Por: Iván Petrella
Ya pasó más de una década, pero la historia es bien conocida. Con la crisis de 2001 y el final del Gobierno de la Alianza colapsó el sistema de partidos. Era la época del “Que se vayan todos”, el radicalismo había desaparecido del escenario político y el peronismo, con el Gobierno de Eduardo Duhalde, pasaba por una enorme crisis de legitimidad. Ese contexto de crisis y descreimiento fue el terreno en el que surgieron los dos grandes emergentes políticos del siglo XXI argentino: el kirchnerismo y PRO. Sin embargo, lo particular y peculiar de PRO es que no surgió dentro de una fuerza ya existente, como el kirchnerismo dentro del peronismo, sino por fuera de la política tradicional.
Este arribo de outsiders a la política es un rasgo común en los últimos años en América Latina. En este sentido, muchas veces se dice que el PRO es moderno. Habría que agregar que lo es no solo como un deseo, sino también como una realidad inevitable: Es el único de los grandes actores de la política argentina que nació plenamente en este siglo y no en el pasado o en el anterior. Por eso le suenan tan externas y extrañas las críticas que lo vinculan con Gobiernos y experiencias políticas con los que nunca convivió; críticas que además lo desconciertan, porque, paradójicamente, esa es la situación de sus contrincantes y sus denunciantes que sí formaron parte de Gobiernos y experiencias políticas por lo menos erráticas.
En este 2015, PRO está en su mejor momento como partido político y también enfrenta sus mayores desafíos. Retuvo con autoridad el distrito que lo vio nacer, a pesar de la difícil prueba de no contar con Mauricio Macri en la boleta; crece hace dos años a nivel nacional, comienza a instalarse en varias provincias y a ser noticia en cada vez más municipios. Los resultados de las últimas elecciones lo colocan como ganador de su interna y la opción opositora más competitiva. Además, junto con Cambiemos, logró una elección excelente en la provincia de Buenos Aires, la columna vertebral de la política tradicional peronista, lo que sorprendió a los analistas políticos y demostró que hay nuevos liderazgos dentro de las filas.
Ese crecimiento trae una nueva discusión a la que tarde o temprano llegan las fuerzas políticas cuando logran proyección nacional. Es el dilema de ser un partido de ideas o convertirse en un partido de mayorías. El ejemplo histórico de un partido de ideas, aunque no el único, es la Unión del Centro Democrático o UCeDé, fundada en 1982 por Álvaro Alsogaray. Sus miembros predicaban y defendían una combinación entre el conservadurismo en lo político y la libertad de mercado en lo económico, que tuvo fuerte impacto en la escena política de la década de 1980, con un Gobierno que se colocaba en una posición bastante opuesta a esos lineamientos.
La declinación de la UCeDé es bien conocida: el Gobierno peronista de Carlos Menem adoptó un marco de ideas similares a las del partido de Alsogaray, cuyos miembros o bien se unieron al Gobierno para nunca más separarse del peronismo o pasaron al segundo plano de la política argentina. Pero no es el único caso de partidos que aparecen, crecen y luego desaparecen o se vuelven intrascendentes en el escenario del país. De hecho, es un riesgo bastante común para quienes pretendieron ocupar un tercer lugar o una tercera vía más allá del peronismo y el radicalismo.
El Frente Progresista Cívico y Social, por ejemplo, alcanzó en 2007 su primera gobernación con la victoria de Hermes Binner en Santa Fe. Cuatro años más tarde, en 2011, el Frente volvió a ganar a nivel provincial con Antonio Bonfatti, mientras Hermes Binner obtenía el segundo lugar en la elección presidencial como candidato del Frente Amplio Progresista. En 2015, el Frente retuvo por un margen muy pequeño la gobernación, pero no tiene candidato a presidente y Binner, como candidato a senador nacional, obtenía el domingo un inapelable cuarto puesto.
La UCeDé y el Frente Progresista tienen muchas diferencias y algo en común: Se constituyeron al principio como partidos de ideas, pero no pudieron o no quisieron dar el salto y transformarse en partidos de mayorías. En esa incapacidad estuvo marcada, aun en sus momentos de mayor popularidad, su fecha de vencimiento. La UCeDé perdió su razón de ser cuando sus ideas se convirtieron en agenda de Gobierno. El discurso del Frente Progresista, popular hace unos años, se aleja cada vez más del éxito en las urnas al corresponderse cada vez menos con el clima de época. Puede no sonar del todo bien, pero se necesita algo más que ideas para ocupar un lugar relevante y sostenido en el tiempo en la escena principal de la política.
PRO es un partido político y, como tal, tiene sus propias ideas, que han expresado su principal figura, Mauricio Macri, su bloque de diputados nacionales desde 2003 y sus acciones como el partido que gobierna la ciudad de Buenos Aires desde 2007. Nadie podría dudar de ello. Con esas ideas se ha opuesto al kirchnerismo y a su Gobierno por más de una década, remarcando una y otra vez que no compartía ni el proyecto oficialista para el país, ni su concepción de la república o de la democracia. Pero además de las ideas, PRO tiene la voluntad de ser un actor de primera plana de la política argentina. De allí, también, el surgimiento del frente Cambiemos. Quiere ganar estas elecciones presidenciales y muchas más elecciones en el futuro del país. El primer plano lo ocupa la voluntad de representar a la mayoría, de escucharla y de entenderla, y nunca de pelearse con ella desde la seguridad de cristal de un discurso para pocos. Eso se llama voluntad de poder.
PRO es un partido joven con aspiraciones grandes: disputar con Mauricio Macri la presidencia de la nación en una democracia en la que en los últimos doce años el kirchnerismo no ha tenido contendientes reales. Ahora sí la tiene, porque más allá de las ideas, el fondo de la cuestión es la voluntad política. La voluntad de convertirse en un nuevo partido de mayorías a partir de la interpelación de la ciudadanía de un modo acorde con el siglo en el que vivimos. Mostrar, ya en el día a día, desde el Gobierno nacional, que otra forma de hacer política es posible.