Examinando la historia de la humanidad hasta el siglo XIX y comparándola con el siglo XX, creer que lo mejor está por venir (aun cuando de tanto en tanto haya crisis) no es un exceso de optimismo. No le pido que me crea, pero al menos déjeme proponerle un juego. Describiré algunas características de un país y usted me dirá que país estoy describiendo. En este país, la esperanza de vida al nacer es de menos de 50 años y 1 de cada 10 niños muere antes de cumplir un año. Más del 90% de los hogares carece de electricidad, heladera, teléfono o auto. Menos del 10% de los adultos jóvenes tiene estudios secundarios. ¿Se trata de Kenia, Bangladesh o quizás Corea del Norte?
Todas estas respuestas podrían ser buenas, pero en realidad ese país es Estados Unidos, no hoy sino a finales del siglo XIX. Hoy en día, en ese país, casi todos los hogares tienen electricidad, heladera, calefacción, teléfono y hasta varios autos. La mayoría de los adultos jóvenes poseen estudios secundarios y muchos van a la universidad. Piense en la gran cantidad de bienes que eran inimaginables hace cien años: la televisión, el aire-acondicionado, los satélites, el avión, los rascacielos, los DVD, la computadora, el celular, Internet, los lectores de música portátiles y otros muchos bienes que están al simple alcance de la mano. He aquí el poder del crecimiento y para aquellos que no han alcanzado este nivel de vida está el desafío de alcanzar la convergencia.
Durante los últimos 2.000 años, la tasa de crecimiento del producto interno bruto per-cápita ha crecido a una tasa promedio compuesta del 0,13% anual, lo cual implicó que el nivel de riqueza se multiplicara 12,9 veces. Acorde a estos dos milenios, se necesitarían 542 años para duplicar el nivel de vida de un conjunto de agentes a un momento dado. Sin embargo, esta comparación entre puntas esconde mucha información.
A finales del siglo XVIII, se había vuelto aparente que el uso sistemático de la ciencia y la ingeniería sobre la tecnología productiva revolucionaría la productividad del trabajo, haciendo posible un proceso de creación de riqueza nunca antes imaginado. En este sentido, William Godwin desarrolló la idea de la sociedad perfecta, donde la revolución tecnológica resolvería los problemas de la humanidad reduciendo la pobreza y las enfermedades. Así, separando la evolución del PIB per-cápita entre el período que va desde el año 1 al 1.800 y los restantes 200 años, podemos observar que la tasa de crecimiento pasó del 0,02% al 1,1%, mientras que el nivel de riqueza que durante el primer período había crecido en un 41%, durante el segundo período se multiplicó 9,18 veces. La cantidad de años necesarios para duplicar la renta pasó de 3.649 en el primer período a 63. Es más, si se toman los datos de la última mitad del siglo XX se aprecia que la tasa de crecimiento se aceleró hasta el 2,1% y la cantidad de años para que un individuo duplique la calidad de vida de sus abuelos ha caído a 33.
En materia de población, a pesar de Malthus, los números no resultan menos impresionantes. Durante los últimos dos milenios la tasa de crecimiento fue del 0,16% lo cual implicó multiplicar por 26,95 el número de habitantes del año 1. Por otra parte, separando en los mismos períodos precedentes, la tasa pasó de 0,08% a 0,9%, por lo que mientras que en el primer período la población se multiplicó por 4,2 veces, en el segundo lo hizo en 6,4. Por otra parte, las mejoras en el cuidado de la salud llevaron a la expectativa de vida al nacer desde 26 años a 64 y es de esperar que para 2100 la población mundial se estabilice en torno a los 10.000 millones de habitantes.
Si bien este crecimiento no ha sido uniforme en las distintas zonas del mundo dando lugar a una clara separación entre desarrollados y no, en los últimos 100 años es posible apreciar una reversión en dicha tendencia. Previo a la Revolución Industrial el mundo desarrollado era dueño del 26% de la renta mundial, número que luego del hito productivo comenzó a crecer hasta alcanzar un máximo del 60% a inicios de la década del ‘50. Sin embargo, ese número hoy ha descendido al 45%, mientras que el coeficiente de Gini (el cual mide la concentración del ingreso) cayó desde 0,7 a 0,6. Esto es, los datos confirman la hipótesis de la convergencia alpha (en el largo plazo todos los países tendrían el mismo producto per-cápita).
Por lo tanto, un mundo mejor es posible. Para ello es necesario estimular la formación de capital humano (salud y educación), mantener baja la inflación, preservar el equilibrio fiscal, fomentar el comercio exterior y la competencia, flexibilizar el mercado laboral (para nuevos ingresantes), estimular al ahorro vía una macro estable y proteger los derechos de propiedad para que la inversión no solo provea el stock de capital para producir más sino también para que ello traiga consigo el progreso técnico que permita un salto en la productividad, en los salarios reales y en el consumo. En definitiva, como señalara Robert Lucas Jr. (1988), “las consecuencias que este tipo de cuestiones entrañan para el bienestar humano son sencillamente estremecedoras y una vez que uno comienza a pensar en ellas resulta difícil pensar en cualquier otra cosa”.