El debate cambiario, tanto por la búsqueda de un nivel de referencia (precio) como por sus potenciales efectos sobre el nivel general de precios (inflación), se ha apoderado del centro de la escena. El exiguo nivel de reservas del Banco Central —que, limpias de préstamos con Bancos Centrales, deudas pendientes de pago y encaje bancarios, perforarían la línea de los cinco mil millones de dólares— es el testimonio de una política monetaria inconsistente e insostenible.
Si bien es cierto que sería factible tener tipo de cambio fijo sin reservas, ello sólo sería posible si se cumpliera por lo menos una de las siguientes condiciones: (i) una demanda de dinero granítica a la baja —y, según el caso, hasta fuertemente creciente—, (ii) un acceso irrestricto e instantáneo al mercado de capitales, o (iii) una absoluta flexibilidad a la baja en el gasto público (para sacar pesos que sobran vía superávit). Naturalmente, Argentina no cumple ni por asomo con ninguno de estos puntos, por lo cual si optara por un tipo de cambio administrado, debería contar con una enorme cantidad de reservas, pero no las tiene.
Por lo tanto, el país deberá elegir entre la opción de una libre flotación del dólar o un fuerte aumento de los controles, los cuales no sólo hacen subir la tasa de interés, presionan sobre los precios y hacen caer el PIB per cápita, el empleo y el salario real, sino que además ponen en jaque las libertades individuales (como es el caso de Venezuela).
De este modo, y ante la inminente posibilidad de avanzar hacia la implementación de un sistema de flotación libre del peso, muchos economistas se han puesto a conjeturar sobre cuál podría ser el movimiento del tipo de cambio. En general, estos análisis están basados en el típico caso de un mercado que tiene un precio máximo (administrado) debajo del nivel de equilibrio, del cual se desprenden dos resultados: (i) al precio fijado existe escasez, dado que la cantidad demandada supera a la ofrecida y (ii) frente a la cantidad de divisas que los oferentes están dispuestos a llevar al mercado al precio oficial, existe la posibilidad de venderla en el mercado paralelo a un precio por encima del de equilibrio a los agentes con mayores voluntad de hacerse del bien. Por lo tanto, siguiendo esta lógica, si la restricción sobre el precio administrado se eliminara, el precio del oficial debería subir y el del paralelo debería caer hasta que dichos precios se unifiquen en un punto intermedio, al tiempo que las cantidades transadas aumentarían. Puesto en blanco sobre negro, el tipo de cambio libre debería ubicarse en un nivel entre $9,7 y $16.
Estos análisis se complementan (y supuestamente se validan) con un trabajo basado en la aplicación del modelo de la paridad del poder de compra (ley del precio único para una economía abierta, PPP), donde, tomando una canasta de bienes en Argentina denominada en pesos y dividida por la misma canasta denominada en dólares en los Estados Unidos, se determina que los precios de la economía de Argentina están fijados con un dólar de $14. Por lo tanto, al conjugar este resultado con el anterior, se afirma que si se decide salir del cepo, ello sólo implicaría un salto en el tipo de cambio, que se ubicaría por encima del oficial sin efecto inflacionario.
Desafortunadamente, y pese a la euforia que genera la posibilidad de movernos hacia un nuevo Gobierno que no maltrate al capital como lo ha hecho el régimen kirchnerista en estos doce años (lo cual no requiere grandes esfuerzos), el análisis precedente tiene una gran cantidad de problemas. Por un lado, es un simple análisis de equilibrio parcial, donde, asumiendo que todo está constante, el precio en cuestión explicaría un equilibrio real traducido a un formato monetario. Naturalmente, si no se tiene en cuenta lo que podría estar pasando en otros mercados, tanto locales (donde entran preferencias, dotaciones de recursos, tecnología y sistema impositivo) como internacionales (en especial respecto a la tasa de interés internacional y los términos de intercambio, entre otras cosas), el análisis seguramente podría resultar insuficiente. Por otro lado, la absoluta omisión de las cuestiones de índole monetaria hace que se pase por alto el problema de la escala nominal. Esto es, dado un conjunto de precios relativos, los niveles en la cantidad de dinero tendrán asociados distintos niveles de precios nominales en la economía (entre ellos, el del dólar).
Adicionalmente, para que el análisis del tipo de cambio basado en la paridad del poder de compra sea cierto, la economía debería ser perfectamente abierta y tener equilibrio simultáneo en los mercados de trabajo, bienes y dinero. En este sentido, la cantidad de juicios en la Organización Mundial del Comercio, el mercado laboral, que no genera empleos genuinos desde hace ya cuatro años (se maquillan los datos de desempleo y se ha reclutado a un ejército de empleados públicos), en una economía estancada, con inflación creciente y un sobrante de dinero cercano al 3,7% del PIB (stock similar al observado durante los años 1959 y 1975), al que se le debería sumar el flujo emergente de la financiación monetaria del déficit fiscal y cuasi-fiscal (derivado de las posiciones en letras del Banco Central y en el mercado de dólar futuro), señalan que dicha visión es por lo menos temeraria.
En este sentido, más allá de lo importante de todos los desequilibrios de los mercados que desaconsejarían fuertemente el uso de la PPP para realizar una recomendación de política económica, el caso del mercado de dinero ocupa un lugar destacado. Así, si al abrirse el cepo, no mediara un extremadamente fuerte shock de confianza que hiciera subir la demanda de dinero (M1) y esta se contrajera hacia el equilibrio bueno (8,5% del PIB), la tasa inflación treparía a niveles del 150%, mientras que, en el caso malo (3,8% del PIB), la tasa de inflación podría ubicarse en torno al 450 por ciento. En este contexto, el nivel de actividad podría caer entre 3% y 6%, y la pobreza superaría el 50% de la población. De más está decir que bajo una dinámica nominal de semejantes características, la idea de hablar de un precio para el dólar queda fuertemente desdibujada.
Por lo tanto, dados los riesgos involucrados en el mercado de dinero, antes de abrir el cepo se debería eliminar el sobrante de pesos y poner en marcha un programa que ponga un freno a la emisión de dinero. Esto es, una formidable idea, como la de levantar el cepo, pero mal diseñada o llevada a cabo por incompetentes, podría terminar en un nuevo desastre social.