandos están lejos de ser actores homogéneos en este conflicto. Abbas condena los asesinatos y pide a líderes del mundo que ayuden a evitar una respuesta excedida por parte de Israel. Paralelamente, Hamas niega su responsabilidad y amenaza con “abrir las puertas del infierno” contra Israel en caso de que éste lance un ataque en la Franja de Gaza. Finalmente, y como consecuencia de la tragedia, se podría hablar de un Israel menos heterogéneo, pero no homogéneo.
En este contexto, es necesario aceptar que existen elementos que, aparentemente, no quieren ver un acuerdo de paz por diferentes razones. Como sostuvo Abbas: “Aquel que cometió semejante acto quiere destruirnos“. La opción es potenciar a los que tienen la voluntad de cooperar y superar el status quo de violencia que sólo favorece a los violentos. Esa es la forma de mantener algún grado de optimismo luego de lo acontecido. La oración por la paz organizada por el Papa Francisco, que contó con la presencia de los presidentes de ambos países y la cooperación en seguridad durante la última década, representa un avance, aunque hoy cueste verlo de esta manera. El desafío es seguir construyendo bases de consenso y evitar caer en la clásica homogeneización de los bandos.
En cuestiones de política exterior, las cosas no son ni tan blancas ni tan negras. Tal vez en este caso, la prioridad sea impedir que el deleznable asesinato de tres jóvenes inocentes sirva de excusa para agrandar los trágicos conflictos que ya generaron incontables víctimas y millones de refugiados en la región. Siempre existen márgenes sobre los que se puede operar y donde quedan oportunidades para la paz. Descubrirlos y utilizarlos es la tarea de los grandes estadistas.